Las gratitudes


Carmen Martín Gaite le escribió en una carta a su amiga Esther Tusquets una frase maravillosa que ésta publicó en sus memorias, Confesiones de una editora poco mentirosa: “abrigas sin pesar, como las mantas buenas”. Lo mismo se podría decir de Las gratitudes, la exquisita novela breve de Delphine De Vigan, editada por Anagrama con traducción de Pablo Martín Sánchez. Abriga sin pesar porque aborda cuestiones profundas, pero sin un ápice de solemnidad. Es un libro tan corto como conmovedor. Es el perfecto ejemplo de que la sencillez no es, en absoluto, sinónimo de la simpleza, del mismo modo que la sensibilidad no tiene nada que ver con la sensiblería

El libro, encantador, escrito con frases cortas y que alterna dos voces narrativas, cuenta la historia de Michka, a quien se describe casi al comienzo de la obra como “una anciana con apariencia de niña, o una niña envejecida por descuido, víctima de un encantamiento. Son Marie, una vecina suya que le debe mucho y que la adora, y Jérôme, el logopeda de su residencia, con quien conecta de forma especial desde el principio, quienes cuentan la vida de Michka, que salvó la vida de niña gracias a la generosidad y la valentía de un matrimonio que se la jugó para proteger a una niña judía, y a quienes querría volver a darles las gracias una última vez antes de morir. 

Como indica el título de la novela, este libro va, sobre todo, de la importancia de decir lo que sentimos, en especial, de dar las gracias a las personas sin las que no estaríamos aquí o no seríamos como somos. La protagonista del libro, que fue una gran lectora y trabajó como correctora de una revista, pierde las palabras, las confunde, no es capaz de hablar con claridad. Su historia muestra lo vital que es el lenguaje, aquello que nos hace humanos, la capacidad de comunicarnos con los demás. Como se lee en un momento del libro, las palabras son importantes. Creemos que siempre habrá tiempo de decir las cosas importantes o que bastan los gestos o las muestras de cariño, pero no es verdad.

Marie le cuenta a Michka las películas que ve y los logros que lee. Le habla también de sus amigos, de sus planes de vida. Ella escucha lo que le dice “con esa atención particular que reserva a los cuentos”. Por su parte, Jérôme, a quien trabajar con ancianos le aporta una cierta serenidad, que siempre busca en sus pacientes al joven que un día habitó ese mismo cuerpo, y que asoma en la mirada, se encariña rápidamente con esta mujer que se va apagando poco a poco y que quiere dar las gracias una última vez al matrimonio que le salvó la vida. 

El libro, ya digo, una auténtica delicia, reflexiona sobre la vejez, una edad que a menudo se olvida en la literatura y en la vida.  “Envejecer es aprender a perder”, leemos. Y también nos invita, abrigando sin pesar, sin solemnidad, a expresar los sentimientos, a compartir nuestras emociones, a dar las gracias y a intentar ser buenas personas, porque, como leemos ya al final de la obra, todo es comenzar, “empiezas diciéndole que no al mal y luego ya no tienes elección”. Las gratitudes es un libro precioso, sencillo y delicado en el que, por cierto, la labor de traducción de Pablo Martín Sánchez es extraordinaria. El papel del traductor siempre lo es y lo esencial es que esté ahí pero no se note su presencia. En este libro, en el que la protagonista se inventa y confunde las palabras constantemente, su papel parece más complejo y fundamental que de costumbre.  

Comentarios