Matthias & Maxime

Hasta los más ilusos que albergábamos alguna mínima esperanza tenemos ya bastante claro que no saldremos mejor como sociedad de esta crisis del coronavirus. Casi firmamos ya quedarnos igual que antes. Pero puede que al menos estemos a tiempo de valorar más las pequeñas cosas que engrandecen la vida, esas que nunca debimos dejar de apreciar. Por ejemplo, volver al cine, al fin, más de tres meses después. Pasear por la madrileña calle Martín de los Heros, repleta de templos para los amantes del cine: la librería Ocho y medio, los cines Golem, los Renoir... Una gozada. Ir al cine siempre fue una fiesta, sólo que ahora que lo perdimos durante un tiempo lo valoramos más.

La vida va exactamente de esas pequeñas cosas, lo mismo que le ocurre al buen cine. Un ejemplo de ello es Matthias & Maxime, el filme de Xavier Dolan que algunos recordaremos, además de por su calidad, por haber sido la película con la que nos reencontramos con las salas. En la cinta, que se estrenó por Filmin durante la cuarentena y que ahora llega a los cines, todo comienza con una anécdota, un simple beso entre dos amigos, que no llegamos a ver en pantalla. Un beso entre Matthias y Maxime, dos amigos desde la infancia, que se echan a suertes participar en el corto que rueda la hermana de uno de sus amigos. El beso lo cambia todo.

A partir de ese momento, la película muestra lo mucho que les cuesta a ambos gestionar lo que sintieron. Porque les hace cuestionar su propia identidad. Matthias, además, está a punto de irse al otro rincón del mundo, para poner tierra de por medio con una situación familiar muy dura, para empezar de nuevo. De la mano de las tribulaciones de ambos, el director cuenta una historia de amistad masculina, en la que reflexiona sobre los roles de género, lo difícil que resulta a veces seguir a tus propios sentimientos, atreverte a convivir con lo que sientes. 

Hay escenas de una apabullante belleza en el filme, pedacitos de vida. Lo mejor de la película, que no es redonda y que a veces parece perder un poco el rumbo, o renunciar a tener un rumbo claro, es que consigue emocionar y reflejar con honestidad una historia sencilla, con muchas de esas pequeñas cosas de las que hablábamos más arriba. Sentimos lo que sienten los personajes en la despedida de Matthias. Nos emocionan los gestos entre el grupo de amigos. La complicidad. Las idas y venidas en las relaciones personales. La amistad, que es una forma de amor más duradera y a veces incluso más intensa, es la protagonista absoluta del filme, casi más que el descubrimiento de los dos personajes centrales, a los que ese beso les transforma y remueve. 

La película no sigue exactamente por los caminos esperados, parece ir dejando para después lo que el espectador espera, mostrando la cámara en eso que pasa mientras estamos empeñados en hacer otros planes. Con una música maravillosa y una frescura palpable en el elenco como grandes aliados, la película alcanza grandes cotas de emoción. Claramente es una película de Xavier Dolan. Por cómo está filmado, por ese concepto de autoría con el control absoluto sobre el proyecto, como muestra el hecho de que Dolan aparece en los créditos finales por todos lados. Desde luego, en el guión y la dirección, pero también en la interpretación (da vida a Matthias) y hasta en el diseño de vestuario. Es una opción excelente para volver al cine, que es una forma preciosa de ir volviendo a la vida y a sus pequeñas cosas. 

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