Lisboa literaria

Cuando hace unos años al volver de mi viaje a Buenos Aires le conté a un buen amigo que me había encantado la ciudad sobre todo porque era muy literaria, él me preguntó qué significaba eso exactamente. Era una buena pregunta que he vuelto a recordar estos días al regresar a Lisboa y, como todas las buenas preguntas, no tiene una respuesta sencilla. ¿Qué convierte en literaria a una ciudad? ¿El número de librerías? ¿Su capacidad de inspirar novelas y poemas? ¿La cantidad de personajes literarios asociados a ella? ¿Las referencias a autores y obras en sus calles? No tengo claro qué requisitos debería cumplir una ciudad literaria, pero sin duda Lisboa los cumpliría todos. 


Al igual que le ocurre a Buenos Aires con El Ateneo Gran Splendid, una de las librerías más atractivas del mundo, Lisboa también tiene entre sus mayores atractivos una librería, en este caso, la Bertrand en el barrio del Chiado, la más antigua del mundo. Fue fundada en 1732 y sigue en activo desde entonces. Sobrevivió al terremoto de Lisboa de 1755. Es una librería formidable, con mucho espacio, referencias a su historia en las paredes, obras de todos los géneros y en distintos idiomas. Para los muy cafeteros, al comprar un libro te ofrecen la posibilidad de sellarlo con un sello de la librería y las bolsas tienen una ilustración de El Principito con frases en portugués. Para redondear la experiencia, al fondo, la librería cuenta también con una cafetería donde tomar algo y leer tranquilamente. 

En fin.  No es fácil determinar qué debe tener una ciudad para ser considerada literaria, pero sin duda Lisboa lo es. Hay referencias a libros y autores por todas partes. El propio nombre del barrio en el que se encuentra la librería Bertrand, el Chiado, debe su nombre a António Ribeiro Chiado, poeta satírico del siglo XVI que vivió muchos años en ese mismo barrio. Una de sus calles principales, la Rua Garret, se llama así por el poeta romántico Almeida Garret. Y, por seguir con el barrio de Chiado, allí también se encuentra A Brasileira, una cafetería con mucha historia que fue café literario y reunió a muchos autores desde su fundación en 1905. Entre sus mesas hay una escultura que rinde homenaje a Pessoa, uno de sus asiduos. En la carta de A Brasileira se cuenta su historia y, al pagar, nos dieron un marcapáginas que incluye un fragmento de una carta de Pessoa a Armando Côrtes-Rodrigues en el que el célebre poeta le cuenta que le escribe precisamente desde este café literario. 

No muy lejos de allí, en uno de los miradores más visitados de la ciudad, el de San Pedro de Alcántara, se encuentra una estatua del vendedor de periódicos que homenajea a Eduardo Coelho, el fundador del Diario de Noticias, porque en ese barrio se ubicaban las agencias de noticias.  

Vayas adonde vayas en Lisboa, hay aires literarios por todas partes. También en sus principales monumentos. En el Panteón Nacional, por ejemplo, están enterrados escritores como Almeida Garrett, Joâo de Deus o Aquilino Ribeiro o la fadista Amália Rodrigues. En el imponente Monasterio de los Jerónimos en Belem, uno de los monumentos más impresionantes de la ciudad, está enterrado Luis de Camões, autor de Os Lusiadas, un poema épico portugués publicado por primera vez en 1572 y que es considerado como el trabajo más importante de la literatura portuguesa.

Hasta la Plaza del Comercio, quizá la más bella y singular de Europa, abierta al mar a través del estuario del Tajo, tiene reminiscencias literarias. Allí llegaban los barcos del Nuevo Mundo, con sus historias y relatos. Lisboa fue y es una ciudad de intercambio, de cruce de culturas, de ir  y venir de gentes. Nada hay más literario que eso. Y allí también, en la majestuosa y espléndida Plaza del Comercio, se asentó desde 1511 el Palacio Real, que contaba con una biblioteca de más de 70.000 ejemplares. Lamentablemente fue destruida, como buena parte de la ciudad, por el terremoto de  1755.

Otro espacio de la ciudad en el que se funde su historia centenaria y, por supuesto, la literatura, es la Casa dos Bicos, que se construyó entre 1521 y 1523, cuando se decidió tirar la antigua muralla junto al río y construir en su lugar edificios de residencias nobles. Ahora en la Casa dos Bicos se encuentran restos arqueológicos de distintas épocas de la ciudad, incluida la romana. Desde 2007, en varias plantas de este edificio se encuentra la Fundación José Saramago, que alberga la exposición permanente La semilla y los frutos, muy recomendable. En ella se repasa la vida y la obra del autor, el primer Nobel de Literatura en lengua portuguesa. En la exposición hay vídeos, objetos (incluida la medalla del premio Nobel o la agenda del autor) y, por supuesto, libros, muchos libros. 

Además de la exposición, que se encuentra en la primera planta, se puede visitar en el tercer piso una librería con obras no sólo del autor portugués y en distintos idiomas, y una biblioteca en la cuarta planta. Por cierto, algunas de las reflexiones de Saramago resuenan con enorme intensidad hoy en día. Por ejemplo, ésta sobre la humanidad: "Vivimos al lado de todo lo que es negativo como si no tuviera ninguna importancia, la banalización del horror, la banalización de la violencia, de la muerte, sobre todo si es la muerte de otros, claro. (...) Y mientras no se despierte la conciencia de la gente esto seguirá igual. Porque mucho de lo que se hace, se hace para mantenernos a todos en la abulia, en la carencia de voluntad para disminuir nuestra capacidad de intervención cívica". 


A Lisboa, en fin, le sobran las razones para ser considerada una ciudad literaria. Por cierto, en 2004 la UNESCO creó la categoría de ciudades de la literatura, dentro de la red de las ciudades creativas. Ahora mismo son 42 ciudades y entre ellas no está Lisboa. Aunque en la lista sí aparece urbes con méritos indiscutibles como Barcelona, Granada, Edimburgo, Dublín, Praga o Montevideo, entre ellas no  están París ni Buenos Aires, dos ciudades literarias de primer orden, así que cuesta tomarse demasiado en serio esta categoría de la UNESCO. En todo caso, sí nos da una pista de los criterios que se le pueden exigir a una ciudad literaria. Entre otros aspectos, la UNESCO tiene en cuenta la calidad, cantidad y diversidad de lo que se publica en la ciudad; la calidad y cantidad de sus programas educativos sobre literatura nacional e internacional; el papel que la literatura, el teatro y la poesía juegan en la ciudad; los eventos literarios y festivales que acoge la ciudad; por supuesto, la existencia de librerías y bibliotecas o el compromiso de los medios de comunicación tradicionales y digitales en promover la literatura. 

La literatura no deja de ser, en cierta forma, las historias que nos contamos, y Lisboa es en cada calle, en casa rincón, literatura, poema, fado. Por sus librerías, por su capacidad para inspirar historias, por su belleza, por su diversidad, por el intercambio permanente de historias y personas. En su libro Viaje a Portugal, Saramago escribió que "la felicidad tiene muchos rostros. Viajar es, probablemente, uno de ellos". Como lo es leer. Como lo es, por tanto, viajar a ciudades netamente literarias como Lisboa y sus mil historias. También decía Saramago en ese libro que "el fin de un viaje es sólo el inicio de otro" y que "hay que volver a los pasos ya dados para repertirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino". Así que, por supuesto, volveremos a Lisboa. Quizá para entonces ya esté incluida en la red de ciudades de la literatura de la UNESCO, aunque no lo necesita para ser celebrada y reconocida como una ciudad literaria única. 

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