Nerón

De Raúl Arévalo conocíamos su faceta de solvente actor en toda clase de papeles en cine y televisión, y la de extraordinario contador de historias en su debut en la dirección, con la impecable Tarde para la ira, una de más redondas óperas primas del cine español en muchos años. Pero nada sabíamos del soberbio actor de teatro que es el intérprete y director, sencillamente portentoso como protagonista de Nerón, la obra que terminó ayer de representarse en el magnífico Festival de Teatro Clásico de Mérida. Creo que es la mejor interpretación que he visto nunca en un teatro y que nada de lo que escriba de ella le hará justicia.



El actor imprime naturalidad y autenticidad a un personaje lleno de aristas, mucho más complejo que ese emperador desequilibrado que se limitó a tocar su arpa mientras contemplaba arder Roma, que recordamos de películas como Quo Vadis. Está el Nerón que mandó asesinar a su madre, pero que la quiere y la odia con la misma intensidad. El Nerón iracundo y paranoico. El que se siente poeta y nunca quiso ser emperador, sólo entregarse al arte. El Nerón hedonista decidido a exprimir la vida al máximo. El que teme verse solo y necesita la aprobación y el amor de la gente. El Nerón hipersensible, el pasional, el cínico. A todas esas caras de Nerón le pone rostro Raúl Arévalo, todas esas almas del emperador encarna con maestría, arrastrado por la locura de su personaje

Es el de Nerón uno de esos papeles de los que se dice que es un caramelo, pero no se suele añadir el adjetivo de envenenado. Permite lucirse, claro, pero está sólo al alcance de grandes actores. Con otros papeles es posible taparse, cumplir sin más, hacer una faena de aliño. Aquí no hay trampa ni cartón, menos en el teatro, el lugar donde se observa la auténtica calidad interpretativa de un actor. En esta sensacional versión de Eduardo Galán basada en obras de Henryk Sienkiewitcz, Petronio y Suetonio, Raúl Arévalo está muy bien acompañado, por un elenco de intérpretes que mantienen el pulso de un actor protagonista en estado de gracias. Destaca especialmente Itziar Miranda en el papel de Agripina, la madre de Nerón. También convencen Diana Palazón como Popea, la mujer del emperador; José Manuel Seda como Marco Vinicio, un general héroe de guerra del que pronto se encaprichan el emperador y su mujer; y Daniel Migueláñez en su doble papel de Pablo de Tarso y Esporo. 

La Antigua Roma es una fuente inagotable de historias, como demuestra cada año el festival de Mérida. En parte, porque sobre todos los grandes acontecimientos de aquel periodo hay versiones distintas, y a veces hasta contradictorias, basadas en las limitaciones lógicas de las fuentes de aquella época. Como todas las historias, la de Nerón la escribieron los vencedores, es decir, los que conspiraron contra él, lo desalojaron del poder y le empujaron a su muerte. Por eso, no pocos historiadores cuestionan la imagen clásica de este emperador, la del loco sin remedio, y le añaden muchos más matices. La obra, en la que la historia avanza con fluidez y mucho humor, dialoga con el presente. No paramos de hablar de las noticias falsas, las fake news a las que Trump es tan aficionado, y a veces creemos que es algo nuevo, propio de la época actual. Nada más lejos de la realidad, cuando, por ejemplo, los rumores sobre la autoría del gigantesco incendio que acabó con Roma pueden ser perfectamente catalogadas como fake news. En la obra no se culpa a Nerón del incendio, pero sí se muestra a un emperador paralizado e indeciso, primero, y manipulador y cínico, después, cuando opta por culpar a los cristianos de la catástrofe para poner al pueblo en contra de esa minoría religiosa que no hacía más que crecer y a la que persiguió con fiereza. 

Ya que hablamos de Trump, la obra también dialoga con el presente en sus reflexiones sobre el poder, para qué se quiere, qué caminos son dignos y cuáles no para llegar a él y mantenerlo. Y, sobre todo, cuál es la corresponsabilidad de los excesos de un gobernante de aquellos que lo han jaleado. Nerón aparece aquí como un populista, en el sentido originario del término, alguien que quiere ofrecer el acceso a las artes al pueblo, pero en parte para acallar posibles protestas. El clásico pan y circo que, de nuevo, tan familiar nos resulta en el tiempo presente. 

También resulta siempre curiosa desde el prisma de la actualidad la extraordinaria e inmensa libertad sexual de aquella época, al menos, de las personas más pudientes. Inevitable preguntarse qué es lo que se torció para que después llegara el odio al diferente y se extendiera la homofobia. La obra ofrece algunas respuestas a esta pregunta, como el auge del puritanismo católico y su idea de unir el sexo con el fin de la procreación, tan diferente al hedonismo de Nerón, que en la obra ama por igual a mujeres y hombres (“hay que comer de todo, Marco”). Por supuesto, que la época romana dialogue con el presente y que algunos aspectos de la vida en aquella época resulten asombrosas, no puede llevar a idealizarla. Era un tiempo en el que la esclavitud era corriente y en el que la vida no valía nada, o peor aún, siempre en la un precio. Una época de luchas de poder, puñaladas en la espalda y ambición desmedida. También por eso, claro, resulta tan fascinante en el teatro. En la Antigua Roma está todo, incluidas las más bajas pasiones humanas que siguen moviendo el mundo hoy como ayer. 

La obra, en la que predomina un tono ligero, combina momentos de gran intensidad dramática con otros de una comicidad hilarante que provoca carcajadas. Los diálogos, espléndidos, regalan momentos magníficos, como varias conversaciones cruzadas en las que a Nerón se le aparece su madre muerta (mandada asesinar por él) en escenas clave de la función. Nerón, en fin, transmite con brillantez la esencia del mejor teatro, que es siempre efímero e irrepetible, como lo son las mágicas noches de verano. Por eso cada año, cada obra, cada noche en el festival emeritense es distinto. Por eso allí siempre es la primera vez, por más años que lleve uno disfrutando de las obras en el teatro Romano de la antigua Augusta Emérita. Siempre enamora como la primera vez y, a veces, deslumbra como nunca, gracias a una obra brillante, divertida y original como esta sobre la vida de Nerón, a quien ya siempre pondremos la cara de un imperial Raúl Arévalo. 

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