El mejor teatro que he visto en 2018

Este año, como todos los anteriores, he ido al teatro menos de lo que me gustaría, pero he podido disfrutar de obras muy diversas, desde las que me han hecho pensar y darle vueltas a la historia hasta días después de ver la representación, hasta las que sólo (nada menos) me han hecho reír. La obra que más me ha impactado este año es Mala broma, de Jordi Casanovas, que pude disfrutar en la tristemente cerrada ahora Sala Muntaner de Barcelona. Todo lo que se diga de esta obra sería demasiado simplista. Porque es una obra sobre los límites del humor, pero no sólo. Es teatro que dialoga con el presente, que pone un espejo al espectador, que le invita a reflexionar. Sea cual sea la postura de la que uno parta, alguno de los diálogos de la obra, al borde del precipicio en todo momento, le pondrá en alerta, len hará pensar. 

Hay momentos de la obra en la que una parte del patio de butacas ríe a carcajadas, mientras que otra intenta acallar esa risa y otra más se siente ofendido, o cree que aquello no tiene ninguna gracia. Es teatro importante y valiente. La relación de dos viejos amigos, uno de ellos, periodista quemado en su medio y, el otro, humorista blanco, alejado del humor gamberro que ambos hacían en su juventud.¿Se puede bromear sobre todo? ¿La libertad de expresión sólo tiene sentido si se bromea con temas altamente sensibles y delicados? ¿Todo vale? ¿No hay límites? El sempiterno debate sobre el humor encuentra en esta obra no pocas reflexiones y más preguntas que respuestas, porque tiene la delicadeza de dejarle al espectador tomar sus propias conclusiones. 


El Pavón Kamikaze ha vuelto a ser este año garantía de buen teatro. Me ha gustado especialmente El tratamiento, de Pablo Remón, que es difícilmente descriptible, porque habla un poco de todo, desde la creación artística y sus exigencias hasta el amor, pasando por la gestión de las propias aspiraciones, la insatisfacción, las prisas de la vida en la sociedad actual. Cinco actores en escena (Ana Alonso, Francesco Carril, Bárbara Lennie, Francisco Reyes y Emilio Tomé) que dan vida a distintos personajes y cuentan la historia de un modo cinematográfico, a lomos de un guión ágil que pasa con facilidad y precisión del drama a la comedia. 

Estos días se vuelve a representar en Madrid la obra Voltaire/Rousseau. La disputa, dirigirda por Josep María Flotats, quien también interpreta a Voltaire. Enfrente tiene a Rousseau (Pere Ponce), con quien mantiene una discusión sobre lo humano y lo divino: la religión, la política, la libertad... Dos visiones enfrentadas sobre la realidad, pero ambas críticas con el poder. Es una obra inteligente, con diálogos ácidos y lo que hoy se llama zascas, a diestro y siniestro, pero con argumentos, con una exquisita ironía, con el pulcro y refinado desprecio que ambos intelectuales se profesaban mutuamente. 

Este año volví a cumplir con la tradición de visitar a Mérida, con un viaje en el tiempo y en el espacio, para disfrutar de su Festival de Teatro Clásica, que transforma la ciudad. Raúl Arévalo brilló interpretando a Nerón, en uno de los mejores papeles que le he visto, lo cual es mucho decir. Con el punto justo de locura, de sensibilidad, de megalomanía, de debilidad, de complejidad, en definitiva, Arévalo da vida al emperador romano quizá más caricaturizado, al que en esta obra se le aportan muchos más matices de lo que estamos acostumbrados a ver. La obra, versión de Eduardo Galán, ofrece el recital de Raúl Arévalo, pero no sólo. Es una de esas obras en las que todo funciona a la perfección. 

Además de volver a Mérida, que siempre es un sueño cumplido, he podido cumplir otro, al ver una representación teatral en el corral de comedias de Almagro. Allí disfruté hace unas semanas de los Entremeses de Cervantes, en una noche memorable de teatro. Una delicia, por el talento de la compañía del corral de comedias, por el insuperable escenario en el que interpretaron estas obras y, claro, por la actualidad que encierran los textos de Cervantes, cualidad de todos los clásicos

Termino con otras dos obras que me han encantado este año. En especial, Casi normales, un musical de Brian Yorkey, el creador de Por trece razones, que aborda con una sensibilidad exquisita el trastorno bipolar. Es una obra fabulosa, que creo que ha pasado demasiado de puntillas por la cartelera. Me encantaría volver a verla representada, porque pienso que merecería una trayectoria más larga sobre las tablas, igual que la que probablemente tendrá Perfectos desconocidos, la versión teatral de Daniel Guzmán de la película italiana en la que Álex de la Iglesia se basó para su exitosa cinta homónima. El elenco de intérpretes de la obra teatral, sobre todo ellas (Alicia Borrachero, Elena Ballesteros y Olivia Molina) llenan de frescura un texto plagado de humor que inunda de risas el patio de butacas. Al 2019 le pido, entre otras cosas, más teatro. De momento, ya tengo entradas para Hermanas, la obra escrita por Pascal Rambert para Bárbara Lennie e Irene Escolar, en Madrid (en el Kamikaze) y para Audrey Bonnet y Marina Hands en París. Un muy buen comienzo de año. 

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