Arthur Rambo

 

Una de las (muchas) razones por las que me gusta el cine francés es por su vocación de abordar cuestiones de actualidad. No es que otras cinematografías no lo hagan, desde luego, pero creo que en Francia es algo mucho más acusado, quizá porque es un país donde el cine tiene conciencia de su importancia, de capacidad de irrumpir en el debate público. A veces tenemos una imagen reduccionista del cine francés, como si sólo tuviera comedias amables o cintas de pequeños burgueses que tienen largas y sesudas charla hablando de lo humano y lo dicho en torno a una buena mesa. Algo de eso hay, y es estupendo también, pero el cine francés va mucho más allá. Las películas sobre la educación, por ejemplo, son un género en sí mismo. Igual que las de las desigualdades y la vida en los banlieu (los suburbios de las grandes ciudades). Recientemente el cine francés también ha explorado cuestiones como la despoblación o el consentimiento en las relaciones sexuales (destaca aquí la magnífica El acusado). 


Arthur Rambo, de Laurent Cantet, es un caso paradigmático de esa querencia del cine francés por hablar de la actualidad. La película, que se estrenó en 2021 y ahora puede verse en Filmin, está basada en una historia real que ocurrió en 2017, la de Mehdi Meklat, quien triunfó en el mundo editorial francés pero recibió pronto una oleada de críticas al descubrirse tuits muy polémicos y ofensivos que había publicado años atrás. Redes sociales, fama, funcionamiento del mundo editorial, integración de franceses de origen argelino, la vida en las afueras y los prejuicios sobre ella, las llamadas guerras culturales, los discursos de odio, eso que algunos llaman política de la cancelación... Ni medio charco deja de pisar la película. 

En la película el protagonista se llama Karim D., a quien interpreta con maestría Rabah Nait Oufella, que le aporta al personaje todos los matices que necesita. Karim D. es un escritor joven que ha deslumbrado a la crítica y al mundo editorial francés, donde el mundo editorial también es otra historia. Es joven, comprometido y aguerrido, ha cautivado con la historia de su madre, procedente de Argelia, y de su vida en la banlieu. Todo son elogios y alabanzas. Además, ha creado un medio digital para dar voz a los jóvenes de su barrio. 

Karim D. es adulado, acude a todas las fiestas, se le admira. Hasta que, de pronto, justo después de una entrevista en el principal programa de libros de la tele francesa (en la historia real esa entrevista fue en el sensacional La grande librairie), empiezan a hacerse virales tuits suyos del pasado, cuando escribía con el pseudónimo Arthur Rambo (que suena igual que Arthur Rimbaud, el poeta de la rabia adolescente. Son tuits homófobos, machistas, islamófobos y antisemitas. Auténticas barbaridades. Él explica que son mensajes que puso en 2016, que realmente no pensaba así pero era un ejercicio de provocación, de probar los límites, de canalizar la ira, de reírse de los radicales que se los tomaban en serio. Un ejercicio satírico salvaje a lo Charlie Hebdo. Entonces comienza su declive. En cuestión de minutos pasa de ser el hombre de moda a un tipo repudiado al lado del que nadie quiere estar. También en su entorno personal recibe un fuerte rechazo. 

La película juega fuerte y es valiente. Narra la historia pegado al personaje principal, pero no busca ni juzgarlo ni ensalzarlo. Claro que, igual que en la vida real, habrá quien lo vea como un héroe de la libertad de expresión. Otros lo verán como alguien egocéntrico y frívolo incapaz de medir la gravedad de sus mensajes de odio. La película no juega tanto a eso, a presentarlo como un héroe  un villano, sino a contar bien la historia y disparar un poco a diestro y siniestro. Porque tan horribles son esos mensajes como fantástica es su novela. Esa obra, que tiene valor por sí misma, no es peor porque su autor publicara esos tuits, como tampoco lo sería si fuera un delincuente o un estafador. De nuevo, el debate sobre el autor y su obra. Y también el de los límites del humor y la sátira. En la película, el protagonista afea a varios amigos que ahora le den la espalda cuando fueron los primeros que se rieron con esa gamberada, con esos tuits salvajes. 

Es interesante cómo recuerda el protagonista ese tiempo en el que publicaba tuits incendiarios, según dice, sin creer realmente en ello. Cuenta que sólo quería provocar, que Arthur Rambo fue un doble maléfico sin límites que creó con 16 años y que sentía que todo el mundo se reía y que, cuanto más bestias eran los tuits, más seguidores lograba. La película reflexiona también sobre el poder de las palabras, de lo que se comparte en redes sociales, aunque, como dice el propio protagonista, pensemos que esos mensajes no existen, que son palabras que se tiran al espacio y desaparecen. 

Gracias a la relación de Karim D. con personas de su entorno (es especialmente interesante su relación con su hermano pequeño, que lo idolatra), la historia va ganando más y más capas de complejidad. Al principio, es incapaz de entender tanto revuelo, no comprende las reacciones alrededor, que ve cínicas. Poco a poco, comprende más el efecto causado. La película no se moja, y hace muy bien, claro, a la hora de decir dónde están los límites o cuáles son las respuestas a las preguntas que plantea.  Eso sí, al final, por si acaso, pone un rótulo en el que deja claro que los tuits de Arthur Rambo que se muestran en pantalla a lo largo del filme son inventados y que no reflejan el pensamiento del director ni de ningún miembro de la película. Por si acaso. Entiendo que esté ahí ese mensaje, pero casi diría que es lo único que me sobra de esta película inteligente y bien planteada que es de las que generan debates nada sencillos. Para eso también está el cine. 

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