Mirafiori

 

Hay novelas que invitan a la relectura, pero nunca antes me había pasado que necesitara volver a leer el comienzo de un libro nada más terminarlo. Es lo que me ha sucedido con Mirafiori, de Manuel Jabois. Tras leer su epílogo es inevitable volver atrás, regresar a lo que se acaba de leer, para acercarse a esos pasajes con otros ojos, con una mirada distinta, ahora que sabemos lo que entonces desconocíamos. Esta forma de empujarle a uno de forma irrefrenable a la relectura es uno de los muchos aciertos de esta novela en la que el periodista demuestra una vez más que su talento narrativo no se limita a la distancia corta de la tribuna de periódico.


Jabois es de esos autores de los que leería hasta su lista de la compra. Además de sus artículos en El País, disfruté mucho en su día con Irse a Madrid, Manu y Malaherba, ésta última, su primera novela como tal, en la que demostró de lo que era capaz no ya contando la vida real de un modo especial, muy personal, como hace en los periódicos, sino tomando retazos de esa vida real para inventar historias de ficción. Ahora, con Mirafiori, el autor cuenta una historia de amor y de fantasmas, de recuerdos y experiencias paranormales, de la vida y sus contradicciones

Sólo el autor sabe cuánto de verdad hay en la obra. O, mejor dicho, cuánto de eso que llamamos verdad, aunque lo que se cuenta en los libros no es menos real, en absoluto, que lo que pasa frente a nosotros en el día a día.Escribir una novela y tranquilizar al mundo diciéndole que es mentira: mentir dos veces”, leemos en la obra, que cuenta desde distintas voces narrativas la historia de amor entre Valentina Barreiro y el narrador de la mayor parte de la novela. 

Como se espera de Jabois, porque es marca de la casa, el libro está plagado de frases ingeniosas, aunque es mucho más que un compendio de éstas. Hay frases muy potentes, sobre todo, descripciones del amor. Por ejemplo, el narrador habla de “los años en los que nunca perdíamos o emparejamos, los años en que solo arriesgábamos y ganábamos" y poco después confiesa que "“siempre quería contárselo todo a ella, y creo que el amor es eso: fabricar la confianza en la que se puede contar todo”. También leemos que "la amabilidad es la kryptonita de la gente que odia". Casi aforismos. 

No faltan tampoco pasajes maravillosos sobre el periodismo, que el autor conoce bien. De sus amigos periodistas dice esto el narrador "preferíamos no alternar demasiado con ellos: nos parecía admirable la capacidad que tenían de hablar de su trabajo durante horas; daban por hecho que nos interesaría, como si fueran astronautas, charlando con tanta pasión de redactores jefes que cualquiera diría que los habían conocido fuera de la Tierra. Trabajaban doce horas en la redacción y pasaban las siguientes doce comentándolas”.  Real como la vida misma. Quien lo probó, lo sabe. 

La obra transcurre a medio camino entre Madrid y Pontevedra, aunque también se viaja a Málaga y Lisboa, entre otros lugares. De Pontevedra, por cierto, escribe esto en un momento de la obra: "seguíamos sin ver a nadie porque las calles estaban como desmontadas; una pequeña ciudad de provincias cuando parece que alguien la recoge, doblándola con esmero, para llevársela y meterla en un cajón hasta la mañana siguiente”.

Más allá del estilo, impecable e hipnótico como siempre, de Mirafiori me gusta mucho el atrevimiento formal, mayor que el de novelas anteriores del autor. Ese cambio en la voz narrativa, eso que sólo descubrimos en el epílogo. Y también lo que tiene casi de revolucionario escribir una novela de amor, sin pedanterías pero también sin distancia irónica, en estos días. Del amor y sus complejidades, de los tiras y afloja de una relación, trata esta notable novela que también incluye citas valiosas como eso que le escribió Scott Fitzgeral a su mujer, Zelda, y que puede resumir bien el sentir de este libro y, ya puestos, el amor: "recuerdo una tarde en la que todo era horrible menos nosotros dos". 

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