El acusado

El acusado, de Yvan Attal, es una de esas pocas películas que aciertan a plantear cuestiones de plena actualidad de un modo inteligente, sugerente y reflexivo. Es una película que nos recuerda el poder del cine, su capacidad de agitar al espectador, de entrar en la conversación pública, de ser útil. En este caso, la película aborda el consentimiento en las relaciones sexuales y la ruptura del silencio de siglos en torno al acoso sexual contra las mujeres. La película francesa, que se puede ver en cines, hace quizá el mejor retrato del mundo posterior al movimiento Me Too, es decir, de nuestro mundo, de nuestra sociedad. 
El protagonista del filme es Alexander (Ben Attal), un joven de 22 años exitoso que estudia en una prestigiosa universidad estadounidense y hace un viaje relámpago a París para visitar a sus padres: una ensayista feminista muy reputada (Charlotte Gainsbourg) y un periodista televisivo de vieja escuela muy influyente (Pierre Arditi), que va a recibir la Legión de Honor de manos del presidente francés. Una noche, el joven conoce a la hija de la nueva pareja de su madre. Ella, Mila (Suzanne Jouannet) tiene 17 años. Se conocen, parecen congeniar y van a una fiesta juntos. Al día siguiente denuncia por violación. 

La estructura de la película es muy interesante, porque se muestran imágenes de esa noche a cuentagotas. Primero vemos el planteamiento de la situación y la detención de Alexander. Después es el turno de la versión de la joven y finalmente asistimos al juicio en el que se decidirá la verdad judicial de lo ocurrido aquella noche. La película busca de forma deliberada escuchar a las dos partes, no con equidistancia ni desdeñando el sufrimiento de la joven, pero sí con la voluntad de plantear preguntas y de ser reflexiva. No nos presenta al joven como un monstruo perverso sin sentimientos. Es más, lo monstruoso es que es incapaz de entender que eso que él vivió como una relación consentida sucedió en realidad contra la voluntad de la joven

La película, que está basada en la novela Les choses humaines, de Karine Tuil, construye desde la ficción un retablo muy verosímil de nuestra sociedad y de las distintas sensibilidades actuales sobre el consentimiento en las relaciones sexuales. No hay más que ver las reacciones de una parte de la sociedad a la ley del sólo sí es sí en España para percibir las dificultades de algunos hombres para entender esto del consentimiento. En la película, el padre de Alexander defiende que la joven sabía lo que hacía, que no puede culpar a su hijo de nada y que no se le puede arruinar la vida por "20 minutos de acción". Su madre, feminista implacable contra cualquier agresión o abuso contra las mujeres, ve cómo se derrumba su posición inamovible inicial de apoyar siempre a la presunta víctima cuando el presunto agresor es su hijo

En la película también se da voz al joven y a su abogado. No es ningún panfleto. Es algo mucho más valioso. Contribuye de verdad a reflexionar sobre el consentimiento. Lo aterrador, ya digo, es la incapacidad de algunos hombres para entender que eso que ellos ven normal, lo que corresponde, lo lógico, puede incomodar a la otra parte y puede estar ocurriendo sin que ella quiera, aunque no diga expresamente que no. Los 138 minutos de metraje no son ningún problema, la película no se hace larga y acierta tanto en la forma como en el fondo. Una gran película. 

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