Las mejores series que he visto en 2019

Si en los artículos dedicados a los mejores libros que he leído y a las mejores películas que he visto este año incluí el aviso de que hablo siempre de lo que yo he visto, no de todo lo que se ha publicado o estrenado este año, porque los días tienen sólo 24 horas, qué decir de las series. En esta era, no sé si dorada o de burbuja, que viven las series, no es ya que no haya visto muchas de las series más elogiadas, es que sólo he visto unas pocas de ellas, poquísimas. Así que no creo que sorprenda a nadie esta lista, ni tampoco servirá para descubrir la última serie de moda, esa que dura entre cinco y diez minutos en ser olvidada para dar paso a la siguiente. 


Me gustó mucho Chérnobil, una miniserie de cinco capítulos que estrenó HBO en mayo y que retrata la tragedia nuclear en la central de Chérnobil y el modo en el que la Unión Soviética buscó esconder la verdad de lo ocurrido. La serie da una idea clara del daño que hacen los estados totalitarios y también de lo necesario y urgente que es siempre escuchar a los científicos y atender a los hechos, más que dejarse guiar por intereses partidistas o políticos. "Cuando la verdad ofende, mentimos y mentimos hasta que olvidamos que la verdad sigue ahí, pero siempre sigue ahí", le escuchamos decir en la serie a Valeri Légasov, científico soviético experto en física nuclear que combatió las presiones y las mentiras del aparato soviético, más preocupado por ocultar la gravedad de lo ocurrido que por ayudar a las víctimas y evitar futuros accidentes similares. Cada vez que pienso que hay una burbuja de series, me acuerdo de Chérnobil para tener claro que sigue valiendo la pena atender al mundo seriéfilo. 

Entre tanta abundancia de series, también he disfrutado mucho El hombre en el castillo, producida por Amazon y basada en la novela distópica homónima de Philipp K. Dick. El autor imaginó en este libro una historia alternativa, en la que los nazis y los japoneses ganaron la II Guerra Mundial. Estremece ver la esvástica en la bandera de Estados Unidos, cuyo territorio se divide entre las zonas controladas por los nazis, la que domina Japón y la zona neutral, donde no rige ley alguna. Hace poco se ha estrenado la cuarta temporada de la serie, que remonta el vuelo tras una dubitativa tercera tanda de capítulos, que mostró un cierto agotamiento. 

Entre las series internacionales que he visto este año, destaco también Billions, que sigue en plena forma en su cuarta temporada, y Los Médici, cuya nueva temporada, estrenada por Movistar, tengo pendiente, en la que se sigue contando la vida de Lorenzo el magnífico.  


De España, me quedo con Vergüenza, de Juan Cavestany y Álvaro Fernández-Armero, el ejemplo perfecto de serie que jamás habría producido una televisión en abierto en España, y por la que sí ha apostado Movistar, porque no todo lo relacionado con el auge de las plataformas es malo, ni casa con la realidad esa visión apocalíptica de algunos. La segunda temporada mantiene el nivel de la primera y consigue incluso abochornar más. Le queda cuerda para rato, igual que a Paquita Salas, cuya tercera temporada se estrenó en primavera, y en la que los Javis demostraron que siguen teniendo su pulso narrativo, carente de prejuicio alguno, que les permite de juntar drama con comedia, petardeo con sensibilidad, referencias cañís con otras más culturetas

También me han gustado este año La caza: Monteperdido, un trhiller impecable que cumple con lo que promete el género, emitida por TVE, y Merlí: Sapere Aude, la continuación de Merlí, aquel prodigio de TV3 sobre un profesor de Filosofía que invitaba a sus alumnos a pensar, que les empujaba a la rebeldía y el inconformismo. En este spin-off, que tendrá segunda temporada, Pol Rubio (Carlos Cuevas) entra en la universidad, con el propósito de convertirse en profesor de Filosofía y seguir los pasos de su maestro. Mantiene la esencia de la serie original y, sobre todo, María Pujalte se sale dando vida a María Bolaño, la nueva mentora de Pol. 


Pero, quizá por encima de cualquier otra cosa, 2019 ha sido el año del final de Juego de tronos, con todo lo que eso significa. Corrieron ríos de tinta sobre el final de una serie que sin duda ha marcado un antes y un después, que ha logrado ser un auténtico fenómeno mundial. La octava y última temporada de la serie continuó con la deriva de pérdida de complejidad de la tanda anterior de episodios. No es tanto el final lo que no terminó de convencer (a mí, de hecho, me pareció coherente con el desarrollo de la serie, no me decepcionó, o no tanto como a otros) sino el modo de llegar a él. Se ve todo demasiado apresurado, sin la hondura en los diálogos y en el viaje emocional de los personajes que eran la señal de identidad de la serie en las primeras temporadas. Con todo, recordaremos a Juego de tronos por lo mucho que nos ha hecho disfrutar los últimos años más que por su desenlace. 

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