20.000 especies de abejas

 

El año pasado hablamos mucho, y con muchos motivos, del ilusionante momento que vive el cine español, con grandes películas y nuevos cineastas. 2022 fue un año histórico. El año de Alcarràs, de As Bestas, de Cinco Lobitos, de El Agua... De tantas y tantas otras grandes películas. Decíamos entonces que sólo el tiempo dirá si aquello fue una coincidencia, una bendita casualidad, o si ese resurgir de nuestro cine tendría bases sólidas y continuaría en el futuro. De momento, este 2023 nos ha traído ya alguna otra joya, entre las que sin duda ocupa un lugar destacado 20.000 especies de abejas, la opera prima de Estibaliz Urresola Solaguren. 
La película, por la que su actriz protagonista, la joven Sofía Otero, fue reconocida con el Oso de Plata en la Berlinale y que también se llevó la Biznaga de Oro y a mejor actriz de reparto (Patricia López Arnaiz) en el Festival de Málaga, es de una sensibilidad exquisita. Cuenta la historia de una niña trans a quien en su casa llaman Aitor y que se rebela, pero de un modo sutil, silencioso, callado, contra ese nombre y todo lo que significa. Son pequeños gestos,  como no querer ir a la piscina del pueblo, los que revelan que ella no es feliz así. 

La interpretación de la niña es portentosa. Con gestos, miradas, pequeños matices, muestra todo lo que pasa en su interior. Su madre en la película, Patricia López Arnaiz, hace una vez más rutinario lo extraordinario, normal lo excepcional. Pocas actrices acarician la perfección de un modo tan arrollador como ella en cada papel. Llena de vida y honestidad a esa madre que adora a su hija e intenta ayudarla y entenderla, pero tiene mucho miedo y se enfrenta, además, a las miradas reprobatorias y a los juicios externos, empezando por su propia madre, que le afea que le consienta demasiado a Aitor por eso de ir con el pelo largo y de pintarse las uñas. 

20.000 especies de abejas es, a la vez, una historia familiar, porque se refleja muy bien lo que la familia tiene de primer espacio de socialización, en el que cada cual juega un papel, como las abejas en las colmenas; una historia rural, porque la acción transcurre en la casa del pueblo de los abuelos de la joven protagonista; una historia de identidad, porque la niña trans sabe bien lo que le sucede, sabe que algo le falla, pero sigue explorando e indagando, pidiendo a gritos silenciosos ayuda, y, en general, una historia humana, de relaciones personales, de pérdidas y anhelos. Desde la madre, en un momento personal y profesional delicado, hasta la abuela de la niña. 

Un personaje clave del filme es el de la tía Lourdes (Ane Gabarain), que vive en el monte, rodeada de sus colmenas de abejas. Ella, que simboliza de algún modo la libertad, que se presenta como el verso suelto de la familia, aunque no rompe en ningún momento los lazos con ella, será fundamental para que la niña protagonista se sienta bien, a gusto, en confianza, libre al fin. Los diálogos, que en muchas ocasiones dicen más por lo que callan que por lo que se habla, son precisos; las interpretaciones, magníficas. Todo, en fin, funciona con una maestría impropia de una opera prima. Otra joyita reciente del cine español, otro nombre, el de su directora, que seguir de cerca en adelante. Que siga la fiesta, que siga el cine. 

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