Las leyes de la frontera

Entre las muchas virtudes de la literatura está su capacidad de nutrir de historias al cine. Javier Cercas es uno de los escritores españoles contemporáneos con más libros llevados a la pantalla. La profundidad de sus historias, la buena construcción de sus personajes y el tono reflexivo y siempre estimulante de sus obras son algunas de las razones que explican esta buena relación de sus libros con el cine. También, claro, el prestigio del autor, que también es uno de los más leídos. Tras Soldados de Salamina, llevada al cine por David Trueba en 2002, y El autor, que propició una extraordinaria película de Manuel Martín Cuenca en 2017, el año pasado fue David Monzón quien decidió llevar al cine otra novela de Cercas, en este caso, Las leyes de la frontera, que ganó cuatro premios Goya y que ahora puede verse en Netflix. 


La película es muy fiel a la novela, aunque ésta tiene una estructura muy particular que no se puede trasladar directamente al cine. Son muchos los méritos del filme de Monzón. Desde luego, la recreación de aquella Girona de finales de los 70 es uno de los mayores logros de la película, que desborda naturalidad. También destaca la frescura del elenco, en buena medida, formado por intérpretes poco conocidos por el gran público hasta ahora. Quizá el primer requisito exigible a una película es que sea auténtica, que transmita verdad y Las leyes de la frontera respira verdad en cada plano. 

Con la actualidad política de aquel tiempo de fondo, pues se ven noticias en la televisión del salón de la casa del protagonista, la película se centra en las andanzas de Ignacio Cañas (Marcos Ruiz), un joven que sufre acoso por parte de sus compañeros de instituto. Está solo, no tiene amigos, hasta que de pronto conoce al Zarco (Chechu Salgado) y a Tere (Begoña Vargas). Nada más aparecer en su vida Ignacio tiene claras dos cosas: que estos dos delincuentes juveniles le traerán problemas y también que no podrá separarse de ellos, de la protección y la sensación de compañerismo y grupo que le aportan. Eso y Tere, claro, por quien caer perdidamente enamorado. 

La frontera a la que alude el título de la obra apela, en realidad, a muchas fronteras. Desde luego, a esa frontera geográfica invisible pero muy palpable en la Girona de aquel tiempo, porque en cuanto se entra en el barrio chino todo cambia, parece entrarse en otro mundo. Es allí, en ese barrio peligroso, donde paradójicamente el protagonista se siente al fin protegido y acompañado. Pero también hay otra frontera, aún más infranqueable, aún más marcada, que es la que separa a las distintas clases sociales. Ignacio forma parte de la banda del Zarco, pero nunca llega a ser del todo uno de ellos. Él procede de una familia de clase media, tiene otras opciones, tiene algo que perder, como le dice el Zarco en una de las mejores escenas de la película. 

Termino con un párrafo que escribí en la crítica de la novela hace unos años, puede aplicarse a la perfección a la película de Daniel Monzón. sólo que cambiando lo de lector por espectador. Las Las leyes de la frontera sigue un ritmo trepidante y a la vez, combinación ésta nada sencilla, propone al lector profundas reflexiones por el contraste entre dos mundos sociales, el estudio de los sentimientos que mueven la acción de los personajes de la historia o las muchas preguntas sobre la compleja vida de aquellos, todos con sus debilidades y temores, con sus heridas del pasado, con sus insatisfacciones y frustraciones, con sus contradicciones y principios.

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