Corazón tan blanco

Uno de los mayores placeres de la lectura es el proceso de conocer más a fondo a un escritor. Adentrarse en su obra, sumergirse en los libros que publicó antes de ese descubrimiento. Es un aventurero viaje retrospectivo. A veces este fabuloso camino empieza por el simple azar. El chispazo de una novela prestada por algún amigo, el enamoramiento a primera vista en una librería de una obra tal vez sólo porque el título nos ha llamado la atención, la recomendación de alguien en cuyo criterio confiamos. Otras veces se trata de estrenarse con autores consagrados y reconocidos a quienes, por una u otra razón, aún no hemos conocido. Una tarea pendiente largamente postergada, porque nunca hay tiempo suficiente para leer tanto como nos espera ahí fuera. Necesitaríamos varias vidas, nos decía siempre un profesor de literatura en el colegio, para leer todos los libros que valen la pena

En estos casos, lees libros previos del autor que te ha cautivado con una novela más reciente (rara vez, de hecho, conocemos a un escritor en su primera novela, igual que es poco frecuente disfrutar del talento de un cineasta desde su ópera primera) y sucede algo mágico. Son obras escrita hace décadas en ocasiones, pero pasa igual que ocurre con la lectura de los clásicos. Ese proceso cronológico desordenado, de adelante hacia atrás, del presente al pasado, parece cobrar sentido, como si esas obras estuvieran escritas para que las descubriéramos (lo cual es absolutamente cierto) y además para que las descubriéramos justo de este modo, justo ahora (lo cual ya es más discutible, pero nos convence siempre). De repente nos resulta normal ese proceso hasta el punto de que pensamos que es de este modo, en este orden contrario al de su publicación, totalmente arbitrario, azaroso por completo, es como mejor se disfrutan las obras de un autor, la forma más razonable de acerarse a sus novelas. Nada chirría y generalmente crece el interés en ese escritor, aunque no siempre (ya es casualidad que uno haya ido a entrar en una amplia obra de un autor por su obra maestra, una que nunca antes ni después ha sido superada).

Sirva este preámbulo para reseñar Corazón tan blanco, maravillosa novela que Javier Marías publicó en 1992. Es la mejor obra de las que he leído de este autor al que, ya habrán adivinado, he ido conociendo de un modo desordenado, que es como suceden estas cosas. Empecé, también de forma casual, aunque es cierto que llevaba tiempo con esta asignatura pendiente, con Mañana en la batalla piensa en mí, novela dura y cautivadora que comienza, igual que esta última obra (la ultima que he leído de Marías, no la última del autor), con la cruda y detallada narración de una muerte. En este ejercicio de lectura sin orden, de afán por descubrir lo que mucho ya antes que tú otros habían descubierto, seguí con Así empieza lo malo, que es la última novela de Marías, publicada en 2014, y que también presenta semejanzas con Corazón tan blanco

Al final, la literatura es una relación íntima, un diálogo entre el autor y el lector, por muchos que sean los años que separan la publicación de la obra de su lectura. Siempre es el mejor momento y, sobre todo, siempre es un momento único para acercarse a la buena literatura y eso en los libros de Javier Marías viene de serie. Goza el lector en este diálogo con el autor, al descubrir los rasgos de identidad en la obra del escritor, esos temas que, ahora comprobamos, son recurrentes en su obra. Los secretos, el efecto del pasado en nuestras vidas, la gestión de aquellos episodios pretéritos que condicionan de un modo más o menos directo nuestra existencia, la muerte, la familia, el matrimonio... Por ejemplo, en Así empieza lo malo, novela que como todas las suyas saca su título de alguna obra de Shakespeare, me fascinó cómo reflexiona Marías sobre el matrimonio y en particular el hecho de que para el acto de asarse se emplee el mismo verbo, contraer, que para coger una enfermedad o asumir una deuda. Esa misma reflexión, sugerente, provocativa, brillante, aparece también en las primeras páginas de Corazón tan blanco, que Marías escribió hace más de 20 años pero que yo he leído unos meses después. 

En las temáticas abordadas, el enfoque de las tramas, por supuesto el prodigioso estilo e incluso el perfil similar de los personajes, el lector reconoce interconexiones en la obra del autor y eso, cuando todos esos componentes te han convencido, es muy positivo. En la excepcional  Corazón tan blanco el autor hila con maestría historias que, en un principio, parecen no mantener relación entre sí. Como un puzzle que se ensambla entre sus ojos, como si ante uno tejieran un un hermoso vestido cuando sólo había al comienzo hilos y unas pocas telas, el lector observa asombrado el prodigio. Todo va encontrando relación con cada suceso, incluso con cada frase, porque otro de los puntos distintivos del estilo de Marías es la repetición a lo largo de toda la novela de una serie de ideas y expresiones que sirven de cemento en la construcción de la obra, un hilo conductor que acompaña a la historia de inicio a fin. 

Juan, recién casado con Luisa, e hijo de Ranz, quien se casó con la hermana de su madre antes de contraer matrimonio con esta, es el narrador de la novela. Es un traductor, al igual que su esposa (delicioso y muy divertido el pasaje en el que se conocieron, trabajado ambos para permitir a un político español y a su homóloga británica en un encuentro privado). Él conoce lo que no quiso conocer, de repente sabe lo que no quiso haber sabido. Sobre el pasado. Sobre lo que se escucha, porque como cuenta el autor los oídos no tienen párpados que poder cerrar cuando escuchamos algo que no nos agrada. Cuando se escucha algo, queramos o no, nos acompañará siempre. No podemos deshacernos de lo que hemos escuchado, de lo que se ha verbalizado delante de nosotros, conscientemente o de forma involuntaria, espontánea,mientas se espía a alguien, deliberada o casualmente. 

La potente prosa de Marías, para algunos alambicada, pero siempre pulcra, precisa, bella, cuidada, relata se avanza la novela vivencias de los primeros pasos del matrimonio de Juan y Luisa, donde se incluyen brillantes reflexiones sobre lo que supone el cambio en el estado civil, aquello de empezar a compartirlo todo, secretos, vivienda, dormitorio, almohada, con el ser querido y todavía deseado. También cobran peso en la novela otros personajes como Ranz, padre de Juan, que trabajó durante muchos años en el mundo del arte, o Berta, una amiga de Juan residente en a Nueva York con quien este compartirá un episodio que muestra la necesidad de tanta gente por encontrar un amor, por no estar solo, por sentirse querida, deseada. Y también, claro, para mostrar una hermosa historia de amistad, que es como el amor, pero más duradero y fiable, por lo general. Lo que parece un detalle sin importancia, una expresión casual, tiene un sentido, termina siendo importante en esta novela formidable que Marías escribió hace 23 años y que uno ha leído ahora en este proceso retrospectivo, que naturalmente coge carrerilla y se acelera tras esta sensacional lectura,para conocer mejor la obra de este autor. Habrá próximas paradas y aquí lo iré compartiendo. 

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