Alcarràs

 

No quiero exagerar, pero Alcarràs, de Carla Simón, es una de las mejores películas que he visto en mi vida. Absolutamente extraordinaria. Emoción y verdad en cada plano. Cinco años después de su magnífica opera prima, Verano 1993, Simón ha firmado una película que roza la perfección. Las expectativas eran altas, altísimas, después de aquella primera película tan personal y conmovedora, tan honesta y llena de virtudes, y después también de ganar el Oso de Oro a mejor película en la Berlinale. Las expectativas suelen ser traicioneras y, sin embargo, el filme aún me ha gustado más de lo que creía que iba a hacerlo. Me ha parecido espléndida la historia, la forma de contarla, esos pedacitos de vida que a lo largo de dos horas te mantienen pegado a la pantalla de cine. Es difícil hacerlo mejor, es muy complicado que todo funcione tan bien en una película. Tiene algo de portentoso Alcarràs

El elenco de la película está formado por actores y actrices no profesionales, lo que contribuye a aportarle más autenticidad. Es una historia coral, ya que cada personaje cuenta algo, todos aportan una mirada distinta, su propia forma de reaccionar ante la amenaza que se cierne sobre la familia Solé. Tras décadas cultivando una extensión de melocotoneros, afrontan su último verano en esas tierras, porque quieren instalar en ellas placas solares. La película, que capta como pocas la luz del verano, retrata la última cosecha de esa familia en la tierra, que es mucho más que un terruño, que es algo que en buena medida define la historia de todos sus miembros, que forma parte de su identidad. 

Es hermosa esa disparidad de visiones de cada uno de los protagonistas. El abuelo, que no firmó en su día ningún documento que acreditara que esas tierras eran de la familia, porque en aquellos tiempos la palabra valía más que cualquier contrato. Sus silencios, sus miradas. Es enternecedor. Su hijo, que se desloma a trabajar, un hombre rudo, desesperado por ver cómo su trabajo, su vida entera, se ve amenazada. El hijo de éste, un adolescente que busca el reconocimiento de su padre, que se divierte y disfruta como cualquier joven, pero que siente un apego feroz (como aquel que relató Vivan Gornick) hacia su familia. Su madre, uno de los personajes más fuertes y con más aristas de la historia. La otra hija, en plena pubertad, que este verano de la última cosecha perderá algo para siempre. Y los niños, con su inocencia absoluta, que no necesitan más que un coche abandonado o cualquier rincón de la tierra para viajar por otros mundos y universos. Todas esas miradas se entremezclan, todas aportan algo a esta preciosa historia. 

Hay un puñado de escenas en Alcarràs que justificarían por sí solas la película, por todo lo que cuentan sin apenas palabras, con una delicadeza magistral. No haré spoilers, claro, aunque, como e todas las mejores películas, aquí importa más el cómo se cuenta la historia que el qué, epero entre esas escenas está una en la que la madre masajea a su marido mientras canta Yo no soy esa, de Mari Trini; o una canción que el abuelo enseñó a sus nietos, y que simboliza perfectamente la situación que vive la familia este verano, una canción triste y melancólica, pero de una intensidad enorme; el final, portentoso; o, quizá mi escena preferida, una en la que dos mujeres hablan sobre una discusión familiar en la cocina y la hija de una de ellas cierra discretamente la puerta, para que su abuelo no se entere del lío, al tiempo que éste se hace el dormido para que su nieta no sepa que él sabe lo que ocurre. Sólo con palabras de fondo, es una escena prodigiosa. 

No tiene banda sonora la película, más allá de las canciones que escuchan o cantan los personajes. La película, ya digo, es honesta y auténtica. Natural en cada detalle. La cosecha, las comidas familiares, las risas, las discusiones, las historias mil veces contadas por los mayores que vertebran de algún modo la gran historia familiar, las fiestas del pueblo... Todo está lleno de verdad. La película consigue ser universal desde lo local, quizá el único modo de serlo. No hace falta haber crecido en una familia que trabaja el campo ni hablar catalán, ese catalán de la película, tan concreto, además, ni nada por el estilo para sentirse hondamente interpelado y conmovido. Es una historia universal desde lo íntimo, porque lo universal no son las características concretas de la vida de esta familia, sino los sentimientos que hay detrás, las relaciones paternofiliales, las disputas familiares, el apego a las tradiciones, los efectos nocivos del actual modelo económico... La película toca aspectos políticos, sí, pero no es ningún planfleto, es sobre todo una historia soberbia. Puro cine. 

Por si todo esto fuera poco, su fotografía es excelsa. Hay muchos planos que parecen cuadros. La luz de esta película, los encuadres (¡esa escena de la tormenta!). La delicadeza con la que se cuenta la historia del filme es maravillosa, pero la forma en lo que lo hace es impactante, creo que la película se disfruta ya en un primer plano desde un punto de vista sensorial, sólo viendo esos planos tan cuidados. Dicen que la segunda película es la más difícil, el mayor reto para todo cineasta. Carla Simón lo ha aprobado con notaza. Qué delicia de película. Esperamos ya la tercera. 

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