Poco después del apagón masivo en España y Portugal, Filmin anunció el oportuno regreso a su catálogo de El colapso, una aclamada serie postapocalíptica estrenada en 2019 que me perdí en su día. Como, de un tiempo a esta parte, géneros de ficción como la distopía o los relatos de situaciones calamitosas resuenan de forma inquietante con la realidad, y como todavía estábamos con la resaca del cero energético, casi en cuanto volvió la luz empecé a ver la serie. Y eso que, la verdad, el civismo imperó aquel día y no hubo ni rastro de escenas de pánico entre la población. Muchos recordamos también la serie Apagón, que metió hace unos años Movistar y que tiene no pocos paralelismos con esta producción francesa.
El colapso está compuesta por ocho capítulos. En el primero, El supermercado (día 2), sabemos por el título que hace dos días de ese colapso al que alude el nombre de la serie. Se desconoce qué ocurrió exactamente, cómo o por qué, sólo que hay recurrentes apagones eléctricos y que la gente hace acopio de alimentos y bienes de primera necesidad. La situación no hace más que empeorar en los siguientes episodios, que se van alejando de ese inicio del colapso de la sociedad francesa. Ocurre todo lo que podríamos imaginar: luchas por la luz, por la comida, por la supervivencia, en suma.
Hay episodios más logrados que otros. Todos cuentan una historia independiente y todos están rodados con plano secuencia, un recurso que está dejando de ser excepcional y que sólo en ocasiones está justificado. Creo que en esta serie lo mejor que se puede decir del plano secuencia es que está tan bien hecho que, por momentos, ni se nota. Sólo en un capítulo rodado casi íntegramente en el mar se aprecia el virtuosismo técnico. Hay capítulos especialmente agobiantes. Algunos en los que los personajes dan mucha pena y otros en los que dan entre miedito y rabia. Quizá el más estremecedor de todos sea La residencia, el sexto episodio. Recordarlo y acongojarme es todo uno.
Sin hacer spoiler, porque si yo he llegado tarde a ver la serie puede haber otras personas que empiecen a verla sin después, lo más llamativo de esta producción dirigida por Jéremy Bernard, Guillaume Desjardins y Bastien Ughetto, es su capítulo final. Aún no tengo claro si me gustó o no, pero sí resultó sorprendente. Porque rompe la evolución lineal que llevaba hasta ese momento y, sobre todo, porque por momentos parece que va a incluir alguna especie de explicación, pero no lo hace. Hay más bien una reflexión general, sin concreción ni detalles, en una escena que recuerda a No mires arriba, la película que, en clave de sátira, alertaba sobre el riesgo del negacionismo climático.
Viendo la serie, en especial algunos de sus capítulos, recordé La peste, de Albert Camus, y ese personaje admirable, un sacerdote que, en medio de una epidemia devastadora, da un admirable ejemplo de humanidad y afirma que hay que ser ese que se queda. Porque la serie muestra a personas dispuestas a cualquier cosa con tal de sobrevivir, incluso a perder su humanidad, pero también a personas que, como aquel cura, son los que se quedan, en medio del desastre, a ayudar a los demás. De fondo, una pregunta inevitable, qué haríamos cada uno de nosotros en una situación como esa. Ojalá no tengamos que comprobarlo.
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