Hace un año

 

En vez de 20 años, como en aquel verso de Gil de Biedma, ahora de casi todo hace un año. Un año del último cumpleaños que pudimos celebrar como dios manda. Un año de la última fiesta. Un año de la sensación de salir a la calle despreocupado, sin mascarilla ni miedos. Un año del último abrazo de verdad, sin temores, un año del último viaje soñado, sin límites derivados de una pandemia. Un año desde que se detuvo la vida tal y como era. Tristemente, un año desde que muchas personas a nuestro alrededor empezaron a perder sus vidas. De casi todo hace un año estos días de marzo y se agrava inevitablemente eso que se llama fatiga pandémica (para todo encontramos rápido un nombre).


Ahora que de casi todo hace un año, hay a quienes les está dando por repasar hemerotecas ajenas, sin ser del todo justos quizá y sin recordar lo que ellos pensaban y decían (o no decían) entonces. Yo, al menos, fui a un concierto el 7 de marzo, elogié a Lorenzo Milá y su intervención restando dramatismo al coronavirus, le hice una foto a una pancarta que decía que el machismo mata más que el coronavirus en la manifestación del 8M (a la que, por supuesto, fui), recordé a la gripe aviar y otras grandes amenazas que quedaron en nada, o en poca cosa, en cada conversación del trabajo sobre el tema. Puede que mi falta absoluta de clarividencia entonces, mi incapacidad para saber lo que se nos venía encima, me vacunara ante los que parecen saberlo todo y restriegan ahora a otros lo que hicieron o dijeron entonces. Yo resté importancia al coronavirus hasta el final, mejor dicho, hasta el principio, hasta el lunes 9, cuando las bolsas del mundo se desplomaron por temor a esa epidemia, que pocos días después sería declarada una pandemia. Podría mentir y decir que temía lo que venía, que me anticipé, que ya critiqué mucho a quienes decían que el coronavirus era poco más que una gripe. Pero no es verdad. Hasta el último momento pensé que esto se quedaría en nada. Por eso no me siento con fuerzas de rescatar lo mucho que se equivocaron otros hace un año, porque ya me equivoqué yo bastante por todos ellos. 

En este año de pandemia ha habido momentos mejores y peores, pero ninguno normal del todo, ninguno como antes, cuando éramos felices y no lo sabíamos, o lo sabíamos pero no nos lo decíamos, no sabíamos apreciarlo, porque algo no se aprecia del todo hasta que se pierde. Y nunca pensamos que podríamos perder nuestra normalidad, nuestra vida cotidiana tal y como la conocíamos. En este año ha habido incluso instantes fugaces (ese concierto a distancia en homenaje a Libertad 8, ese Sant Jordi desde las pantallas, esos paseos en familia, ese redescubrimiento del Retiro, la exposición del Reencuentro en el Prado, el viaje a Coruña en verano...) en los que casi sentimos la misma plenitud y felicidad que antes.

Ahora que de casi todo hace un año, asaltan los recuerdos. Es inevitable. Ese viernes 13 de marzo en el que todo se aceleró, que nunca olvidaré. La sensación de estupefacción, porque no terminaba de entender lo que pasaba. Y ahí sigo, la verdad. Aún hay mañanas en las que, al despertar, hay un pequeño instante feliz en el que la pandemia no existe. Pronto vuelve la realidad. La mascarilla para salir de casa, la reducción de la vida social, las videollamadas... Recuerdo, claro, aquella última comida en un restaurante, el lunes 9, cuando ya temía que la situación podría empeorar, pero cuando ni por asomo intuía lo que vendría. 

Por supuesto, ahora que de casi todo hace un año, recuerdo aquel sentimiento de solidaridad del principio, cuando el miedo nos hizo mejores, más respetuosos, más generosos con los demás. Preguntábamos qué tal porque nos interesaba de verdad la respuesta, no por puro formalismo. Algunos pocos héroes han mantenido esa actitud todo este año, pero los más han vuelto al politiqueo, el odio y el ruido de antes, o incluso, peor. Recuerdo el verano como un no lugar, fuera del espacio y del tiempo, un simulacro de normalidad que salió mal. Llegamos a creer que esto había terminado, pero nos topamos con la cruda realidad. En este año hemos pasado todos por rachas en las que creíamos que el final de la pesadilla estaba a la vuelta de la esquina, otras en las que no nos soportábamos ni a nosotros mismos. Y es normal. Creo que está bien aceptar también la tristeza, la inquietud, la desesperación, a ratos. Se hace largo y pesado esto. Hay miedo. Hay rabia. hay irritación. Es lógico. 

De casi todo hace un año y parece que hiciera una eternidad. De pronto, todo cambió. Las clases de francés pasaron a ser a distancia, no había otra forma de ver a nuestros amigos que en la pantalla del móvil, todos (los que tuvimos esa suerte) hicimos una inmersión brusca en el teletrabajo. Y todos nos hemos preguntado qué cambiará en el mundo y qué podríamos aprender de esta crisis. Necesitamos tiempo para ponderar lo vivido este año. Tenemos algunas pocas certezas, muy pocas. Una de las más elementales, por supuesto, es que lo único irreversible de esta pandemia son las muertes, las personas que no podrán contar este año, porque ya no están entre nosotros. También tenemos la certeza de que esta pandemia ha hecho un daño terrible a muchas empresas y familias, porque la economía se ha desplomado. Y, por supuesto, también la certeza de que esta pandemia está afectando muchísimo a la salud mental de muchas personas. 

Otra certeza es que la cultura nos ha rescatado, como hace siempre. Este año habría sido infinitamente peor sin las películas (la mayoría, en casa), los libros y la música. De los 58 artículos en los que ha aparecido la palabra coronavirus en este blog, 59 con éste, la inmensa mayoría son reseñas de libros o críticas de películas. La cultura nos ha salvado. Este año también hemos tenido más claro que nunca qué es lo que de verdad importa en la vida y a quiénes queremos tener cerca. Ahora que de casi todo hace un año, queremos mirar más adelante que hacia atrás, pero todos debemos reconocer que, venga lo que venga a partir de ahora (ojalá unos locos años 20, pero felices y alegres de verdad), este año ha marcado nuestras vidas. Hace un año pusimos banda sonora a lo que nos pasaba: Los días raros, de Vetusta Morla. Y ahí seguimos, encontrando el apoyo que necesitamos en la cultura, porque todo está ahí. Así que la canción para hoy, cuando de casi todo hace un año, puede ser el nuevo tema de Ismael Serrano, Porque fuimos, que recuerda el pasado, cuando "fuimos los amos del mundo, la dulce manzana que Eva mordió", que invita a "aprender que el tiempo perdido enseña a vivir" y que termina mirando  al futuro: "porque fuimos, seremos, a pesar del cansancio". Sí. Porque fuimos, seremos. 

Comentarios