Luis Ramiro estrena disco en la Joy Eslava

Pertenece Luis Ramiro a la estirpe de los cantautores que no necesitan razón alguna para dar un concierto, porque su hábitat natural es el escenario. Con canciones nuevas o sin ellas, en verano o en invierno, siempre es un buen momento para escucharlo en directo, para volver a dejarse sorprender por sus canciones, por esas letras que cuentan una historia, y hasta una vida entera, en tres minutos y medio. Cada recital suyo está lleno de la energía y la poesía de lo cotidiano de sus canciones, pero hay ocasiones especiales y la de anoche en la Joy Eslava de Madrid sin duda lo era, porque estrenaba 2029, su nuevo disco, presentado como una "pequeña banda sonora para los próximos 10 años que nunca terminarán de llegar"


Al modo de la mejor literatura de ciencia ficción, en este disco, tal vez el más literario de Luis Ramiro, el que tiene unas letras con más hondura, se instala en el futuro para hablar del presente. Comenzó con Bienvenidos a la posmodernidad, una declaración de intenciones de este nuevo disco, un tema que radiografía nuestro tiempo, en el que escuchamos, por ejemplo: "todos tienen mucho y todos quieren más. Casas de apuestas en barrios que no pueden soñar. Dios ya no encuentra el paraíso mirando en Google Maps. Somos tendencia. Bienvenidos a la posmodernidad". Con alusiones a Tinder, a los libros de autoayuda, a Instagram, a la fama rápida y a la "música de mierda sonando en el dial". 

Luis Ramiro presentó buena parte de las canciones de su nuevo disco, intercaladas con canciones de otro tiempo, imprescindibles en sus conciertos. El segundo tema fue ya un clásico, Mañana nos casamos en Las Vegas, una de las pocas canciones vitalistas y alegres de su discografía, compuesta sobre todo por el desamor, por la nostalgia, pero a menudo con la ironía acudiendo al rescate. Le siguió la encantadora y melancólica Desayuno con diamantes. Con Mi último paisaje, de su disco anterior, parecía por momentos referirse el cantante a la psicosis generada por el coronavirus ("esperando que algo cambie y nos libre del terror"), pero no, era esa ficción de una invasión extraterrestre como ejemplo extremo para cantar al amor.  

Algo menos verborreico que en ocasiones anteriores, pero con la energía de siempre, y muy bien rodeado en el escenario, entre otros, por Marino Sáiz al violín, quien siempre mejora todo concierto donde está, siguió Luis Ramiro desgranando sus nuevas canciones, lanzándolas al aire, dándoles vuelo, junto a temas ya mucho más rodados y coreados con ganas por un público entregado. Tras El monstruo del armario, una de esas canciones redondas, que cuentan con sensibilidad y precisión una historia en cinco minutos, llegó Mentes siamesas, de su nuevo disco, que interpretó junto a Ele, a quien confieso que no conocía y que prometo seguir de cerca a partir de ahora. 

En esa sucesión de temas nuevos y clásicos, tras El café (más nostalgia en vena) llegó Delorean, una de las mejores canciones de su último disco, que tiene este potente comienzo: "me abrazaste por detrás cuando estaba en la cocina. Me dijiste 'creo en ti, soy tu bomba tu automestima'. Y yo supe que eres tú mi canción, mi medicina. El remedio a mi dolor es la flor de tu rutina. La bandera es el jersery que llevabas esa noche cuando el tiempo se paró en el centro tu coche. Quién iba a pensar que en realidad la eternidad es sólo una casualidad que va sin ropa y sin relojes". Empieza así de arriba y ya no baja de ahí. Magnífica. También merece una escucha detenida Capitana, absolutamente deliciosa. 

También tiene referencias cinematográficas, ya desde el título Annie Hall, que Luis Ramiro cantó junto a Diego Cantero, Funambulista, quien dijo de él: "hace lo que a muchos nos gustaría hacer y escribe lo que nos gustaría escribir". Tuvo otros dos invitados más en el concierto de ayer, Conchita, con quien interpretó Perfecta, en uno de los momentos más emotivos de la noche, porque llegó después de un poema dedicado a las mujeres en la víspera de su Día Internacional, y Marwan. Y aquí me detengo. Porque en el escenario estaban entonces Luis Ramiro, Marwan y Marino Sáiz, al violín. Algo así como la santísima trinidad de la canción de autor. El momento era insuperable, o eso creía, porque aún podía mejorar más, como constaté cuando empezaron a sonar los acordes de la canción y vi que iban a interpretar la maravillosa Relocos y recuerdos, probablemente, mi tema preferido de Luis Ramiro. Un instante mágico, del todo inolvidable. Por cierto, el intercambio de elogios entre Marwan y Luis Ramiro fue extenso y aquel dijo que ha compuesto la mitad de los temas de su nuevo disco junto al autor de 2029. Por si no teníamos ya muchas ganas del nuevo disco de Marwan. 

Para los bises, además de Perfecta, quedaron, claro, dos temas emblemáticos de su nuevo disco: Twin Peaks y, sobre todo, Bridget Jones, en la que Luis Ramiro cumple su regla no escrita que dice algo así como "cuanto más melancólica sea la letra, más marchosa es la música que la acompaña". Ahí nos vimos, en la Joy Slava, bailando estrofas como "me miro en el espejo y, dios, estoy más feo, gordo y con canas, ¿quién me va a querer a mí si no valgo para nada?" o esta otra "odio con todas mis fuerzas a tantas parejas a mi alrededor. Un San Valentín sangriento sería tan perfecto, tan perfecto, que se muera el amor y que triunfe el dolor". Pero, claro, la ironía acude al rescate, asumiendo que, al ser cantautor, le pagamos por contar desgracias. El poeta brasileño Mario Quintana definió la melancolía como una manera romántica de estar triste. Algo de eso puede haber. Eso y el talento desbordante de las letras de Luis Ramiro, claro. 

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