Nubosidad variable

Hay pocos placeres comparables a dejarse llevar por un puesto de libros de segunda mano, sin prisa, con tiempo para indagar y ver ediciones antiguas, o no tanto, de autores conocidos o desconocidos. Encontrar libros que se lleva tiempo buscando, o de los que un día oíste hablar bien a alguien. O comprar obras sólo por el título, o la portada, o porque la breve sinopsis de la contraportada te intriga. Tener tiempo para navegar entre libros que es difícil encontrar en las librerías convencionales, saturadas como están por tantas novedades editoriales. Sólo hay una cosa que agobie más a todo lector que pensar en la cantidad de libros que se editan cada año, en todos los que no podrá leer, por mucho que quiera, y es recordar que antes de él se han editado muchas más obras y que alguna de ellas está escrita para describir exactamente lo que siente, o para removerlo de un modo tan intenso que parece que el autor o la autora ha escrito la obra pensando en él. 


Fue en un puesto de libros antiguos en La Rambla de Barcelona, en el último día de Sant Jordi, cuando compré Nubosidad variable, de Carmen Martín Gaite. El título de la obra, un guiño a Cumbres borrascosas, de Emily Brontë; y la descripción de su trama en la contraportada de la edición de Anagrama me convencieron a comprarlo. Fue todo un acierto. Confieso que no había leído nada de la autora y prometo aquí que esta obra no será la última, porque me ha encantado su prosa alegre, su ligereza inteligente, su exquisita y lírica forma de contar la historia de dos amigas de la infancia, Sofía y Mariana, que se reencuentran muchos años después, reverdeciendo los recuerdos comunes, las miradas cómplices, la amistad intensa entre ambas, interrumpida porque sus vidas siguieron caminos diferentes, por un desencuentro en el pasado, por uno de esos malentendidos que da al traste con relaciones personales que parecen irrompibles. 

El punto de partida es sencillo y la novela, una auténtica delicia. Las dos amigas tienen muchas diferencias y un gran punto en común: su pasión por la literatura, su convicción del poder terapéutico y transformador de las letras. Por eso, escriben, contando lo que les pasa, lo que sienten, sus recuerdos y sus anhelos, lo que les preocupa y les ilusiona. El libro es un intercambio de cartas entre las dos amigas, en las que se despierta algo tras ese encuentro casual. Ambas están en un momento importante de su vida, en el que puede ser un punto de inflexión. Sofía no es feliz con su marido. Lleva una vida que no desea, que ha anestesiado todas sus ilusiones. Mariana, mujer libre, más independiente que Sofía, también atraviesa una mala racha por una relación tóxica y por una insatisfacción vital que le hace replanteárselo todo. En ese punto de sus vidas ambas se juntan y se dan fuerzas desde la distancia, siempre con la literatura como aliada. El recuerdo de tantas historias compartidas, de la complicidad que no ha logrado desgastar el paso del tiempo, de los códigos comunes, es el motor de esta novela, en la que la autora construye dos voces narrativas, la de Sofía y la de Mariana, absolutamente cautivadoras, impulsadas por las ansias de libertad, por la necesidad de ambas de tomar las riendas de sus vidas.

Si no fuera porque las etiquetas carecen de sentido cuando se habla de literatura, podríamos decir que es una novela feminista, en la que las mujeres protagonistas no se resignan a un rol secundario a la sombra de los hombres. Sus dos protagonistas son mujeres fuertes, que pasan por un mal momento, pero que no quieren dejar de ser ellas mismas, o que quieren volver a serlo. Es un libro fascinante, con pasajes extraordinarios. En ese intercambio de cartas entre las amigas encontramos cuestiones de la vida cotidiana al lado de temas mucho más trascendentes, detalles aparentemente insignificantes junto a grandes reflexiones. Se podría aplicar a esta novela lo que escribe una de las dos protagonistas: “Que no se afane tanto en separar las cosas unas de otras, porque todas bullen al mismo tiempo, por mucho empeño que pongamos en evitarlo, lo banal mezclado con lo grave, lo presente con lo pasado, lo necesario con lo azaroso, y que de entender algo es sólo así como se entiende, aceptando esa misma confusión como pista valedera. Por eso es tan difícil escribir una novela”. Bendita y encantadora confusión. 

“Crecer es empezar a separarse de los demás, claro, reconocer esa distancia y aceptarla”, escribe la autora. El gran tema de esta obra es la amistad, de la que Carmen Martín Gaite nos regala definiciones bellísimas como esta: “Ella le daba alas a las palabras, porque era su amiga, y porque ser amigo de alguien es desearle que vuele”. O este otro pasaje, tan sencillo en apariencia, tan hermoso: “No nos damos cuenta, Mariana, de lo maravilloso que es poderle preguntar a alguien: ‘¿te acuerdas?’, y notar que sí, que se acuerda”.

Cayó por casualidad este libro en mis manos y me alegro enormemente de ello. Fue un encuentro azaroso, del que podría decir lo mismo que cuenta Sofía de un cambio relevante en su día a día a lo largo de estas páginas, en las que toma las riendas de su vida: “vino rodado, como todo lo que vale la pena, como cualquier cambio revolucionario de puro simple, inconcebible antes de surgir”. Nubosidad variable, que me vino rodado, vale mucho la pena. 

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