Raphael sigue siendo aquel

 

Este año Spotify incluye en el balance de escuchas anuales que ofrece a sus usuarios (Wrapped) la novedad de calcular su edad musical, en base a las canciones que más han escuchado en los últimos doce meses. Desconozco cómo lo calcula, me temo lo peor, pero anoche en el fantástico concierto de Raphael en el Movistar Arena de Madrid me pregunté cómo catalogará Spotify a los usuarios que escuchen a menudo sus canciones,  porque Raphael, a sus 82 años, más de 60 de carrera, no ha dejado nunca de ser moderno y es más joven que cualquiera. 

Raphael sigue siendo tan moderno como el primer día que se subió a un escenario precisamente por su innegociable autenticidad, por su fidelidad a sí mismo, por su presencia escénica y su verdad como artista. Raphael no tiene edad, no pasa de moda porque nunca las ha abrazado ni se ha rendido a ellas, porque él nunca fue como esos artistas que intentan de forma algo patética arrimarse al sol musical que más calienta en cada momento. Él es aquel artista que siempre hizo lo que le dio la gana, consciente de que ser uno mismo, su arrolladora personalidad artística, le blinda ante el paso del tiempo. No hay edad ni modas que puedan con él. Del mismo modo que hay jóvenes con ideas muy viejas (no hay más que ver ciertas encuestas), Raphael nunca será anciano, ha sido, es y será siempre joven. 

Anoche se presentó ante sus fieles de Madrid con su voz, ese torrente descomunal, en perfecto estado de revista y con sus ademanes, sus andares, su puesta en escena, su sonrisa, su vitalidad y su presencia escena intocables. Fue el Raphael de siempre. Impecable. Excelso. Habló al público a través de sus canciones, no dijo ni un “buenas noches”. Fueron casi dos horas ininterrumpidas de música y arte, una canción detrás de otra, sin discursos ni mensajes a sus fieles, porque todo lo que tiene que decir está en sus canciones, esas en las que nos cuenta que sigue siendo aquel. 

Más allá del don de su voz, de lo que tiene de artista innato, es indudable que Raphael es un excelente profesional que transmite un respeto reverencial a su público. Lo demuestra cuidándose la voz como lo hace, presentándose impecable, como si por él no pasaran los años ni los achaques de salud. Y siempre, siempre, moderno, como el primer día. Integró en el concierto una cámara que lo rodaba en todo momento, casi como un videoclip en directo, un recurso visto en conciertos de artistas como Rosalía o Vetusta Morla. Añadió ritmos electrónicos a su gran himno, Yo soy aquel, que acompañó con fotos de su larga carrera proyectadas en las pantallas del fondo. Innova con naturalidad porque no necesita impostar nada, porque Raphael es siempre más Raphael que nunca y no necesita nada más para ser el más moderno, porque él fue indie antes de que existiera siquiera esa palabra. 

Anoche me gustó especialmente volver a constatar la maestría con la que el artista logra hacer suya cada canción, cada estilo musical, cada género. Fue de una belleza sublime el tramo del concierto en el que versionó en español canciones tradicionales francesas como Padam, padam, La vida en rosa o El himno al amor. Pero es que también interpretó varias canciones con acento porteño, como la exquisita Malena. Todo lo que en otro artista sonaría a pastiche, a cliché, en él es perfectamente natural, porque él haría suya cualquier canción, cualquier estilo. Y eso sólo lo tienen los grandes artistas, los grandes de verdad. 

Raphael, muy bien acompañado anoche de una decena de músicos que transitaron por esos distintos géneros con soltura, también ha contado a lo largo de su dilatada y exitosa trayectoria con grandes compositores, empezando por el mejor, Manuel Alejandro, ese soberbio escribidor de canciones, ese poeta de lo cotidiano que está detrás de la mayoría de los grandes éxitos de siempre de Raphael. Por más veces que uno haya escuchado sus mejores canciones, no deja de sorprenderse con la belleza del adjetivo preciso, de la metáfora exacta. La hondura y el lirismo de letras de canciones como Hablemos del amor, Estar enamorado o Como yo te amo son difícilmente superables.

En estos tiempos nuestros, tan grises, es bonito y necesario que alguien nos cante, como en Digan lo que digan, que “hay mucho, mucho más amor que odio”, que “son muchos, muchos más, los que perdonan, que aquellos que pretenden a todo condenar” y que “la gente quiere paz y se enamora, y adora lo que es bello, nada más”. Es una letra bellísima y atemporal, como lo es la de la maravillosa Qué sabe nadie, con la que él, casado felizmente desde hace décadas con su mujer, se convirtió en icono LGTBI, una vez más, más moderno que cualquiera, al cantar eso de “qué sabe nadie lo que me gusta o no me gusta de este mundo, qué sabe nadie lo que prefiero o no prefiero en el amor”. Por supuesto, anoche también dimos ya por inaugurada la Navidad con El tamborilero. 

Cuando hace diez años vi por primera vez un concierto de Raphael salí impresionado por su arrolladora energía, por el modo en el que llenaba el escenario este artista total. Anoche, una década después, ahora que yo me cansó mas que entonces y de vez en cuando me duelen las rodillas, esa impresión y esa admiración fueron aún mayores. Hace justo un año, mientras grababa el especial navideño de La revuelta, Raphael sufrió un serio problema de salud que le obligó a ser ingresado de urgencia. Si entonces nos llegan a decir que un año después íbamos a volver a verlo tan enérgico y poderoso como siempre encima de un escenario, no lo hubiéramos creído. Pero sí, para júbilo de sus seguidores de todas las edades, Raphael sigue siendo aquel. Y de qué manera. 

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