Antidisturbios

 

Confieso que, en condiciones normales, una serie sobre antidisturbios me atraería más bien poco y así seguirá siendo incluso ante un aluvión de críticas excelentes. Es más, una serie unánimemente elogiada me pondría en guardia. Pero es que esa serie la han creado Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña. Y eso es garantía, como mínimo, de una cierta mirada y de un innegable oficio a la hora de contar bien una historia Ambos tienen la buena costumbre de intentar cuestionar e incluso incomodar al espectador, es decir, tratarlo como a un ser adulto, plantear cuestiones y no juzgar a los personajes, que además siempre son complejos y están llenos de aristas, no son nunca estereotipos andantes. 


Aquello que estaba en sus anteriores trabajos, como El reino, Que dios nos perdone, Stockholm o Madre, se encuentra también aquí. La complejidad. Las tramas que nunca son lo que parecen. Los personajes frágiles y vulnerables, es decir, reales. Los diálogos bien construidos y muy auténticos. La constante invitación a la reflexión y la renuncia a tomar una postura clara. La voluntad expresa de voltear los prejuicios del espectador. Más que el tema abordado en sí, lo que importa de verdad en una película o, en este caso, una serie, es la mirada con la que se aborda. Sorogoyen y Peña huyen de la caricatura sobre los antidisturbios, una unidad de la policía con especial mala fama, de la que en general conocemos entre poco y nada. 

La serie comienza con el lanzamiento de un desahucio en un piso del centro. Aunque no hay medios suficientes y el único furgón de antidisturbios destinado se encuentra en la casa con decenas de activistas que protestan  y se resisten al desahucio, sigue adelante. Y acaba mal. Es sólo el inicio a la historia, que dará vueltas y permitirá abordar otras cuestiones más allá de las obvias o de las previsibles. Una policía de asuntos internos, Laia (inmensa Vicky Luengo) y su equipo investigan qué falló en el desahucio. Pero ella termina descubriendo algo más que un posible exceso policial o una manifiesta falta de medios, ya que los antidisturbios pidieron reiteradamente más ayuda para llevar a cabo el desahucio, pero les fue denegada. 

Esos antidisturbios, ya digo, no son estereotipos ni personajes planos. En absoluto. Son padres, novios, sobrinos. Son hombres corrientes, con sus fantasmas y sus ilusiones, con sus miserias y sus grandezas. Como todos. Como cualquiera. Los agentes son interpretados por Raúl Arévalo, Hovik Keuchkerian, Álex García, Roberto Álamo, Raúl Prieto y Patrick Criado. Todos ellos, impecables. Hay mucha testosterona en ese grupo, una camadería masculina algo trasnochada, pero también hay vulnerabilidad y lealtad. Hasta, a su manera, cierta ternura. 

Casi al comienzo de la serie, hay un momento en el que la agente de asuntos internos que debe investigar lo ocurrido le dice a su jefa "pero esto es política", refiriéndose a una decisión que había tomado. "Dime algo que no sea política", le responde ella. Y eso se aplica a esta serie y a la mayoría de los últimos trabajos de Sorogoyen donde todo, efectivamente, termina siendo política. En la serie jugará un papel clave un excomisario de policía llamado Revilla, nada disimulado trasunto de Villarejo. Hasta el barco de Piolín que envío la Policía a Barcelona en plena tormenta independentista aparece en un momento de la serie, en la que se escucha de fondo a Rajoy en otro pasaje. 

Sorogoyen y Peña están levantado una filmografía que reflexiona sobre el presente sin renunciar nunca a entretener, navegando por el lado más oscuro y turbio del poder, pero siempre sin sentar cátedra ni infantilizar al espectador. En un mundo de blancos y negros, de posiciones extremas y debates polarizados, se agradecen historias complejas como esta. Ni siquiera un final algo deslavazado y precipitado desluce los muchos méritos de Antidisturbios. Sí, Sorogoyen y Peña, Peña y Sorogoyen, como aparecen en los créditos, lo han vuelto a hacer. 

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