Viaje a Portugal



Al comienzo de su obra Viaje a Portugal, José Saramago escribe que "la felicidad tiene muchos rostros. Viajar es, probablemente, uno de ellos”. En esto también acertaba el escritor portugués, que no necesito una gran pandemia mundial como la que sufrimos ahora, que nos impide hacer viajes lejanos, para recorrer con ojos de curiosidad su propio país. Así lo hizo y así lo contó en esta obra, con un estilo a veces demasiado solemne, pero con destellos de lirismo en otros pasajes que hacen que valga la pena acompañarle en su recorrido por el país luso, viajar a través de su relato, ahora que los viajes, ese rostro de la felicidad, también están en cuarentena. 

Empieza la obra con el viajero hablándole a los peces de la margen derecha, que están en el río Duoro, y a los de la margen izquierda, en el río Duero, lo que le permite hacer una lectura crítica y descreída de las fronteras, esa que a veces tanto separan a los seres humanos. El autor posa su mirada en los pequeños detalles que encuentra a su paso. Visita museos, iglesias y catedrales, y da cuenta de ello, pero son las conversaciones fugaces con los lugareños o alguna estampa que encuentra en su viaje lo que más vale la pena de esta obra. 

Afirma el autor cuando visita el Museo del Abade de Baçal que "no es hombre de fáciles asombros". Pero sí era alguien curioso, siempre dispuesto a dejarse sorprender. Sólo así, con esa mirada abierta, se puede disfrutar de verdad un viaje. Deja claro desde un primer momento que él transmitirá aquí sus sensaciones, huyendo de la erudición.“Búsquese en otro relato el detalle enciclopédico”, escribe. 

En su recorrido por todo el país queda clara su devoción por el arquitecto italiano Nicolau Nasoni. También sus reticencias hacia el estilo barroco, aunque relata que "fue en el museo de Aveiro donde el viajero depuso las armas con las que, en horas menos respetuosas, luchó contra el barroco”. Una de las frases que escribe en el Museo Machado De Castro resuena con especial fuerza en estos momentos de coronavirus. "da pena ver a guías que no tienen a quien guiar y piezas de arte sin ojos que las hagan preciosas”. En ese caso, visitó el museo prácticamente solo porque era enero, pero ahora, a causa de la crisis económica derivada del Covid-19, son muchos los escenarios y las piezas de arte que no tienen ojos que las hagan preciosas. 

El libro, aunque algo denso en algunos pasajes y con un estilo demasiado alambicado, sale a flote por la pasión que transmite el autor y por la belleza en algunas de sus descripciones de lo lugares que visita. Por ejemplo, este maravilloso final: “El fin de un viaje es sólo el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto. Ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se había visto en verano, ver de día lo que se había visto de noche, con el sol lo que antes se vio bajo la lluvia, ver la siembra verdeante, el fruto maduro, la piedra que ha cambiado de lugar, la sombra que ahí no estaba. Hay que volver a los pasos ya dados para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino”.

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