Postales de Perú (III): Puno y Lago Titicaca


Como capital folclórica de Perú se conoce a Puno, siguiente punto de nuestro viaje, que a estas alturas nos tiene ya cautivados y rendidos a este país de contrastes, paisajes fascinantes y multitud de tradiciones y culturas preincaicas. A simple vista, Puno parece una ciudad de mar, salvo que está a 3.800 metros de altitud y ese mar imposible a semejante altura es el Lago Titicaca, el lago navegable más alto del mundo. El lago, del que no se ve fin, ejerce como frontera natural entre el quechua y el aymara. Mucha gente en Puno habla los tres idiomas, nos cuentan. Desde la ciudad se contempla apenas el 10% del lago, que tiene una extensión de 8.570 kilómetros cuadrados, más grande que muchos países.


La contaminación y la sobrepesca provocan que las aguas de la bahía de Puno sean menos cristalinas de lo que deberían, y de lo que son cuando el lago se aleja de la ciudad. Antes de visitar la Isla de Taquile, declarada bien de interés cultural por la Unesco, llegamos a una de las más de 100 islas flotantes de los Uros, construidas con juncos de totora. Una de las visitas más asombrosas y fascinantes del viaje. Parece mentira que caminemos sobre las aguas del Titicaca con juncos y raíces como única base. En las islas viven todavía varias comunidades aymaras, que habitaban las orillas del Lago y tuvieron que buscar una alternativa para preserva su forma de vida (o su vida, a secas) ante el empuje de los incas. 

Varias de estas islas no reciben visitas de turistas. Otras, las que más han mejorado su nivel de vida, según la guía que nos acompaña, sí. En ellas se mantiene su nivel de vida tradicional, aunque con algunos avances, como el móvil y hasta los hornillos para cocinar si la lluvia impide hacerlo al modo clásico. Hay tres escuelas flotantes para los jóvenes de las islas, aunque los estudiantes universitarios se trasladan por lo general a la ciudad, de donde rara vez regresan. Muchos estudian turismo. En tierra firme tienen también un cementerio. 

Los habitantes que quedan en la isla suelen ser los que no tienen oportunidad fuera. Casi 2.000 personas viven en estas asombrosas islas flotantes, que llegan a tener 19 metros de profundidad y tienen fecha de caducidad. Cuando los juncos huelen por falta de oxigenación al aumentar la profundidad de la isla se trasladan a otras que construyen con un procedimiento laborioso. Además, las islas exigen un mantenimiento constante, ya que deben levantar las casas dos veces al año, porque se hunden de forma progresiva. También tienen que cambiar las caña de juncos del suelo porque la humedad les va comiendo terreno. Antes de seguir camino de la Isla de Taquile, tras más de una hora de navegación por "el lago grande", montamos en una de las embarcaciones que construyen los habitantes de las islas flotantes, también con juncos de totora. 

La isla de Taquile, casi 3.000 habitantes. Es uno de esos lugares en los que la naturaleza te abruma, porque te resulta inexplicable, como el buen arte. Es una belleza a la que no hace justicia ninguna fotografía. Sólo puedes dejarte envolver por su grandiosidad, preferiblemente en silencio. Según la guía, el 60% del lago Titicaca pertenece a Perú y el 40% a Bolivia. Al parecer, en Bolivia dicen que la proporción es la contraria. Desde la isla de Taquile Se aprecia la frontera con Bolivia al fondo. Hay buenas relaciones entre ambos países, a diferencia de lo que pasa con Chile. 

El Marqués Pedro González de Taquila da nombre a la isla, donde se aprecian las huellas de los colonos españoles, ya que sus ropas tienen inspiración en estas tierras (una mezcla de aragoneses y catalanes). Los hombres tejen a mano. Las mujeres, con máquinas. Entre las tradiciones de la isla, una especialmente curiosa: las adolescentes de esta comunidad llevan pelo largo hasta que se casan y se lo corta el marido. Con ese pelo se hace una peluca que la mujer le regala a su esposo para que éste la use en las grandes fiestas.

Al día siguiente viajamos hacia Cuzco en el Tren del Inca, una jornada más bien larga, pero con interesantes paradas que hacen el camino más llevadero. Nos detenemos en Pukara, La Raya, Sicuani, Raqchi y Andahuaylilla. En aquella primera localidad visitamos un mini museo de la cultura pukara, que nació 1.500 años antes de Cristo y llegó hasta el siglo IV. Hay restos arqueológicos de aquella civilización, como la figura del Hatun Ñaqak, el decapitador, relacionada con los rituales y los sacrificios a los dioses. Los habitantes de aquella cultura veneraban a las montañas antes de que los incas introdujeran el culto el sol, y los españoles, la religión católica. La iglesia  de Pukara está a medio construir, le falta una torre, porque estalló una revolución contra los españoles en los Andes. 41 años después, Perú logró su independencia en 1821. 

Nos detenemos también en La Raya, cerca de 4.400 metros de altitud, que nos regala unas hermosas vistas de los andes nevados. La cima más alta. que se contempla desde allí es Chimboya, a 5.400 metros. Pasadizo central para que los astrónomos incas vieran el sol el solsticio de verano (21 de diciembre). Tras comer en Sicuani, con unas vistas fabulosas, tras descender 1.000 metros en poco más de media hora, lo que se nota en la vegetación, nos dirigimos hacia Racqui, que era un lugar de peregrinaje. Allí entramos en contacto por primera vez con la cultura inca y encontramos un templo de de Viracocha y construcciones con una base extraordinariamente sólida, muy consistente. 

La última visita del día antes de llegar a Cuzco es la Iglesia de San Pedro de Andahuaylillas, construida por los jesuitas y conocida como la Capilla Sixtina de América. No permiten tomar fotos en el interior del templo, así que sólo pude retratar su fachada (a la derecha). Repleta de pan de oro, la iglesia muestra de forma sublime el barroco andino, con un techo mudéjar fascinante. Apabulla esta iglesia, deja en shock al visitante. Al lado de imágenes católicas conviven símbolos locales como la hoja de coca, el sol al que adoraban los incas o las vestimentas indígenas en algunos santos como San Isidro. También se pueden apreciar cuadros de la escuela cusqueña de pintura. Uno estaría horas y horas en ese templo, con la convicción de que siempre se dejaría algún detalle por admirar. Impresionante. 

Mañana: Cuzco. 

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