Apegos feroces

Lo primero que llama la atención de Apegos feroces, la obra autobiográfica de Vivian Gornick editada en España por Sexto Piso, es su título. Resulta muy difícil comprimir en dos palabras la complejidad de algunas relaciones humanas. El sustantivo (apegos) apela al cariño, al aprecio, al amor, incluso, pero el adjetivo (feroces) añade acepciones más delicadas, casi tóxicas, tan dañinas como irresistibles. Ese apego feroz del que habla la periodista, escritora y activista feminista es el que mantiene hacia su madre, cuya relación relata aquí con enorme honestidad. Pero también son los apegos feroces con los hombres con los que mantuvo relaciones sentimentales en el pasado. 

Este libro tiene la verdad de quien escribe sobre sí mismo, sobre su propia vida. Con agilidad y frescura, la autora se remonta a su infancia en el Bronx. Desde muy joven tuvo dos modelos bien distintos de ser mujer y de afrontar la vida. De un lado, su madre, que se quedó casi encerrada en casa cuando murió su marido, que decidió atrincherarse en la melancolía y en el recuerdo edulcorado de su matrimonio. Del otro, Nettie, vecina de su bloque, que también se queda viuda, pero que lleva una vida radicalmente distinta a la de su madre. Libérrima, apasionada, sensual. Gornick se siente en medio, vinculada, naturalmente a su madre, a la que quiere tanto que no para de discutir con ella, pero también atraída por esa forma de ir por el mundo de Nettie, consciente de su sensualidad, la de quien gusta a los demás y sabe que así es. 


De Nettie escribe la autora que "no conocía otra manera de sentirse mejor que provocando el deseo a su paso". La autora afea a su madre la forma de entender el amor y el matrimonio, muy clásica, muy convencional. La critica, pero la comprende y la quiere.Su relación es siempre tensa, pero se entienden, como en esa conversación que madre e hija mantienen sobre la decisión de aquella de abandonar su trabajo porque se lo pidió (o exigió) su esposo. "-Mamá, si fuese ahora y papá te dijese que no trabajases, qué harías? Se me queda mirando un buen rato. Tiene ochenta años. Sus ojos están apagados, su pelo es blanco, su cuerpo es frágil. Toma un sorbo de té, deja la taza y dice tranquilamente: -Le diría que se fuese a la mierda". Discuten con frecuencia. "Seguirá dándole vueltas una y otra vez, como hace cuando cree que no entiende algo, tiene miedo y busca refugio en el desprecio y la crítica despiadada". Pero la autora reconoce que se parece a su madre más de lo que estaría dispuesta a aceptar, en gran parte, por eso chocan tanto. 

Gornick relata los paseos por Nueva York con su madre ("una efusión de hermoso ajetreo humano al mediodía, una densidad de apetitos urbanos y ensimismados"), en los que recuerdan a personas de su pasado y hablan de amores, de pasiones, de sueños rotos, de anhelos. De todo y de nada, en fin. La autora cree que su madre mira demasiado al pasado. Escribe de ella que "lo único que odia es el presente; en cuanto el presente se hace pasado, comienza a amarlo inmediatamente". Una de esas personas de su pasado que recuerdan madre e hija es la señora Kerner, una de sus vecinas, de las que la autora afirma algo en el libro que bien podría decirse de ella misma: "poseía el don de los narradores natos, es decir, aquellos para los que cada retazo de experiencia sólo está esperando que se le dé forma y sentido a través del milagro del discurso narrativo". Es justo lo que hace aquí la autora, tomando detalles y anécdotas de su vida para crear un libro apasionante. 

Sin duda, la relación con su madre es el pilar de esta obra, pero la autora relata con idéntica sinceridad sus relaciones sentimentales. Por ejemplo, la que mantuvo con Joe, un sindicalista que estaba casado, y con quien salió durante años. "Todos asumían que yo sabía que la esposa de Joe era la esposa, y yo la otra mujer, y que Joe era el premio destinado a tocarle a una de las dos, aunque ése no era el caso. '¿Por qué -pensaba- podría querer yo que Joe dejase a su esposa? Y entonces, ¿qué haría? ¿Meterlo en mi apartamento? Es demasiado pequeño. Además, puede que no me guste irme sola a la cama, pero sí que me gusta levantarme sola". A ella le sirve durante muchos años esa relación que mantienen, "un intercambio primitivo de energías -la conversación desbordante, el sexo extático- que nunca mudó su naturaleza". Es un libro extraordinariamente bien escrito, por el que fluye con libertad, ligereza y honestidad la vida de Vivian Gornick, su forma de estar en el mundo. Una delicia publicada en Estados Unidos en 1987, que llegó en 2017 a España gracias a Sexto Piso. Más vale tarde que nunca. 

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