De Neuschwanstein a Linderhof, el legado de Luis II de Baviera

Siempre es peligroso sentir fascinación por personajes de la historia, porque inevitablemente hay lagunas sobre su vida, porque lo que nos ha llegado de él no tiene por qué corresponderse con la realidad y porque tendemos a idealizar a personajes pasados que tal vez si los hubiéramos conocido en persona nos habría horrorizado. En todo caso, vuelvo de mi reciente viaja a Múnich enamorado de la ciudad, en general, y de Baviera en particular, y totalmente fascinado por la figura de Luis II de Baviera. Confieso mi ignorancia más absoluta sobre él. Uno de los motivos del viaje fue visitar el palacio de Neuschwanstein, que sirvió de referencia para Disney para crear el castillo de Cenicienta, y que, quizá por lo impronunciable de su nombre, se suele conocer como el castillo o el palacio del rey loco, que es como pasó a la posteridad Luis II. Pero nada más sabía de él. Por ejemplo, que en alemán se le conoce más bien como el rey de las fábulas o de los cuentos, por su querencia por historias pasadas y por amar más la literatura y la música que el día a día de un gobernante y la material vida real. 


El castillo es espectacular. Rodeado de los Alpes bávaros, ya sólo por el lugar en el que decidió levantarlo Luis II, es fascinante. Es uno de esos sitios en los que uno es incapaz de procesar tanta belleza. No nos alcanza la vista ni la mente para tan onírico escenario. No parece real. Es de cuento, sí, parece pertenecer más a la realidad de las ensoñaciones y las fábulas del monarca que ordenó construirlo, endeudando a Baviera, claro, que a la realidad tangible. Es un castillo ecléctico, construido cuando ya no hacían falta los castillos, que recuerda a otra época, que muestra la capacidad creadora de la nostalgia, en este caso, de la nostalgia romántica por estilos y modos de vida de otro tiempo, y que paradójicamente nació del deseo de Luis II de apartarse del mundo. Porque, en efecto, uno de los monumentos más visitados de Alemania (más de 1,5 millones de personas al año) era el lugar a que Luis II quería retirarse de su familia y sus cortesanos, de todo y de todos, para vivir en una realidad paralela. Él no quiso que nadie entrara en su castillo, su creación, pero hoy hay un estricto sistema de entradas para visitarlo, tal es la afluencia de público atraído por tanta belleza. 

A Luis II de Baviera no le gustaría nada saber que hoy tantas personas visitan su palacio, al que dedicó 20 años de su vida y que no llegó a ver terminado, pero en cambio seguro que sí le encantaría que su vida tenga hoy mucho de legendario y misterioso, él que tanto amaba las leyendas. De él se sabe que nunca le interesaron las guerras. Se cuenta incluso que en vez de invertir en armas para sus ejércitos enseñó a los soldados a tocar el violín. Gran amante de las obras de Wagner, fue su mecenas, así que en parte también le debemos a él sus creaciones. La decisión de la corte de apartar a Wagner del lado del rey, por interferir aparentemente en la política, fue un duro golpe para Luis II, que poco a poco se fue apartando de la vida pública y se sumió en una depresión. El palacio de Neuschwanstein está plagado de referencias a las obras de Wagner. 

Aunque estuvo comprometido, nunca llegó a casarse. Hoy se da por hecho que Luis II era homosexual, pero que se pasó toda la vida luchando contra su orientación sexual, en parte, porque era muy católico, y también por lo conservador y tradicional de la época. Su muerte, aparentemente ahogado en un lago, pese a ser un gran nadador, y con la compañía de su médico, que también apareció ahogado, se mantiene hoy envuelto en misterio, con teorías para todos los gustos. Antes había sido declarado incapacitado para gobernar y había perdido para Baviera su ansiada independencia, la que logró su bisabuelo Maximiliano I, gracias a un acuerdo con Napoleón, consistente en darle 32.000 hombres para su ejército y en comprometer al hijo adoptivo del francés con la hija de Maximiliano. Por eso y por su personalidad, vista como excéntrica, impropia de este mundo, Luis II no fue querido por su pueblo. Hoy es admirado y visto como un hombre sensible y pacifista, más interesado en las leyendas y la literatura que la vida real. 

En su legado, además del impresionante palacio de Neuschwanstein, una fantasía en sí mismo, también ocupan un lugar destacado los castillos de Herrenchiemsee y de Linderhof. Este último también lo visitamos. Inspirado en el Palacio de Versalles de París, tiene claras influencias francesas. En su interior, de nuevo, una mezcla ecléctica de distintos estilos, con salas muy recargadas, con constantes referencias a la corte francesa y con unos jardines sensacionales. Luis II sí vio terminado el castillo de Linderhof y vivió allí durante algunas temporadas. 

¿Sabría Luis II, el rey loco para algunos, que sus sueños y las exquisitas creaciones nacidas de ellos pasarían a la historia? ¿Pensaría en algún momento en cómo iba a ser recordado? ¿Le gustaría aparecer hoy como un hombre adelantado a su tiempo, un héroe fuera de sitio, alguien sensible que supo antes que nadie que la vida de las leyendas, las óperas y la literatura es más vida que la propia vida? Para el recuerdo del visitante queda la belleza inabarcable de sus palacios, sobre todo del de Neuschwanstein, y las ansias de saber más sobre la vida de Luis II. 

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