Exposiciones (y viajes) de 2018

"Hoy todos saben, saben ya de hace años que este puntito del mapa es Auschwitz. Eso es lo que saben y piensan que saben todo los demás". Esta frase, de Charlotte Delbo, superviviente del campo de concentración de Auschwitz, explica con precisión cómo las palabras no alcanzan a describir el horror del Holocausto. Esta reflexión, y otras igual de estremecedoras, aparece en la impresionante exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos, que ha acogido en los últimos meses, con sucesivas prórrogas, la Fundación Canal. No es que sea la exposición más impactante que he visto este año, es que es es la más impactante que he visto en mi vida. Más de tres horas recorriendo el horror, desde el momento en el que los soldados soviéticos entraron en el campo hasta las imágenes y los testimonios de la más espantosa atrocidad cometida por el hombre.


Duele la exposición, que ya desde el título busca lanzar un mensaje siempre necesario, y sobre todo en este tiempo del odio que vivimos: algo así puede volver a ocurrir. Aquella masacre, aquella inimaginable maquinaria del crimen y el horror, no ocurrió hace mucho tiempo, ni tampoco muy lejos. La sociedad que miró hacia otro lado o incluso jaleó cuando se perseguían a judíos, gitanos, personas con discapacidad u homosexuales, no era tan distinta a la nuestra. Los lectores de los medios antesemitas que se exponen en la muestra eran personas corrientes. El discurso del odio prendió en ellos. Y nadie fue capaz de detenerlo. Fue el apoyo de unos pocos, o no tan pocos, pero, sobre todo, el silencio de la mayoría, lo que permitió crecer semejante proyecto asesino. Todo en esta exposición estremece, desde las imágenes de los supervivientes a las historias de quienes no corrieron la misma suerte, desde los objetos de quienes estuvieron en Auschwitz hasta las salas que recrean la angustia y la inhumanidad de aquel campo de exterminio. Y la papeleta con el nombre de Adolf Hitler, quizá el objeto más espantoso, porque recuerda cómo llegó semejante plan de odio y muerte al poder: por el voto popular. Esta impresionante exposición recuerda que tenemos la obligación moral de no olvidar.

Después de escribir sobre Auschwitz, todo carece de sentido. El resto de exposiciones, y todo lo demás, palidece a su lado. Adorno se cuestionó sobre la imposibilidad de la poesía tras Auschwitz. "Es un acto de barbarie", escribió. Así que cuesta seguir relatando el resto de exposiciones que he visto este año. Cuesta mucho. Pero allá vamos. Una de esas exposiciones inolvidables de este 2018 ha sido Picasso. Azul y rosa. Especial por muchas razones, empezando por su ubicación, el el Museo de Orsay que se levanta sobre la estación a la que el propio Picasso llegó por primera vez a París, y siguiendo por la emoción que supone ver cuadros de la primera etapa del genio malagueño, que aún no firmaba como pasó a la fama mundial, sino que aún conservaba su nombre entero: Pablo Ruiz Picasso.

La muestra recoge dos de las etapas en la obra del pintor, la azul y la rosa, sólo dos de las mil caras de Picasso. La primera exposición del genio en París fue un punto de inflexión para él, como refleja esta cuidada exposición, que presenta algunas de las críticas recibidas entonces. El suicidio en París de Carlos Casagemas, amigo de Picasso, marcó al pintor. Fue esa pérdida la que le llevó a las tonalidades azules, de la melancolía y la tristeza. La muestra apenas recoge seis años de la obra de Picasso, el artista inmortal que tantos otros estilos desarrollaría, que tantas otras obsesiones creativas seguiría. Es una exposición excepcional, que acoge hasta enero el museo de Orsay, así que aún se está a tiempo de verla, por si hace falta alguna excusa para volver a París, la ciudad más hermosa del mundo, una fiesta que nunca termina. Este año volví a disfrutar de ella y ojalá pueda ser así cada año, como hago con Barcelona, bellísima siempre, especialmente en abril por Sant Jordi, y con Donosti, que por tantas razones siento como mi segunda casa. 

Precisamente en Barcelona vi otras dos exposiciones que recuerdo con especial cariño. Una de ellas, sobre Brassaï, que captó con sus fotografías el París nocturno y bohemio. La exposición, en la Fundación Mapfre, que después vino a Madrid, es encantadora y muestra una mirada única de un artista con un talento especial. La otra exposición se centra, de forma colateral, en un genio amigo de Picasso, hasta que la política los separó: Salvador Dalí. La exposición, titulada Gala Salvador Dalí: Una habitación propia en Púbol, reivindica en realidad el papel de la misteriosa Gala en la vida y en la obra de Dalí, no como musa, sino como coautora de sus obras.

 He juntado en este artículo las exposiciones y los viajes de este año porque una exposición tiene mucho de viajes, porque varias de estas muestras las he disfrutado en viajes y, en parte también, para qué nos vamos a engañar, porque se nos escapa el año, no va más, esto termina. Así que, antes de acabar, comparto otras de las mejores experiencias de este 2018, una por la que recordaré sin duda este año: Perú. Me enamoré de aquel país, tan diverso, tan encantador, tan contradictorio, tan lleno de contrastres. Por su excelsa gastronomía, por sus paisajes, por la extraordinaria ciudad de Cuzco, con la que quizá sea la plaza más bella del mundo; por la sensación de estar en un mar navegando por el lago Titicaca, aunque uno esté a 3.800 metros de altitud; por Arequipa y el valle y el cañón del Colca; y, claro, por el Machu Picchu, uno de los lugares más fascinantes que he conocido, cuya leyenda se queda pequeña al lado de su grandiosidad. Este año me he reafirmado en la idea de que los viajes están entre las mejores experiencias de la vida, las que le dan sentido y la elevan a otra dimensión.

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