Las virtudes peligrosas

 

En ningún lugar como en una librería de ocasión o en una feria del libro antiguo comprende cualquier lector de forma más abrumadora que no tendrá vida para leer todas las obras atractivas que le preceden. Sabemos que las novedades editoriales son también inabarcables, pero no digamos ya cuando pensamos en obras publicadas hace tiempo, de las que se habla menos hoy en día, o nada en absoluto, pero que están ahí, esperando un golpe de suerte, una recomendación o la mera casualidad para ser redescubiertas

Creo que fue el título y la peculiar portada de su primera edición de 1985 en Plaza & Janés lo primero que me atrajo de Las virtudes peligrosas, de Ana María Moix, en un puesto de la 70 edición de la Feria del libro de ocasión, antiguo y moderno de Barcelona. También me animó finalmente a comprarlo la curiosidad, porque no había leído nada de la autora, y el hecho de que se tratara de un libro de relatos, un campo de la literatura que cada vez disfruto más. El ejemplar podía haber estado algo más escondido en ese puesto en el que lo encontré, lo podría haber comprado antes otra persona, y quizá nunca habría caído en mis manos. Mejor que pensar en tantos libros geniales que nunca leeré, celebro estos hallazgos inesperados que tan afortunado me hacen sentir. 

Las virtudes peligrosas es un libro excepcional. Sin duda, de los mejores libros de relatos que he leído en mucho tiempo. La obra reúne cinco relatos, a cuál más original. Con una prosa muy cuidada, un tono entre lo reflexivo y lo irónico, la autora plantea historias de amor, soledad, amistad, memoria. Historias de vida y más allá de la vida, de la cotidianidad, porque lleva hasta límites insospechados la libérrima imaginación de su autora

El primero de esos relatos es el que da título al conjunto, Las virtudes peligrosas. En el relato, escrito en segunda persona, el narrador se dirige a una joven que leía a dos ancianas damas. De fondo, una apasionada historia entre ambas mujeres, interrumpida por el qué dirán, por las ataduras y compromisos de ambas. El relato es de una emoción y de una intensidad narrativa admirables. 

En Érase una vez encontramos a un escritor que se siente condenado a ser siempre un observador. Es un relato misterioso, fantástico y bastante irónico sobre los cuentos clásicos en el que, por ejemplo, los enanitos regañan a Blancanieves por tomar el sol o en el que la Bella Durmiente se atiborra a café. “Todos odiaban ser leídos: la condena a existir en las páginas muertas de un libro, en forma de letra impresa, los llenaba de angustia”, leemos. 

Le sigue a aquel El inocente, en el que un desconocido le cuenta a un hombre en un bar que desde que está enamorado, "el mundo es otro, la ciudad es otra, la gente es otra”. El hombre odia al desconocido que decide contarle su vida y, de paso, al camarero que les sirve, mientras la historia avanza en medio de reflexiones sobre, sí, el amor, la memoria y la experiencia, de la que se leemos que "no es más que una forma de nostalgia”.

Quizá mi relato preferido de los cinco sea El problema, en el que el protagonista es, efectivamente, un problema, que lee un libro titulado El problema afectado, donde se cuenta que el problema afectado sufre pesadillas en las que “es analizado, desmenuzado y finalmente, solucionado por infames mentes analíticas, capaces de una frialdad y de una objetividad sin límite”, y en las que se siente “rodeado y acosado por una turba de pensamientos sensatos. En ese libro que lee al comienzo del relato su peculiar protagonista, una especie de libro de autoayuda para problemas atormentados, se recuerda para tranquilidad de dicho lector que “desde que el mundo es mundo el hombre se ha demostrado incapaz, por fortuna y pericia nuestra, de solucionar ningún problema y, por el contrario, extraordinariamente dotado para crearlos y multiplicarlos en cuanto se dispone a enfrentarse a cualquiera de nosotros”. El resto del relato es una auténtica genialidad. 

Ana María Moix concluye este espléndido libro de relatos con Los muertos, que a su vez alude al relato homónimo de James Joyce. La protagonista de la historia se dispone a celebrar una fiesta para conmemorar el 15 aniversario de su matrimonio con un poeta, con quien no es feliz. Se relata la incomodidad de esta mujer en medio de las "fingidas expresiones de cordialidad" en las fiestas y encuentros sociales, cuyos finales cuenta, sin siempre tristes, y esta vez le traerá además el recuerdo de otro hombre en su pasado. Las virtudes peligrosas, en fin, fue un hallazgo feliz. Celebro mucho haberme encontrado con él aquella mañana estupenda entre libros de segunda mano en Barcelona. 

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