Chernobyl

Cuando empiezo a ver una serie de éxito, hay una parte de mí que desea de forma bastante estúpida que no me guste, para poder decir eso "no es para tanto" y así llevar la contraria a todo el mundo. Con Chernobyl, la miniserie de HBO creada por Craig Mazin que retrata el peor accidente nuclear de la historia, esa parte de mí descubrió muy pronto que no iba a poder desligarse de las elogiosas críticas generalizadas y que sólo quedaría unirse a ellas. Efectivamente, Chernobyl es una serie extraordinaria. Y más extraordinaria aún si nos limitamos a valorar sus múltiples virtudes y aciertos narrativos y dejamos a un lado titulares grandilocuentes y efectivas, del tipo "la nueva Juego de tronos", como si tuviera algo que ver, más allá de la plataforma que la produce, y como si de verdad hiciera falta andar comparando unas series con otras. 


La historia del accidente de la central nuclear de Chernóbil es por todos conocidos, o eso pensamos cuando empezamos a ver la serie. Reconozco que hay aspectos del accidente que desconocía por completo, pero estoy convencido de que las personas con más información sobre esta tragedia apreciarán igual que el resto la calidad de esta serie de cinco capítulos que disecciona lo ocurrido aquel fatídico 26 de abril de 1986 y, sobre todo, lo que vino después. "Nos enfrentamos a algo que nunca antes había ocurrido", se dice en uno de los primeros capítulos de la serie. Un fallo durante una prueba en la central provocó el mayor desastre registrado en una central nuclear de la historia. Las medidas que se deben tomar para intentar aminorar los efectos de la debacle, la incompetencia de las autoridades soviéticas y el empeño de algunos hombres buenos más allá de ideologías y asuntos de Estado, quedan retratados con precisión milimétrica y, a tenor de lo que dicen los expertos, con una alta fidelidad a lo que ocurrió de verdad

La serie tiene varios protagonistas, pero sin duda la atención se centra sobre todo en Valeri Legásov (brillantemente interpretado por Jared Harris). Legásov era un científico experto en física nuclear que recibe el encargo de ponerse al frente de la comisión gubernamental encargada de investigar lo ocurrido en el accidente. Él, con su verdad científica, con sus conocimientos, se enfrentará a la burocracia soviética, que primero intenta minimizar lo ocurrido, después busca por todos los medios ocultarlo al mundo y luego se empecina en achacar a la falta de profesionalidad de los empleados de la central, eludiendo cualquier clase de autocrítica. Baste decir que hoy, ya con la Unión Soviética desaparecida, el balance oficial de aquel desastre nuclear habla de 31 muertos, cuando los expertos creen que las muertes causadas por el accidente se deben contar más bien en miles, aunque es imposible determinar una cifra exacta

Legásov rinde cuentas en la investigación del accidente a Borís Shcherbina (Stellan Skarsgard), vicepresidente del consejo de ministros, cuya actitud ante el accidente nuclear varía a medida que Legásov le explica las consecuencias del mismo. Ambos personajes existieron de verdad, a diferencia de la científica Ulana Khomyuk (Emily Watson), que es una licencia de los creadores de la serie para representar a todos aquellos científicos que se enfrentaron a la poderosa maquinaria soviética al cuestionar la verdad oficial sobre lo ocurrido en Chernóbil. Porque la serie se vertebra precisamente sobre esa palabra: la verdad. O, más concretamente, sobre el poder devastador de las mentiras. 

Como ya en la primera escena de la serie se presencia el suicidio de Legásov, justo dos años después del accidente nuclear de Chernóbil, no es un spoiler desvelar el desenlace del científico, ni tampoco que dejó testimonio de lo que había vivido al frente de la comisión investigadora. Fue en buena medida esa firme voluntad de aferrarse a la verdad de Legásov lo que nos permite hoy conocer lo ocurrido en Chernóbil, y lo que terminó obligando a la Unión Soviética a tomar medidas para reforzar la seguridad en sus centrales nucleares. Legásov, un hombre bueno, que se limita a compartir sus conocimientos científicos, que sólo entienden de hechos, no de intereses estatales ni otras cuestiones sucias de la política, un héroe que tuvo que tomar decisiones complicadas y cuya valentía le costó la vida, igual que a los mineros y muchos otros trabajadores que se volcaron en las labores de extinción del incendio y de aislamiento del núcleo de la central para evitar un desastre mayor. En muchos casos, forzados, pero en otros, movidos por la idea de que sólo estaban haciendo lo que debían hacer, lo correcto. Hay algo fascinante en ese impulso que lleva a muchas personas a echar una mano, aunque supieran a lo que se exponían, sólo para ayudar a los demás. En medio de la estupidez e incompetencia del Estado soviético, la honradez de sus ciudadanos, su valentía, su honestidad. 

"Cuando la verdad ofende, mentimos y mentimos hasta que olvidamos que la verdad sigue ahí, pero siempre sigue ahí", escuchamos decir a Legásov. Y prosigue: "a la verdad no le importan los gobiernos, ni las ideologías ni las religiones, nos esperará eternamente". La verdad ante un Estado más preocupado por ocultarla que por proteger a su pueblo. Un accidente nuclear devastador cuya narración, precisa, exquisita, muy dura en ocasiones, ofrece en esta serie también un tratado sobre política, sobre lo tóxico y peligroso que puede resultar el sectarismo, la cerrazón de las ideologías ante las evidencias científicas. La verdad frente a la mentira. Las buenas personas decididas a asumir un coste inmenso, el mayor posible, frente a un Estado totalitario encerrado en sí mismo. Una serie, en fin, extraordinaria. 

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