Conspiranoia


Son ya un género en sí mismo las historias de amigos que se encuentran un día aparentemente normal en el que termina saltando todo por los aires cuando se echan en cara reproches, rencillas y malentendidos. Funcionan en el teatro y en el cine porque todos podemos sentirnos identificados con ellas. Estos últimos años se me vienen a la cabeza obras teatrales con esta premisa como Company, Perfectos desconocidos, Arte, El nombre o Me gusta cómo eres. Esto significa dos cosas: que este tipo de historias funcionan y atraen a los espectadores, pero también que es cada vez más difícil ofrecer algo diferente sobre esa misma estructura. Conspiranoia lo consigue al jugar fuerte con una cuestión de plena actualidad, el auge de las teorías de la conspiración y todo tipo de negacionismo en nuestra sociedad. 

La obra, que está llenando a diario el Teatro Alcázar de Madrid, tiene como autores a Marc Angelet, que también la dirige, y Jordi Casanova, que ya ofreció hace años otro fantástico ejemplo de gran comedia de amigos enfrentados por una diferencia seria de criterio en Mala broma, una comedia brillante e inteligente sobre otra cuestión muy actual, los límites del humor. 

El teatro, el buen teatro, plantea preguntas que conectan con el público y le hace pensar. Si además eso viene acompañado del humor, todavía mejor. En este caso, el punto de partida es claro: qué haríamos si alguien de nuestro entorno a quien queremos se entrega a una teoría de la conspiración, en este caso, el terraplanismo. Lamentablemente, no es un hecho excepcional en este mundo nuestro en el que los bulos, las teorías de la conspiración y el negacionismo científico campan cada vez más a sus anchas. Diría que gran parte del éxito de esta comedia es, precisamente, que nada de lo que vemos en el escenario nos resulta inverosímil. Todo lo contrario. 

En Conspiranoia, Roger, a quien da vida Luis Merlo, decide organizar una “intervención” para intentar convencer a Clara, su mujer (Natalia Millán) de que eso del terraplanismo carece de sentido, para lo que pide la ayuda de Sonia (Chiqui Fernández en la función que yo vi, Clara Sanchís de forma habitual) y Álex (Juanan Lumbreras), dos amigos de la pareja de toda la vida. Lo fácil, claro, habría sido que Clara se presentara como una mujer lunática, pero lo cierto es que es alguien inteligente, con una extraordinaria capacidad argumentativa. Y es otro de los grandes aciertos de la obra, claro. Porque no tendría gracia alguna que en ella se ridiculizara a la persona que cree que la Tierra es plana y ya. La obra tiene mucha más complejidad y madurez, por eso es tan buena, por eso crece mucho más allá de lo que se puede esperar en un primer momento

Los cuatro personajes son imperfectos, llenos de contradicciones, miedos y defectos, es decir, son humanos.  Lo es Clara, a quien quieren ayudar sus amigos, pero desde luego lo es también su marido, un periodista radiofónico que vive estresado, que ha perdido por el camino de su éxito sus auténticas convicciones y principios y que tiene una gran tendencia a meterse en la vida de los demás. Lo es también Sonia, geóloga volcada en su trabajo, pero con serios problemas personales. Y lo es también Álex, que no se compromete con nadie y que va cumpliendo años a diferencia de sus sucesivas parejas, que son siempre chavales jóvenes. 

No conviene desvelar mucho más, pero la gracia de la obra está en cómo va evolucionando y cómo va surgiendo eso que cada uno piensa de sus otros amigos y generalmente no se atreven a plantear. Porque a veces, como se escucha en la obra, es más cómodo callar antes que plantear algo que desagrada, disgusta o preocupa de nuestros amigos. Los cuatro intérpretes bordan sus papeles y la obra presenta un fantástico in crescendo a medida que van saliendo secretos, rencillas y reproches de toda clase. 

Así que la obra habla de teorías de la conspiración, sí, pero no sólo. En lo relativo a estas creencias, ya digo, logra ir más allá de lo obvio y reflexiona sobre qué puede llevar a una persona a caer en la red de estas teorías. Y es mucho más complejo de lo que parece. Viendo la función recordé el ensayo Por qué ser inteligentes no nos hace menos estúpidos, que leí hace poco, en el que se explica el peligro de razonar de forma equivocada, porque cualquier cosa puede argumentarse, en apariencia, con solidez. Por eso es importante ser honestos, autoanalizarnos, no dejarnos llevar por los sesgos de confirmación. “Podemos estar seguros de que los defensores de la hipótesis de que la Tierra es plana han cometido errores en algún punto de su razonamiento, pero un rasgo muy sorprendente de esta comunidad es la inteligencia de sus argumentos erróneos”, leemos en ese ensayo

Pero la obra, como toda buena obra teatral, va más allá. Habla también de la amistad, de la soledad, de los temores, de lo que cuesta hablar de lo que se siente con la gente que queremos, de cómo vamos dejándonos trazos de nuestros principios e ideales a medida que avanza de la vida, de lo fácil que nos resulta ver los defectos y errores en los otros pero lo que nos cuesta detectarnos los propios. De todo eso y más va Conspiranoia. De eso y, por supuesto, también de pasar un buen rato, de reír en el teatro y desconectar de la realidad a la vez que pensamos sobre ella, de reírnos y congelar un poco la sonrisa porque reconocemos lo que vemos en el escenario

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