Javier Marías

 

Desde ayer, la extensa lista de escritores merecedores del Nobel que no recibieron el más prestigioso galardón de la literatura cuenta con un nuevo miembro ilustre. Javier Marías murió ayer a los 70 años de edad. Eterno candidato al Nobel, el autor madrileño es uno de los más importantes escritores contemporáneos en lengua española. Quizá el mejor. Varias de sus novelas, como la soberbia Corazón tan blanco o la extraordinaria Mañana en la batalla piensa en mí están entre las mejores de las últimas décadas y sin duda seguirán siendo leídas y admiradas en el futuro. No son lecturas sencillas, sino de esas que exigen un cierto esfuerzo, con largas frases subordinadas, pero una clase de esfuerzo placentero, el que adoramos los amantes de la literatura. 
Cuando hace unas semanas leímos la noticia de que Marías estaba ingresado en un hospital no quisimos creer que se tratara de algo tan grave. Desde luego, no algo que pudiera acabar con la vida del genial escritor. Nos quedan sus novelas, sí, pero también nos queda la desoladora certeza de que quedaban muchas historias suyas por venir, muchos relatos de prosa precisa y reflexiones atinadas, muchos libros de poso y calidad descomunal. Su última novela, Tomás Nevinson, así lo atestigua. Es un libro colosal, que muestra a un autor en plena forma, dispuesto a seguir extendiendo su universo literario propio, algo que Marías creó como pocos, tal y como ha señalado Rosa Montero

El mundo de la cultura está hoy de luto por la pérdida de un escritor único. Parece una obviedad, pero la primera obligación de los escritores es cuidar el lenguaje, elegir siempre el adjetivo preciso, la construcción más adecuada, la musicalidad más pertinente para cada relato. Y pocos lo hacían como Marías. Pocas novelas tan bien escritas como cualquiera de las del autor. Su estilo, soberbio, pulido, exquisito, tiene algo de hipnótico. Leer a Marías le hace a uno siempre sentirse afortunado y agradecido, porque ofrece ese placer sublime que sólo regala la gran literatura. 

Como recordó ayer Carmen Juan, Vázquez Montalbán definía a Marías como el mejor escritor británico de la literatura española, por su querencia por la literatura británica, por sus maneras inglesas y la influencia de aquella cultura en sus obras. El reino de Marías no era de este mundo. Y no lo digo, sólo, por el reino de Redonda que él creó, sino porque era en cierta forma alguien de otro tiempo. No tenía móvil, no digamos ya redes sociales, y escribía sus libros y sus artículos a máquina. No entendía muchas de las cosas que pasaban en el siglo XXI, al que no parecía tenerle mucho cariño. De ahí esa pose de gruñón malhumorado de muchas de sus columnas en El País, una actitud con la que nos cabreaba a muchos que, naturalmente, siempre volvíamos a leerlo sin falta la semana siguiente, porque ante tan descomunal talento nada importaba cualquier discrepancia o que algunas de las cosas que pensara o dijera nos chirriara. Daba exactamente igual, había que leer a Marías. 

El País, el periódico en el que escribió semanalmente desde 2003, publica hoy la última columna del autor, que envío en julio antes de su parón habitual en agosto. El periódico decidió posponer la publicación de la columna dado el estado de salud del autor, con la confianza de que pudiera volver a su cita semanal con los lectores. Lamentablemente, no ha podido ser así y este texto precioso sobre la traducción, labor que el autor practicó y que de algún modo decía añorar, queda como su última columna. Más allá de las polémicas que pudiera despertar con alguno de sus artículos, que por otro lado es algo consustancial al hecho de publicar periódicamente en un medio de gran tirada, lo cierto es que Marías fue uno de los más insignes continuadores de la larga tradición de la presencia de escritores en la prensa española, con enfoques generalmente apartados de las prisas y el ruido de la información diaria, con relatos en muchas ocasiones de gran nivel, desde luego, con una calidad inmensamente superior a la media de los textos que solemos encontrar en los periódicos. El mundo literario pierde a una voz imprescindible. La prensa escrita, también. 

La familia del autor, que renunció a los premios nacionales, en parte, por lo mal que trató España a su padre, el filósofo Julián Marías, ha decidido enterrarlo en la intimidad, sin velatorios públicos ni actos de homenaje. En cualquier caso, es de esperar que las autoridades públicas, respetando siempre la voluntad de la familia del escritor, sepan rendir el homenaje debido a uno de los más importantes novelistas de la historia de nuestro país. También es deseable que nadie tenga la tentación de intentar minusvalorar la figura de Marías por prejuicios ideológicos, como hubo quien quiso hacer hace unos meses cuando perdimos a Almudena Grandes, extraordinaria escritora se compartiera o no su ideología. Recordemos a Marías de la mejor forma posible, es decir, leyendo sus libros y columnas, por ejemplo, este artículo maravilloso que compartió ayer Ángeles Caballero, en el que el autor elogiaba a las personas (sobre todo, mujeres) que con su sola presencia aligeraban la pesadumbre de la vida. Descanse en paz. 

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