Un país para morir

 

Una de las experiencias más gratificantes que puede vivir un lector es quedar deslumbrado por una obra y querer leerlo todo de su autor. Preguntarse, de repente, cómo podía existir esa voz narrativa, todos esos libros por ahí, sin que tú supieras de él. Me ha ocurrido intensamente con Abdellah Taïa, de quien leí La vida lenta, un crudo y a la vez tierno relato ambientado en París tras los atentados de 2015, y del que me cautivaron después dos obras conmovedoras con un fuerte componente autobiográfico, El que es digno de ser amado y Vivir a tu luz, su última novela, a cuya presentación además pude asistir hace unos meses en el Institut Français de Madrid. Así que, por supuesto, sigo con la exploración retrospectiva de la obra de Taïa y he llegado a Un país para morir, publicado en 2015 y ambientado en 2010, cuyas historias de varios inmigrantes en París resuenan con especial intensidad en la actualidad, dados los debates en torno a la polémica ley de inmigración aprobada por el país galo. 


En Un país para morir, que he leído en la edición en francés de Seuil y que está editado en español por Cabaret Voltaire, están todas las sellas de identidad de la obra Taïa: la crudeza en el estilo sin renunciar a instantes de ternura, la narración directa en primera persona, el relato impresionista tomando retazos de vidas de sus personajes para componer un retrato preciso, la literatura desde los márgenes, el foco situado en personas inmigrantes, en el postcolonialismo y en lo no normativo. 

La gran protagonista del libro es Zahira, una mujer marroquí que se gana la vida prostituyéndose en París. A pesar de la dureza de su vida, escribe: “amo París. Es mi ciudad. No tengo papeles franceses, pero nadie me puede negar este derecho. Esta pertenencia. París es mi ciudad, mi reino, mi camino”. Con el estilo directo que acostumbra al autor, vamos conociendo la historia de Zahira, su pasado en Marruecos y sus amistades en París, entre las que destacan uno de sus clientes, Iqbal, de quien está enamorada, y su amigo Aziz, a punto de operarse para cambiar de sexo. 

La historia de Aziz, luego Zannouba, es una de las más interesantes del libro. De él leemos sus reflexiones justo antes de someterse a la operación de cambio de sexo y también lo que siente y piensa justo después. Sus recuerdos, sus anhelos, sus dudas, sus temores, sus ilusiones. En un pasaje del libro la propia Zannouba dice que no encuentra libros escritos desde el lugar en el que ella se encuentra. Y, en efecto, es importante la representación de realidades no normativas. Lo es para esas personas, pero también para el resto, porque si algo maravilloso aporta la buena literatura es precisamente la capacidad de acercarnos a otras vidas, de conocer otras realidades que en un primer momento nos son ajenas. 

Otra historia que se cruza en el camino de Zahira es la de Motjaba, un joven revolucionario iraní homosexual que se ve obligado a huir de su país. En este caso el autor emplea un recurso querido de su literatura, el género epistolar, con una carta muy emotiva en la que sabremos más de su vida. En la obra aparecerán también Allal, el primer amor de Zahira, que quiere ir de Marruecos a París para encontrarla, y Zineb, una tía de Zahira desaparecida hace años cuya historia, entre leyendas, secretos familiares y vacíos, se revelará a lo largo de la novela. Un libro, en fin, sobre los márgenes, sobre la dura vivencia de las personas inmigrantes, sobre las orientaciones e identidades sexuales no normativas, sobre todo lo que no está en el centro ni es considerado universal, escrito con un estilo directo, contundente y lírico. 

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