Giant Little Ones

 

En Giant Little Ones (Pequeños gigantes), de Keith Behrman, hay varias escenas que duelen por su autenticidad y verosimilitud. Destacaré dos. Casi al comienzo del filme, un chico insulta a otro, compañero suyo en un equipo de natación, porque considera que no es heterosexual. Poco después, cuando dos amigos salen de comprar algo de beber y comer de una tienda por la noche, reciben insultos de un grupo de desconocidos porque éstos consideran que los chavales no son heterosexuales. Eso, considerar que alguien no es heterosexual, o que no lo aparenta, o que no lo es lo suficiente a los ojos del otro, es motivo suficiente para algunas personas para acosar, insultar y agredir a otras. Es una película, pero basta abrir el periódico cualquier día para comprobar hasta qué punto se parece a la realidad. 
Esta película canadiense de 2018 refleja a la perfección ese contexto de opresión al diferente, más o menos velada, con agresiones físicas o verbales, con miradas de desprecio o directamente con la violencia, que aún existe hoy y que hace tan difícil vivir en libertad y ser uno mismo sin miedo en nuestras sociedades, por avanzadas que parezcan. Es una película formidable que conecta con su tiempo, un filme que no cae nunca en lo trillado, nada obvia ni simple, que muestra la diversidad en toda su extensión y complejidad. No es, por entendernos, una historia de "chico conoce a chico", ni tampoco una comedia romántica adolescente más. Es una fresca, inteligente y honesta aproximación a la riqueza de la diversidad afectivo-sexual, que muchos jóvenes viven con naturalidad, pero que aún sigue siendo tabú para demasiada gente. 

Los protagonistas de la película son dos jóvenes que llevan siendo los mejores amigos desde que se conocen. Ambos forman parte de un equipo de natación, se lo cuentan todo y tienen una relación excepcional. Algo ocurre entre ellos que los separa. Por el miedo a sentir lo que el entorno te dice que no debes sentir, por temor a que las miradas cerradas y rígidas de otros te juzguen, por el pavor de dejar de ser popular, de no ser valorado en el instituto, de pasar a ser el raro, con el frío que hace fuera, con lo cómodo que es encajar en lo que se espera de uno, en lo normal, ese término tan espantoso, que no significa nada. 

Creo que Giant Little Ones, más parecido a Matthias & Maxime que a Call me by your name, y con ciertos parecidos, pero sólo relativos, a Love, Simon, me ha gustado tantísimo por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. La película hace constantes equilibrismos sobre el alambre. Hay varios elementos que podrían chirriar si no se contaban bien, si no se acertaba con el tono. La relación de uno de los dos chavales protagonistas con la hermana del otro, el hecho de que el padre de uno de estos chicos rompiera hace años la relación con su madre para irse a vivir con un hombre del que se enamoró, la amiga queer del protagonista... Lo que podría conducir a estereotipos o brochazos gruesos en la construcción de personajes alcanza una complejidad y una honestidad asombrosas. Nada de lo que podría salir mal sale mal en la historia. Todo aporta, todo está en su sitio. 

Aún son pocas, demasiado pocas, las películas que muestran a personajes no heterosexuales como protagonistas. Entre esas pocas, la mayoría son de chicos adolescentes que descubren su homosexualidad, sin espacio apenas para las mujeres lesbianas, la bisexualidad o toda la gama fluida y abierta que cada cual desee para sí. Esta película acierta a dar un paso más allá. Que alguien sea homosexual resulta aberrante para los cerrados de mente retrógrados que no soportan que otros vivan y sientan como quieran, que sean lo que son, no lo que nadie les diga que tienen que ser. Pero que alguien sea bisexual, trans o queer, entendido el término de forma amplia, directamente les estalla cabeza, es aún más inconcebible para según qué mentes. 

Lo cierto es que el movimiento LGTBI celebra la diversidad, porque en su concepción de la sociedad libre entra todo el mundo: heterosexuales, homosexuales, bisexuales, trans, intersexuales, personas que se enamoran de alguien de su mismo sexo pero no se definen como homosexuales, o viceversa, mujeres que lo son digan lo que digan de ellas otras personas con miradas estrechas, hombres que se visten con ropas que se consideran de mujer pero que son hombres y no se consideran trans ni travestis, personas que rechazan las etiquetas y abrazan con entusiasmo la complejidad de la diferencia... El arcoíris lo acoge todo. Está bien que el cine también lo haga, aunque sea tan despacito. Ganamos todos en representatividad y ganan las historias en riqueza y diversidad.  

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