Crisis de valores en el cine posmoderno (Más allá de los límites)

Afirma Woody Allen en un libro escrito por Eric Lax basado en una serie de entrevistas con el cineasta neoyorquino que le gustan las reacciones sencillas a las películas. En su opinión, las críticas muy sesudas y argumentadas "no son más que racionalizaciones concebidas para justificar una respuesta emocional a una película". Creo que tiene razón en lo que dice, pero aun así, contradictorio que es uno, cada día disfruto más de los ensayos sobre cine, incluidos aquello que plantean esas racionalizaciones que justifican respuestas emocionales a un film. La última obra sobre el séptimo arte con la que he pasado muy buenos ratos de lectura es Crisis de valores en el cine posmoderno, de Gérard Imbert, que tiene como no menos sugerente subtítulo Más allá de los límites, editado por Cátedra. 


La obra es extensa, 530 páginas, y no todos sus capítulos me resultan igual de interesantes. Hay momentos más densos, pero vale la pena superarlos para llegar a otras partes muy atractivas. El autor reflexiona sobre cómo los valores que hace años se consideraban asentados e indiscutibles están ahora más en el aire, lo que se refleja en el cine. El autor define el cine posmoderno como "un cine del cuestionamiento y de la ruptura, de corte exploratorio, que se sitúa al margen de lo mainstream -aunque a veces pueda coincidir con él, como vemos en las recientes producciones norteamericanas-, más radical en la medida en que hace caso omiso del pensamiento binario para hurgar en la complejidad humana, en la ambivalencia del sujeto actual, un cine que huye a menudo de todo planteamiento axiológico (más allá del bien y del mal, más allá del tabú), que describe, observa y diseca más que explica u opina, se explaya en la mirada, hipervisibiliza objetos y sujetos, los pone al desnudo, se desenvuelve en la vivencia bruta más que en la exposición lógica". 

Aquel pasaje refleja bien lo denso que puede llegar a resultar este libro, pero también lo atractivo que resulta su planteamiento. Porque, en efecto, hay sobradas muestras de películas que escapan de planteamientos simplistas de buenos y malos, para reflejar a personajes mucho más complejos. Todo se cuestiona, nada es sólido, desde las identidades sexuales hasta el concepto de la verdad. "Las verdades no son eternas ni irreversibles ni tampoco dogmáticas", leemos. Los pasajes dedicados a la identidad sexual son especialmente interesantes. Cuenta el autor que se ha pasado de la ambigüedad en las obras más avanzadas del cine moderno a la ambivalencia de muchas películas del cine posmoderno. La decadencia de la imagen clásica del héroe o la capacidad del cine de género para reflexionar sobre el presente son otros de los aspectos del cine actual sobre los que reflexiona este extenso ensayo. 

El autor recoge tal cantidad de referencias, habla de tantísimas películas, que casi me emociona cuando leo que cita a una producción que conozco. Como la excelente Moonlight, sobre la identidad; o la obra maestra Boyhood;  el cine de François Ozon, con cintas tan destacadas como la perturbadora En la casa o la extraordinaria Frantz; o la muy peculiar Hablar, de Joaquín Oristrell. Apabulla la  ingente cantidad de filmes en los que se apoya Imbert para mostrar su visión sobre el cine actual. El índice de películas ocupa 20 páginas. Ya sólo para tomar nota de cintas de las que uno no había oído hablar y que resultan realmente atractivas vale la pena acercarse a este libro, pero va más allá de ello, porque reflexiona sobre cómo el cine actual es capaz de ir más allá de los límites, de romper moldes y de seguir reinventándose en la forma y en el fondo. Un libro que, de paso, sirve de antídoto a cualquier tentación de pensar que el cine que vale la pena es de antes, que lo de ahora carece de interés y demás posturas perezosas tan alejadas de la realidad. 

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