La piedra oscura

El teatro es, fundamentalmente, el templo de la palabra. Los efectos de sonido e imagen, la escenografía, el vestuario, importan, sí. Pero, sobre todo, es la palabra. El poder de la palabra. Un libreto solvente, unos diálogos vibrantes, unos actores con buena dicción, que dan vida a la historia. Eso es, en esencia, el teatro de calidad. Y eso regala, en abundancia, La piedra oscura, de Alberto Conejero y dirigida por Pablo Messiez, que fue el gran éxito de la temporada pasada y, tras colgar función tras función el cartel de no hay entradas, regresa este año para darnos la oportunidad de disfrutar de esta joya. 

Palabras. Palabras que vertebran una historia demoledora. Palabras que cuentan con lirismo dos vidas rotas, la de Rafael Rodríguez Rapún, secretario de La Barrada y compañero sentimental de Federico García Lorca, y la de un chaval, un guardia menor de edad que le vigila en un hospital militar, de donde pocos presos salen con vida. Guerra civil. Escenario de la sinrazón más arrolladora. Rapún, dolido, arrastra el trauma de haber dejado solo a Lorca, de haber abandonado su historia. El joven, que sólo desvela su nombre al final, está aún más asustado que Rapún. Ha perdido a su madre. Lo ha perdido todo. Intenta convencerse de que la guerra tiene un sentido. Pero vive con temor, devastado. El espectador siente ternura por ambos personajes, que dan nombre, sólo con cuentagotas, a sus miedos, sus secretos, sus desvelos, sus dramas. 
En contra de lo que dice uno de los personajes en un momento del filme, "un nombre es sólo un nombre", los nombres importan. Federico, Federico, Federico. Explota Rapún al conocer su destino, decidido al menos a cumplir su última promesa al genio con quien compartió una historia de amor, de encuentros y desencuentros, una historia inesperada para él, que sólo tuvo relaciones con mujeres antes, que quiere vivir una vida "normal", lejos de los susurros, de las miradas de desaprobación. Con miedo a la alegría, al sentimiento, al amor. Explota y habla de Lorca. Cuenta su historia. Comparte con ese joven que le vigila, asustado, hundido, destrozado, lo que arrastra del pasado, esa ruptura traumática de la relación con el poeta, que se fue a Granada y allí encontró la muerte.

La función, lírica, hermosa, tierna, es un canto de amor a Lorca, de cuyo asesinato se cumplen hoy 80 años. Y nunca está de más recordar su figura, la de un genio cuyos restos mortales aún no sabemos dónde están, alguien víctima del fanatismo y la intolerancia. La piedra oscura sirve para recordar a Lorca y homenajearlo, pero no sólo. También permite conocer más a Rafael Rodríguez Rapún, por quien Lorca sufrió, historias de amor, pero con quien sintió y vivió una de las mayores pasiones de su vida.

 "Una vez lo escuchamos por la radio. A mí madre le encantó su voz y lo que decía. 'Lástima que sea así', dijo", escuchamos al joven guardia que vigila a Rapún en su celda hablar de Lorca. Su personaje es otra víctima de la contienda. Jovencísimo, sin haber salido nunca de su pueblo, arrastrando la pérdida de su madre, superado por la violencia extrema que de repente lo invade todo de fanatismo en su país, comienza tratanto a su prisionero con cautela y con miedo. Pero acaban hablando, aunque él, adolescente, se dice un hombre reservado, al que no le gusta hablar. Queda fascinado y sorprendido por algunas de las historias que le cuenta Rapún, el teatro, los músicos actuando en teatros, como él soñaba antes de la guerra, cuando actuaba en la banda del pueblo

Es una historia humana, tierna, excelente. Una función que plantea el valor de la palabra, lo que se dice y cómo se dice. "Federico no era mi amigo". "Mi madre cayó y yo no me paré a intentar levantarla, a despedirme de ella, sólo buscaba sobrevivir". Importa y duele lo que se dice. "Nadie desaparece del todo, ¿verdad?". El miedo. La memoria como atadura y como redención, las historias personales, la confianza en los seres humanos antes que en grandes ideales o en dioses. La capacidad de entendimiento entre dos jóvenes destrozados por la guerra, con las vidas rotas. Y aquí, además del poético texto, es obligado ensalzar las impresionantes interpretaciones de Daniel Grao, dolido, en sus horas finales, recordando a Lorca, a sus padres, su vida, esa que se marcha, y de Nacho Sánchez, jovencísimo, asustado, enardecido, lleno de pavor y desgracia, temeroso de propios y ajenos, volviéndose loco por tanto fanatismo, tanta muerte absurda. Son dos interpretaciones impresionantes. El valor de la palabra y del silencio, porque hay silencios y miradas que dicen más que muchas palabras, el lirismo de una historia apasionante y el recuerdo a una de las figuras más brillantes de la historia reciente de España. Todo ello ofrece La piedra oscura, oque toma el nombre, precisamente, de una obra de teatro perdida, o quizá idea y nunca escrita, de Lorca. Lo asesinaron antes. 

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