El hombre en el castillo

La sobreabundancia de series y el número creciente de plataformas que las emiten hace cada vez más fácil que se escape del radar alguna serie original, atractiva, con méritos suficientes para destacar entre tanta cantidad de competencia. Es imposible seguir todas las series señaladas como imprescindibles, si se aspira a tener vida más allá de la pantalla de la televisión y, a la vez, es altamente probable que haya series excelentes que uno se pierda, sencillamente, porque no puede abarcarlo todo. Afortunadamente, siempre queda quien te recomienda encarecidamente incluir en tu carta de series una historia diferente que merece tu atención. Hablo de El hombre en el castillo, la serie que se basa en la novela homónima de Philipp K. Dick, que produce y emite Amazon, a través de Amazon Prime Video. 


No diré que es una serie clandestina, porque sí se ha hablado de ella, pero en esta época de series por todas partes, sí creo que ha pasado bastante desapercibida. Merecería más suerte y más elogios de la crítica, pienso, esta historia distópica que recrea un mundo en el que el fascismo ha ganado la II Guerra Mundial, lo que lleva a la Alemania nazi y a Japón a repartirse el mundo. Estados Unidos está dividido en tres partes: la que pertenece al país dominado por Hitler, la que queda bajo dominio nipón y la zona neutral, una parte sin ley donde refugiados, buscavidas y perseguidos por distintas causas conviven ajenos al control de las dos potencias fascistas. 

El punto de partida es sugerente, pero el desarrollo de la serie lo hace aún más atractivo. Tengo pendiente leer la novela, en la que presumo una profundidad mayor que la de esta producción audiovisual, creada por Frank Spotnitz. Al parecer, hay diferencias importantes entre la novela y la serie, sobre todo, porque ésta lleva ya tres temporadas y estrenará en otoño la cuarta, por lo que su camino se ha separado de la del libro y ha ido más allá. En todo caso, se percibe en la serie esa solidez que aporta la buena literatura. Sucede en otras series o películas basadas en libros. Más allá de la clásica (y cierta, casi siempre) afirmación de que las novelas siempre son mejores que sus versiones en la pequeña o la gran pantalla, es también habitual que las series basadas en libros presenten personajes más complejos y tramas con más hondura de lo habitual. El libro, por lo general, aporta una base consistente que se percibe con claridad en la historia que se rueda en pantalla. Eso ocurre, sin duda, en esta serie. 

El mundo que recrea esta distopía es espantoso, pero, afortunadamente, la serie no se queda en reflejar lo obvio. No hace caricaturas de nazis malvados y miembros de la resistencia bondadosos. No cae en tópicos ni toma atajos a la hora de narrar la historia. Decide ir más allá. Lo que podría haberse quedado sólo en una buena idea conduce a una historia más y más trepidante. Los personajes, todos, no son estereotipos. Son seres de carne y hueso. Hay verdad en todos ellos, desde los colaboradores nazis nada convencidos con la deriva que ha tomado su país hasta los miembros de la resistencia atormentados por traumas del pasado. Nada es forzado en la historia, todo fluje. Y eso lo hace especialmente impactante. Porque los nazis también quieren a sus hijos, por ejemplo. 

La serie alcanza su cénit narrativo en la segunda temporada. En la tercera hay momentos en los que parece ir a la deriva,  no tener claro el rumbo que tomará, pero se recupera pronto, con un desenlace que deja al espectador con ganas de más. La gran protagonista de la serie es Juliana Crane (Alexa Davalos), una ciudadana que vive en la parte de Estados Unidos dominada por Japón. No tiene ningún contacto con la resistencia ni el menor compromiso político, se limita, como la mayoría de los habitantes en una dictadura, a sobrevivir, a jugar las cartas que le han tocado. Todo cambiará cuando un encuentro con su hermana le lleve a intentar desentrañar un misterio que también intriga a los espectadores. A partir de ahí, la serie crece. Con traiciones. Con sorpresas. Con personas débiles, vulnerables, llenas de temores y odio. Y, también, con espacios para la esperanza, con pequeñas luces en medio de la oscuridad. Esa esperanza la aportan unas misteriosas cintas que muestran un pasado diferente, en el que los nazis pierden la guerra. Son películas que produce el conocido como hombre en el castillo, un mito de la resistencia, el objetivo número uno de Hitler. Un Hitler anciano, por cierto, al que vemos envejecer en el poder, dominando el mundo. 

Uno de los aciertos de El hombre en el castillo es la diversidad de personajes y el hecho de que todos ellos cambian a lo largo de la serie. El viaje emocional de cada uno de ellos es gigantesco. Empezando por Juliana Crane, claro, pero no sólo. También su marido, Frank Frink (un pintor que tuvo que abandonar su arte "degenerado", a quien interpreta Rupert Evans) cambia mucho a medida que avanza la trama, igual que Joe Blake (Luke Kleintank), a quien conocemos como un miembro de la resistencia. Uno de los personajes más complejos de la historia es el de Jonh Smith (Rufus Sewll), un alto cargo de la jerarquía nazi, cuya lealtad a los principios criminales del Reich se pondrá pronto a prueba. La serie recorre caminos del todo inesperados y concluye su tercera temporada con la capacidad de seguir sorprendiendo, con el espectador enganchado ya a la historia de estos personajes y a la peculiar historia que plantea. Entre tanta maraña de series, ante semejante sobreabundancia de historias en tantas plataformas, El hombre en el castillo puede ser una muy buena opción para agrandar aún más la lista de series que seguir. Aunque tarde, celebro haber llegado a ella y espero que su cuarta temporada mantenga el nivel de las precedentes, sobre todo, las dos primeras. 

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