Call me by your name

La pasión hecha película, un verano irresistible tan aparentemente infinito como todos los de la adolescencia, el deseo y la belleza en cada plano, la vida en 132 minutos. Todo eso, o una obra maestra en resumen, es Call me by your name, de Luca Guadagnino. Es una película arrebatadora, de una sensualidad y una hermosura fuera de lo común. Se estrena en España con bastante retraso, ya que lleva más de un año recibiendo elogios y premios en festivales. Ahora, con cuatro nominaciones al Oscar bajo el brazo, llega al fin a las salas esta historia de amor y despertar sexual de Elio (Thimothée Chalament) y Oliver (Armie Hammer). 

Ambientada en el verano de 1983 "en algún lugar de Italia", Elio pasa el tiempo entre libros, música y arte, en la villa de sus padres en el país transalpino. El clásico verano en el que el tiempo transcurre a un ritmo distinto que el resto del año, y que de forma tan magistral capta el director en esta joya. Todo cambia cuando llega Oliver, el joven estudiante estadounidense que acude a trabajar en su doctorado con el padre de Elio (Michael Stuhlbarg), especializado en cultura grecorromana. Elio queda prendado de Oliver. De pronto siente algo que nunca antes sintió, que no sabe definir ni controlar, que se adueña de él. 


Una escena exquisita del filme muestra al padre de Elio junto a Oliver, viendo diapositivas de esculturas grecorromanas. Hermosas. Deslumbrantes. "Míralas, parece que te retan a desearlas", dice el profesor. Y eso mismo siente Oliver por Elio, y viceversa. Y es también lo que siente el espectador por esta película. Un verano que deseamos sin fin, una concentración de las pasiones que le dan sentido a la existencia, una tentación tras otra, en una villa italiana con arte por todas partes. La química entre los dos actores protagonistas, que lo transmiten todo con miradas, gestos, detalles y caricias, hace avanzar la historia. Ambos protagonizan varias escenas de gran intensidad, quizá pocas como aquella en la que ponen las cartas sobre la mesa, llenos de dudas y de deseo, de confusión y de ganas, de razones que contradicen a las pasiones. 

Contribuye a hacer de Call me by your name una película inolvidable y única la mezcolanza exquisita de idiomas. Elio habla en inglés con Oliver y con su padre, pero en francés con su madre y en italiano con las personas del pueblo donde veranea. Con aire a las películas clásicas italianas, montados en sus bicicletas, Elio y Oliver viajan al pueblo, pedalean por el campo, se bañan en rincones secretos, se miran, se tantean, se cuestionan, luchan contra sí mismos. Toda esa belleza y esa sensualidad que embriaga a los protagonistas del filme atrapa también a los espectadores, que siguen su historia, avanzando a un ritmo pausado, que no lento; cautivador, fascinante. 

El verano parece sin fin, aunque no lo es, aunque hay veranos que pueden marcar una vida. Ya casi al final del filme, Elio habla con su padre, o mejor dicho, escucha a su padre, en una de las escenas más conmovedoras que recuerdo haber visto en el cine, en la que el profesor le explica que sólo tenemos el cuerpo y el corazón una vida, que no es sencillo vivir una gran historia de amor, que no hay que resguardarse de los sentimientos, ni vivir con el freno de mano echado, que si algo duele es porque ha valido la pena, que lo que se siente intensamente nunca es un error. Gracias a su sutileza, su delicadeza, su sensualidad y su belleza conmovedora, uno sale del cine convencido de que Call me by your name volverá una y otra vez, porque es una película demasiado hermosa y especial como para no atesorarla, al lado de otras joyas como Boyhood, con la que comparte su maestría a la hora de llevar la vida misma a la gran pantalla, o Moonlight, que también aborda el despertar de la sexualidad y de la identidad en la juventud con mucha ternura. Qué obra maestra. Qué delicia. Qué forma de recordar lo lejos que puede llegar el cine cuando se parece a la vida. 

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