Malaherba

Era cuestión de tiempo que Manuel Jabois diera el salto a la literatura. Sus artículos, sobre todo los más costumbristas, tienen mucho de literario, igual que el tono en el que escribe, esa mezcla entre ironía, ligereza y sentencias contundentes y sonoras. Hasta ahora, los libros que había publicado el talentoso periodista gallego eran recopilaciones de sus artículos, como en el portentoso Irse a Madrid; relatos autobiográficos, como el corto y delicioso Manu; y una crónica larga sobre el 11-M, titulada Nos vemos en esta vida o en la otra. Ahora llega Malaherba, la primera incursión como tal de Jabois en la literatura, en la pura ficción. La novela, editada por Alfaguara, es exquisita en su sencillez, cautivadora en su aparente simpleza, conmovedora y divertida. 


Igual que en sus artículos me importa lo justo estar de acuerdo o no con sus tesis (aunque generalmente lo estoy), en este libro lo de menos es la trama en sí. Lo que importa de verdad es la belleza, ironía y sensibilidad que rezuman las páginas de esta obra. Es algo muy distinto a todo lo que ha hecho Jabois hasta ahora, pero a la vez es puro Jabois. Su personal estilo, ese que aparece en todo lo que escribe, aunque sea de cuestiones tan poco inspiradoras como la política española, es inconfundible y aquí aparece esplendoroso. Lo que narra es pura ficción, pero es totalmente reconocible y honesto. Lo que le pasa a Tambu y a Elvis, los dos niños protagonistas de esta historia, le ocurre a diario a muchos otros niños. 

La infancia es época de descubrimientos, temores e incertidumbres. Tiempo de libertad y despreocupación, pero también de crueldad, de necesidad imperiosa de sentirse reconocido en un grupo, de encajar. Es una época hermosa, pero también despiadada, en ocasiones. Es la época en la que se forma la personalidad. Es un torrente de emociones. Y es, sobre todo, auténtico. Todo lo que sucede en la infancia es de verdad, muy de verdad, mucho más que la propia vida, porque todo se vive con una intensidad especial. El gran mérito de Malaherba es la fuerza y la ternura que le da a la voz de Tambu, que es quien narra en primera persona, entre el desconcierto y las primeras certezas, lo que le pasó cuando conoció a Elvis y su pequeño mundo se tambaleó

Tambu y Elvis viven una historia de amor. Sí. De amor. Dos niños que sienten algo que nunca antes sintieron, igual que tantos otros menores, sólo que es algo incomprendido por muchas personas alrededor. También por ellos mismos. Sólo saben que juntos están bien, que son felices. Y no necesitan saber nada más, aunque terminan sabiéndolo sin quererlo. Saben del odio y la intolerancia. Saben del miedo a la libertad. Saben de las personas que ven la vida en blanco y negro. En contra de lo que pueda parecer, la novela es luminosa y realmente divertida. Hay pasajes en los que cuesta no carcajearse, y la emoción acude más por la vía de la sensibilidad que por la del temor o la tristeza. Es una historia bellísima, política a su manera, claro, porque lo personal es político, porque todo lo es, y sólo puede ser política una historia de amor entre dos niños en un tiempo en el que ciertos desacomplejados cuestionan los derechos de las personas que aman y sienten diferente. 

Como siempre en cada escrito de Jabois, Malaherba está repleto de frases que estallan a su paso como minas. Son especialmente deliciosas las conversaciones entre Tambu y su padre, que muere más de una vez en la novela. "No me atreví a preguntarle qué era el amor, eso sí. Había demasiados discos allí, y por alguna razón pensé que la respuesta tenía que ver con ellos. No me iba a poner a escucharlos todos", leemos en un pasaje. "Resulta que estaba gordo, o eso le oí decirle a su amiga Pili en la cocina, fumando las dos como chimeneas. Yo me enteraba más o menos de mi vida pegándome a la pared del pasillo para escuchar a mi madre en la cocina. Era como si el telediario hablase de mí. Mis padres nunca hablaban claro conmigo; bueno, mi padre sí, pero tan claro que yo no entendía nada". O esta frase, en la que Tambu cuenta cómo es su relación con Elvis: "Teníamos una confianza grandísima el uno con el otro, de esas confianzas en las que no sólo se dice todo, sino que ya no se tiene que decir nada". Algo así debe de ser el amor. 

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