Picasso. Azul y rosa

La exposición Picasso. Bleu et rose es irresistible por varias razones. Una de ellas, su ubicación. No sólo porque se expone en París, ciudad que no necesita más razones para ser visitada, sino porque acoge la muestra el Museo de Orsay. El centro artístico está levantado sobre la antigua estación de tren a la que llegó Picasso a principios del siglo pasado en busca de la gloria, atraído por la radiante luminosidad de París, centro artístico mundial. Emociona pensar que los cuadros que muestran los comienzos de Picasso, sus periodos azul y rosa, se exponen ahora en el mismo espacio físico en el que el genio pisó París por primera vez.


Otro aliciente de la exposición es, precisamente, lo que tiene de recreación de ese periodo de la obra de Picasso. La muestra no se limita a exponer algunas obras del autor entre 1900 y 1906, sino que reconstruye esos pasos de genio en su juventud, cuando armado de talento e ilusión llegó a París para hacerse un nombre en el mundo del arte. Pocos podían imaginar entonces hasta qué punto lo revolucionaría. Algunas de las obras expuestas en el Orsay no están aún firmadas como Picasso, sino que incluye aún su nombre y su primer apellido, Pablo Ruiz Picasso, lo que ayuda aún más a introducir al visitante en esa recreación fiel de seis años en la vida del genio malagueño, cuyo idilio con París fue tan fructífero para su obra. 

Una de las salas está ilustrada con fragmentos de las críticas, por lo general entusiastas, de la primera exposición de Picasso en París, un punto de inflexión en su carrera. Otro acierto de la exposición, que muestra obras de un Picasso jovencísimo, una de las mil caras del genio que probó y sacudió tantos estilos, que se fue encontrando con el paso de los años, mostrando distintas facetas de sí mismo, distintos brochazos, distintas sensibilidades. Es otro motivo que hace irresistible esta muestra, pues recuerda al visitante la gigantesca dimensión de Picasso. Seis años  de su carrera, sólo seis años, sirven para construir una exposición extraordinaria, dejando aparte tantos y tantos hitos de su carrera que llegarían después. 

En la muestra se refleja la trascendencia que tuvo en la vida y en la obra de Picasso el suicidio en París de su amigo Carles Casagemas, después de un incidente violento en el que éste amenazó a su pareja. La muerte de Casagemas impacta a Picasso, que pinta varias obras de su amigo muerto, sin dejar de mostrar el agujero en la cabeza que provocó el disparo con el que se quitó la vida. Primero, con un estilo más colorido, con un aire a las obras de Van Gogh. Pero pronto, en tonalidades azules. Empieza su periodo azul, el de la tristeza y la melancolía, el de la muerte y efecto en la vida. Desgarran las obras de ese autor joven que sabe que el arte nace del dolor. Poco a poco, Picasso evolucionará hacia su periodo rosa, en el que los motivos circenses y los acróbatas toman el relevo a la muerte y la melancolía como obsesión del artista.

Genio incansable, Picasso recorrería después otros caminos, como el cubismo. Esta exposición, que acoge el Museo de Orsay hasta enero, se limita a recorrer las dos primeras etapas de Picasso, estrechamente ligadas a París y que recorren apenas seis años de su prolífica existencia. El talento de un autor aún con dudas, ansioso por probar y descubrir nuevas formas de expresión, aún debatiéndose entre pintar algunos cuadros más académicos para no decepcionar a su padre y dar rienda suelta a sus obsesiones. Los primeros pasos de uno de los más importantes y rupturistas genios del pasado siglo, que se pinta a sí mismo en cuadros que homenajean a Toulouse-Lautrec y a Van Gogh, en obras que se inspiran en otros estilos, hasta que él se convierta en inspiración de tantos otros artistas que llevan más de un siglo admirando su obra.

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