No hay estación del año más cinematográfica que el verano, ni escenario más evocador y poético que los ríos. Y precisamente en un verano a lo largo del curso del Danubio se sitúa Extraño río, la deliciosa ópera prima de Jaume Claret Muxart, que se estrenó en el festival de cine de Venecia y que también pudo verse en el de San Sebastián.
El hecho de que el verano y el río sean elementos tan inspiradores, que llevan la metáfora puesta, y, por lo tanto, que hayan estado tan presentes en el cine desde siempre plantea un reto muy difícil cuando se quiere contar una historia original. El primer gran logro de Claret Muxart es que lo consigue. La película maneja referencias clásicas, esos paseos en bici, esos baños en el río, esas lecturas y esas charlas, esas imágenes de la naturaleza, pero va más allá, con un gran atrevimiento formal.
Ya desde en primer plano, en el que se nos presenta a la familia protagonista rodando en bici, allá al fondo, entre la vegetación, la película se muestra con ideas propias y con una personalidad muy marcada. No es una peli más sobre el verano. Es una historia onírica y enigmática, pero a la vez naturalista y sencilla, muy poética y también muy pegada a la tierra, sensorial y emotiva. Con los sonidos de la naturaleza como casi única banda sonora y con imágenes bellísimas y muy peculiares del agua reflejándose en el río, de encuentros inesperados y fantasmagóricos, casi legendarios, el filme resulta cautivador.
El gran protagonista de la película es Dídac (sensacional Jan Monter), un chaval de 16 años que veranea con sus padres y sus dos hermanos pequeños en el Danubio. En un momento del film, su madre (Naussica Bonnín) le dice que insistió para que hicieran este viaje porque creía que podía ser su último verano juntos. Y en esa charla, una de las más bellas de la película, se reúne en gran medida la esencia de la historia. Porque no es un verano más para ninguno de los protagonistas, salvo quizá para el hermano pequeño (Roc Colell), ya que los niños viven en su propia maravillosa realidad alternativa.
No es un verano más para la madre, que hizo ese mismo viaje cuando era ella que la tenía 16 años, y que pronto da la razón a la sentencia de Heráclito de que “nadie se baña dos veces en el mismo río”. Tampoco lo es para el padre (Jordi Oriol), que intenta conversar con su hijo adolescente de amores y sentimientos, ni para el hermano mediano (Bernat Solé), que descubre que su hermano mayor inevitablemente se aleja. Sobre todo, claro, no es un verano más para Dídac. Es el verano de su despertar sexual, expresado con un lirismo y una belleza muy singulares.
Aunque muy distinta, la película emparenta en su tono y en su forma con la notable El agua, de Elena López Riera. Sobre todo, en la maestría con la que ambas combinan lo poético y misterioso con lo realista y naturalista. Las dos son muy diferentes a la mayoría de las películas que se hacen hoy en día y es magnífico que nuevas voces abran caminos tan especiales. Una ópera prima con tanta personalidad, talento y atrevimiento demuestra que hay que seguir de cerca a Jaume Claret Muxart muy de cerca.
La película ofrece aún otros tres regalos más: las menciones a la obra teatral La muerte de Empédocles, de Hölderling, que ensaya la madre, actriz, y cuyo texto suena en varios momentos del filme; una escena al piano de esas que dejan huella y la magnífica canción The fireman is blue, de Ryder The Eagle, que suena al final y responde a la perfección esta historia poética sobre el deseo y la pérdida de la inocencia.

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