De viva voz

 

La pasión que despierta Federico García Lorca es infinita. Leídos sus libros, contempladas sus obras de teatro, son incesantes las publicaciones o creaciones en torno a su figura. Cómics (como el maravilloso Federico, de Ilu Ros), reediciones ilustradas de sus poemarios (guardo con mucho cariño una de sus Sonetos del amor oscuro ilustrado por Alba Pérez Mansilla que compré en un Sant Jordi en Barcelona), obras de teatro inspiradas en algún episodio de su vida (inolvidable La piedra oscura, de Alberto Conejero).. Las referencias a Lorca son constantes. Volvemos a él una y otra vez. En una de las más emotivas esc.enas de El Ministerio del Tiempo, esa genialidad de serie, Lorca queda asombrado al comprobar cómo muchos años después de ser asesinado, sus poemas se siguen recitando, su obra sigue resonando. "Así que he ganado yo, no ellos", afirma. Esa fascinación por su figura, desde luego, no remite ni remitirá nunca. De Lorca lo queremos saber y leer todo, incluidas sus intervenciones en público. Años después de aquel monumental Palabra de Lorca, que reunía sus declaraciones y entrevistas, ahora podemos leer todas sus conferencias y alocuciones, los textos que escribió para leer en público, gracias a De viva voz, editado por DeBolsillo (Penguin Random House), a cargo de Víctor Fernández y Jesús Ortega.


La nota sobre la edición comienza con la célebre frase de Jorge Guillén, quien dijo que cuando llegaba Lorca a un sitio “no hacía frío de invierno ni calor de verano, hacía... Federico”. Y en las páginas de esta obra, en efecto, hace Federico. El libro reúne discursos, alocuciones y homenajes que rindió Lorca en púbico. Entre ellas, las que destinaba al público de las representaciones por los pueblos de La Barraca, compañía con la que llevó el teatro a rincones históricamente olvidados de España. En cada intervención se indica dónde la pronunció Lorca y, como ocurre siempre en este tipo de recopilaciones, es inevitable sentir un estremecimiento cuando se va acercando el año 1936. 

En su conferencia sobre Góngora cuenta cómo afronta estas presentaciones: “tengo en cuenta siempre el terrible moscardón del aburrimiento que penetra en la sala, ensarta las cabezas con un tenue hilo de seda, y abre los caminos de un sueño feo, un sueño lleno de bostezos, sin los lirios y las imágenes del sueño que manda Dios”. También en esa conferencia distingue entre dos clases de poetas: los populares que hacen su poesía andando los caminos y los cultos o cortesanos, que la hacen sentados en su mesa. Huelga decir en qué categoría se situaba él. 

Leer estas intervenciones públicas permite conocer las inquietudes e intereses del genial poeta, casi sus obsesiones, que terminando siendo también fuentes de inspiración para su obra. Sin duda, la poesía. También el toreo, presente en varias de sus intervenciones, del que dice que es “la única cosa seria que queda en el mundo, único espectáculo vivo del mundo antiguo en donde se encuentran todas las esencias clásicas de los pueblos más artistas del mundo". Y el canto jondo, otra de sus pasiones. Y la música popular (deliciosa su conferencian sobre las canciones de cuna). Y Granada, su ciudad, a la que canta con devoción y de la que dice, citando a Pedro Sotos de Rojas, poeta granadino del siglo XVII, que es un "paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos". Y el arte, porque alaba al cubismo, a Picasso y a Chirico, al tiempo que critica el futurismo y el dadaísmo ("se hicieron obras para un minuto").  Y, por supuesto, el teatro y su función social, de la que Lorca era un firme convencido, al tiempo que renegaba del teatro comercial más insustancial

Hay auténticas joyas en este libro. Es muy interesante, por ejemplo, lo que dice de la imaginación, que está limitada por la realidad. “La imaginación es pobre, y la imaginación poética mucho más. La realidad visible, los hechos del mundo y del cuerpo humano, están mucho más llenos de matices, son más poéticos que los que ella descubre”. De la inspiración poética dice que “hay que mirar con ojos de niño y pedir la luna. Hay que pedir la luna y creer que nos la pueden poner en las manos”.

Es maravillosa su conferencia Juego y teoría del duende, que  describe, citando a Goethe, como el “poder misterioso que todos sienten y ningún filósofo puede explicar”. También es deliciosa su intervención en la inauguración de la biblioteca de su pueblo, Fuente Vaqueros, en la que hizo un vibrante repaso de la historia del libro desde la antigüedad. “Donde hay ignorancia es muy fácil confundir el mal con el bien y la verdad con la mentira", dijo entonces.  Es muy curioso el discurso al alimón de Lorca y Neruda sobre Rubén Darío, pronunciado el 20 de noviembre de 1933 en el Pen Club de Buenos Aires.

Y allí, en Buenos Aires, en la Argentina donde tan feliz fue Lorca, está una de mis debilidades en este libro. Aparecen discursos al público en estrenos de sus obras, pero también alocuciones por radio desde Madrid. Otra ciudad amada y vivida por Lorca, Barcelona, tiene igualmente presencia en este libro, en el que encuentro el origen de una cita sobre la Rambla de Barcelona que recuerdo muchas veces, como mínimo, una vez al año, cuando llega Sant Jordi. Es procedente de una función de Doña Rosita la soltera en el teatro Principal de Barcelona el 22 de diciembre de 1935, dedicada a las floristas de la Rambla. Allí dijo Lorca: “La única calle de la tierra que yo desearía que no se acabase nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: la Rambla de Barcelona”. Lorca. Siempre Lorca. 

Comentarios