Cinco lobitos

 

Las dos mejores películas que he visto este año en cines, Alcarràs y Cinco lobitos, tienen muchos puntos en común, como que ambas son obras de sendas autoras jóvenes, Carla Simón y Alauda Ruiz de Azúa. Posiblemente el principal parecido, aparte de su calidad, es que la familia está en el centro de sendas historias. La familia y el rol que jugamos en ella, y cómo éste va variando con el paso del tiempo, es el gran tema de Cinco lobitos, la estupenda opera prima de Alauda Ruiz de Azúa, que triunfó en el Festival de Málaga y que creo que ha logrado conciliar el respaldo de la crítica y del público, porque es muy difícil no sentirse identificado con lo que se cuenta en el filme. 
La película comienza con la llegada de Amaia (Laia Costa) y su pareja (Mikel Bustamante) a casa, después del nacimiento de su hijo. Los padres de ella (Susi Sánchez y Ramón Barea) se instalan temporalmente en casa de su hija para conocer a su nieta y echarle una mano en los siempre complicados comienzos. Parece que la película va a transitar por el camino de las dificultades de la maternidad, sobre todo, en esta sociedad acelerada que obliga a quien acaba de ser padre o madre a volver a la rueda de la producción lo antes posible. Y hubiera sido muy interesante seguir sólo esa senda, pero es que empiezan a aparecer otros caminos secundarios, a cual más atractivo, para terminar presentando un mosaico de las relaciones familiares, de los anhelos y frustraciones, de eso que Vivian Gornick llama tan acertadamente los apegos feroces que a veces se dan en las familias. 

Una Laia Costa en estado de gracia, porque es portentosa su actuación de principio a fin, muestra los miedos, inseguridades y dificultades de ser una madre primeriza que trabaja en casa y que, de pronto, también por motivos laborales, se ve sin su pareja al lado en los primeros meses de su hija. Buscará ayuda en la casa de sus padres en Euskadi, lo que le permitirá tomarse un respiro y volver a aceptar algunos encargos, pero también conocer más de cerca la vida de sus padres, la relación entre ellos, su cotidianidad. En mayor o menor medida, a todos los personajes de Cinco lobitos les cuesta expresar sus sentimientos, compartir sus emociones, porque nunca es fácil hacerlo, porque nadie nos enseñó. No se dicen mucho "te quiero" ni son de grandes efusiones sentimentales. Hay destellos, pequeños momentos en los que bajan la guardia y se permiten mostrarse el cariño y la ternura que sienten cada uno por el otro. 

La película está plena de virtudes. Quizá una de las mayores sea, precisamente, lo bien que están construidos todos los personajes, en particular, los de Amaia y sus padres. Ella adora a su pequeña, pero no por eso se dejan de mostrar los momentos más complicados, menos dulces, del terremoto que supone en toda familia la llegada de un bebé. Pasa a ser madre, pero sigue siendo pareja, hija, trabajadora, mujer. Y le tocará jugar todos esos roles a la vez. El de hija, además, irá variando a medida que avance el filme. Hablando con una amiga que también vio la película y le encantó me dijo que le pareció todo muy real, muy honesto. Y es cierto. No edulcora la maternidad ni tampoco las relaciones familiares, siempre tan complejas, tan llenas de aristas. Es una película con la que se llora bastante, pero con la que también se ríe. Un poco de todo, como en la vida

El cine y su capacidad de explicarnos la vida, de ponernos un espejo delante, de retratar las emociones humanas, de captar sus momentos más tristes, pero también esos instantes que todo lo justifican, que hacen que todo valga la pena. Cine íntimo, es decir, universal, que nos habla a todos. Cine del que siempre necesitaremos. 

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