Cuentas pendientes

 

Tengo un especial interés por los libros en los que las autoras escriben sobre su experiencia lectora. Siempre es atractivo saber qué han leído, qué valoran en la lectura, cuáles son sus referentes y qué relación establecen entre la literatura y su propia vida. Por eso he disfrutado mucho con Cuentas pendientes. Reflexiones de una lectura reincidente, de Vivian Gornick, editado en España por Sexto Piso con traducción de Julia Osuna Aguilar. Por eso y porque todo lo que escribe la autora de Apegos feroces, La mujer singular y la ciudad o Mirarse de frente vale siempre la pena.


¿Había algo más natural que empezar a escribir de la misma manera en que leía?”, se pregunta la autora en la introducción de esta obra. Me maravilla la relación tan estrecha entre su vida y los libros que lee y relee, porque lo que leemos también es nuestra vida, también nos construye. Es fabulosa la pasión con la que Gornick comparte pasajes de novelas de las autoras de las que habla y su honestidad a la hora de reconocer cómo con frecuencia ha cambiado de opinión sobre esas obras, porque el libro sigue siendo el mismo, pero nosotros, al volver a él años después, no. 

Cuentas pendientes tiene como idea central, precisamente, la vuelta a lecturas que en su día nos marcaron o también que nos dejaron fríos porque no supimos apreciarlas en su momento. Comienza así “en mi experiencia, releer un libro que fue importante para mí en épocas pasadas se parece a tenderse en el diván del psicoanalista”. Cualquier lector se identificará con la reflexión de Gornick sobre los recuerdos imprecisos que en ocasiones guardamos de los libros, a los que a veces apreciamos por algo que no es exactamente como recordamos. “Con todo y con eso, cuando leo, el mundo sigue pasando a un segundo plano y no puedo evitar maravillarme”.

Un ejemplo claro de cómo con el paso de tiempo revisamos nuestra experiencia lectora pasada es la toma de conciencia sobre el sexismo en la literatura. Muchos hemos sentido lo mismo que relata la autora en el libro, que progresivamente se dio cuenta de que en muchas ocasiones en sus obras predilectas los personajes femeninos no eran más que monigotes. 

También es muy interesante lo que Gornick cuenta sobre la importancia de la buena disposición a la hora de afrontar una lectura, que es un poco lo mismo que sucede cuando conocemos a alguien. Esa buena disposición, o la ausencia de ella, es siempre un misterio. Este pasaje es poderosísimo: “A veces me estremezco al pensar que podía no haber releído ni Un mes en el campo ni Regeneración, y luego me estremezco un poco más cuando pienso en todos los buenos libros que no estaba de humor para comprender la primera vez que los leí, y a los que nunca he vuelto. No me importa que el hecho de haber leído sólo una vez un libro pueda haberme llevado a ensalzar la mediocridad -puedo vivir con ello-, pero al revés... Eso me oprime el corazón”.

El libro, ya digo, es también una guía de lectura, en la que la autora comparte obras importantes para ella y también cómo ha ido cambiando su visión sobre las mismas al releerlas. Cuenta, por ejemplo, que sintió auténtica veneración por Hijos y amantes, que releyó tres veces en 15 años, cada vez identificándose con un personaje. Tiempo después, al releerla de nuevo, se dio cuenta de que la había malinterpretado. Escribe sobre Colette, cuyas obras ve centradas en la anomia y el deseo años después de descubrirla, o de Marguerite Duras y el deseo como motor de la vida. 

También escribe de Elizabeth Bowen, “cuyo poderío sentí siendo joven, pero cuya valía no capté hasta la vejez”, y de cómo en sus obras se reflexiona sobre el miedo a sentir que conduce a reprimirse a uno mismo, lo que la autora llamaba la vida con la tapa puesta. La autora, de origen judío, reconoce que nunca escribió desde ese lugar, sino desde el de la mujer que abraza el feminismo y lo pone en el centro de su identidad. A Gornick le ofrecieron ir a Israel y escribir un libro, pero no llegó a conectar. Eso sí, cuenta que le gustaron los relatos de A. B. Yehoshúa pese a ser un demagogo que criticaba a todos los judíos que no vivían en Israel. La autora también muestra su pasión por Natalia Ginzburg.

Cuentas pendientes termina con una imagen poderosa. La autora cuenta cómo, al volver de forma casual a un libro que no leía desde hacía décadas, le sorprendió encontrar subrayadas frases que le parecían ahora muy obvias, muy simples, y sin embargo no había subrayado otras que sí consideraba brillantes. Entonces decidió releer el libro y lo subrayó con un boli de otro color, con la esperanza de que, dentro de unos años, pueda repetir la operación y seguramente subrayar otras frases. Y así avanza la vida, con la literatura a nuestro lado, permitiendo conocernos mejor. 

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