Merlí: Sapere Aude

Casi dos años después del final de Merlí, esa maravillosa osadía de Héctor Lozano, una serie sobre filosofía que invita a la reflexión, Movistar estrena Merlí: Sapere Aude, un spin-off de aquella producción de TV3, que después popularizó en otras latitudes Netflix. No era fácil mantener el listón de la serie original, pero Merlí: Sapere Aude no sólo lo consigue, sino que incluso lo supera por momentos. Es una serie más madura, que conserva el espíritu de Merlí, pero alcanza otro vuelo, otra hondura. Mantiene su espíritu combativo, la invitación permanente a la rebelión, a cuestionárselo todo, pero lo hace con más valentía a la hora de abordar determinados temas tabú. Los spin-off los carga el diablo y es difícil acertar, pero todos los riesgos de la continuación de una historia de éxito quedan disipados en esta serie, de la que esperamos una segunda temporada, y que Movistar estrenó a las puertas de un puente, como invitando a un maratón. 


Comienza la serie apenas unas semanas después de la muerte de Merlí. Pol Rubio (inmenso Carlos Cuevas, un paso más allá en su interpretación, como todo en esta serie) arrastra el dolor por la muerte de su mentor y se cuestiona a sí mismo. Se apoyará en Bruno (impecable David Solans), hijo de Merlí, que afronta la pérdida de su padre de una forma distinta a la de Pol, y no digamos ya a la de Carmina Calduch (Ana María Barnay), más teatral y sentida, que regala algunas de las mejores escenas de la serie. La Calduch ya era de lo mejor de Merlí, sin necesidad de acaparar muchos planos. Aquí, directamente, se sale. Ellos son los tres únicos personajes que continúan de la serie original, junto al padre de Pol (Boris Ruiz), irreconocible, que deja atrás la amargura y la tristeza gracias al amor, que encuentra en Glòria (Assun Planas), quien también continúa. Todos los demás personajes son nuevos. Merlí: Sapere Aude es una serie distinta a la anterior, con todas sus virtudes, reforzadas, y más atrevida. 

¿Qué aporta este spin-off que no ofrecía Merlí? ¿En qué se diferencia? De entrada, visualmente la serie es más rica. Hay más exteriores, Barcelona y sus calles ganan protagonismo. Por cierto, la serie es totalmente bilingüe, igual que la vida real en Barcelona. Con total normalidad. Cuánto se agradece. También hay escenas sexuales más explícitas, siempre justificadas por el guión. La serie sigue la entrada en la universidad de Pol Rubio y aborda, entre otras cuestiones, sus dudas sobre su orientación sexual, él que detesta las etiquetas y no quiere ni oír hablar de bisexualidad. Hay escenas explícitas que ayudan a contar esa historia. La serie coincide en lo principal con su antecesora y sabe mantener su legado. Sobre todo, por los temas que aborda. No rehuye ninguno: libertad de expresión, el estado de la educación pública, la muerte, la identidad sexual, el racismo, los distintos planteamientos ante la vida... Los debates que se generan en clase son una delicia.

Uno de los puntos fuertes, fortísimos, de la serie son sus diálogos, brillantes, acerados. Es una historia extraordinariamente bien escrita. Muchos de sus personajes generan una atracción magnética en el espectador y, por supuesto, el trabajo de los intérpretes ayuda a ello, pero es que, de entrada, están muy bien escritos y definidos. Son personajes complejos, con aristas, con vulnerabilidades y dudas. "La única frase prohibida en esta clase es lo tengo clarísimo", escuchamos en un momento de la serie. Esa complejidad de los personas y las relaciones entre ellos hacen de Merlí: Sapere Aude una serie distinta, con mucha más profundidad que otras series, adolescentes o no. 

La serie también tiene a María Pujalte, excepcional, que da vida a María Bolaño, una catedrática que encontrará Pol en la universidad y que será su nueva mentora. No es Merlí en mujer. Se parece, claro, pero el personaje tiene sus propias circunstancias vitales. Es un persona maravilloso al que la actriz eleva a otra categoría. Probablemente, es lo mejor de la serie. Una mujer que es políticamente incorrecta, pero de verdad, no como disfraz de una visión retrógada y rancia de la vida, como utilizan tantos hoy en en día su supuesta incorrección política. Es polémica, libérrima, brava, rebelde, pero también vulnerable. Su debilidad es su hija, a quien interpreta Gloria Ramos, a quien conocimos en Campeones. La relación entre ambas es de una riqueza extraordinaria, que además normaliza la vida independiente de las personas con síndrome de Down. 

La relación entre Pol y Bruno, cuyo final juntos el espectador ya conoce por el salto en el tiempo que dio Merlí en su capítulo final, es otro de los alicientes de Merlí: Sapere Aude. Nunca fue la suya una relación convencional, precisamente, y seguirá sin serlo. Sigue el deseo, sobre todo de Bruno hacia Pol, pero ambos se apoyan, ganan en madurez. Se desean, pero también se quieren bien. Se apoyan. Se alejan y se acercan. Se tienen el uno al otro, de su manera. El grupo de amigos de Pol en la universidad generará toda clase de enredos. Rai (Pablo Capuz) será el personaje más rico (y no sólo en lo que se refiere la dinero) del grupo. Odioso a ratos, afectado por unas fuertes carencias emocionales, hijo de familia bien, con la vida resuelta y un casoplón, es un personaje ambiguo, al que odiar y amar, todo a la vez. 

También están en el grupo Minerva (Azul Fernández), que es un guiño a los fans argentinos de la serie, pero más que eso, porque es un personaje muy potente; Biel (Pere Vallribera), el más entrañable e infantil de todos; y Oti (Claudia Vega), que lleva tres años con su novio y, tan joven, parece vivir ya un matrimonio, de cuya monotonía intenta escapar. También conocemos, en papeles más secundarios, a los nuevos compañero de Bruno en la carrera de Historia y a los compañeros de piso de Minerva: una chica estadounidense maja, aunque votante de Trump y defensora de las armas, y un joven francés, encantadora y seductoramente francés, que toca el piano. 

La serie invita a pensar y plantea preguntas, sin dar nunca las respuestas, afortunadamente, sin subrayados. Trata al espectador como a alguien adulto, capaz de sacar sus propias conclusiones. Ocurre lo mismo que con los personajes: nada es blanco ni negro, todos arrastran sus vulnerabilidades y dudas. Es una serie libre, libérrima, una auténtica delicia. Una serie que a muchos nos habría encantado ver siendo adolescentes o universitarios, pero que nos encanta igualmente verla de menos jóvenes. Merlí: Sapetre Aude existe por el éxito de Merlí, claro, pero no es una forma desesperada de alargar una fórmula de éxito. Todo lo contrario, el universo de Merlí sigue teniendo mucho que contar, seguimos queriendo quedarnos a vivir en él. 

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