Érase una vez mi madre no es mal título para una película, pero es una pena que no se haya mantenido el título de la película de Ken Scott estrenada recientemente en España, y que en el original francés se llama Ma Mère, Dieu et Sylvie Vartan, es decir, mi madre, dios y Sylvie Vartan. En ese título, que es el mismo que el libro de Roland Perez que adapta, está toda la historia. Ahí están, en pie de igualdad, o tal vez más bien por orden, los tres referentes de la vida del protagonista. Una madre omnipresente, la fe que tiene un gran peso en su familia y las canciones de Sylvie Vartan como algo fundamental en su vida.
A veces se dice de alguna película que es más grande que la vida, pero hay vidas que son más grandes, asombrosas y emotivas que cualquier ficción. Desde luego, la vida del abogado francés Roland Perez es de esas. Impacta lo que cuenta en su biografía, que ahora ha llegado al cine con gran éxito en Francia. Nació con una malformación en el pie derecho que le impedía andar. Los médicos no tenían duda alguna: era imposible que pudiera caminar, debía usar algún artilugio para contener el mal. Su madre, en contra de toda lógica, poseída de una fe irracional y sin base alguna, se niega a aceptarlo. Su niño tendrá una vida feliz y el día que vaya a la escuela por primera vez irá a pie, como el resto.
Primero, persigue a médicos en todo el mundo para intentar encontrar una solución a los problemas de su hijo. Después reza día y noche pidiendo un milagro. Se niega a llevar a su hijo al colegio, arriesgando así la propia custodia del menor. Y, al final, increíblemente, tras acudir a una curandera, consigue caminar. Es una historia asombrosa e impactante, pero real, que en su día impresionó a la sociedad francesa, hasta el punto de que Esther, la madre de Roland Perez, fue condecorada por el entonces presidente de la República francesa.
Es admirable esa entrega de la madre con su hijo, pero lógicamente, hay una cara B. Porque es una madre con una personalidad arrolladora, apasionada y sin medida, pero también sobreprotectora y amorosa, invasiva y entrañable, atosigadora y tierna, deslenguada y adorable, todo a la vez. Y así de compleja es también la relación con su hijo. Gracias a su empeño irracional y desmedido, el chaval logró andar contra todo pronóstico, pero, a la vez, la madre no termina de cortar el cordón umbilical con él a medida que crece. La ambivalencia de esa relación es el hilo conductor de la película, que tiene a la portentosa interpretación de Leïla Bekhti en el papel de Esther como su gran pilar. Es hipnótica.
La familia de Perez es un auténtico matriarcado. La madre ocupa todo el espacio. Ella lo hace y lo controla todo. Ella ordena y manda. Eligió lo que decía estudiar su hijo, hasta casi con quién debía casarse. Tan indudable es su amor como su excesivo control de la vida de su hijo. Él adora a su madre, pero a la vez, a medida que crece, le irrita su omnipresencia en su vida. Y es preciosa esa relación tan llena de aristas, que recuerda en cierta forma a Apegos feroces, ese título precioso del libro en el que Vivian Gornick describió la relación con su madre, o al dilema entre la fidelidad y el amor a su familia, de un lado, y la necesidad de independencia y perseguir sus sueños que vivía la protagonista de La familia Bélier.
Además de esa interpretación y del tono del filme, siempre a medio camino entre la comedia y el drama, como la vida misma, tan llena de verdad, otro de los grandes aciertos de la película, otro de los motivos por los que la historia real detrás del filme es tan asombrosa, es el modo en el que se muestra el papel crucial que las canciones de Sylvie Vartan juega en la vida del protagonista. Porque este caso es muy extremo, sin duda, pero es indudable que hay escritoras, cantantes o películas que de verdad son trascendentales para muchas personas. Va más allá de que algo entretenga o divierta, hay casos en los que determinadas creaciones culturales forman parte de la identidad y de la vida misma de algunas personas. Hay gente para la que una cantante es más importante que familiares o amigos. Y aquí se retrata con una belleza maravillosa, adornada además por la música de Vartan, quien aparece en el filme interpretándose a sí mismo.
Érase una vez mi madre, en fin, es una película encantadora, que te dejan con ganas de leer el libro en el que está basado, de escuchar en bucle canciones de Vartan, de celebrar la vida y, desde luego, de llamar y abrazar a tu madre. Es una película maravillosa.
Comentarios