Nomadland

 

En los primeros minutos de Nomadland, parece que la película de Chloé Zhao que ha sido la gran triunfadora de los Oscar, será una denuncia sobre la precariedad laboral, los daños colaterales de la globalización y la despoblación de pueblos enteros de Estados Unidos por las pérdidas de industrias. Es todo eso, pero no sólo. Desde luego, es una cinta comprometida, dedicada a los que tuvieron que salir de su hogar.  Al comienzo, unos rótulos explican que el pueblo del que procede la protagonista, Empire, directamente desapareció y se borró su código postal, tras el cierre de la mina de la que vivían todos los vecinos. Hay una voluntad documental, de mostrar partes poco conocidas de la sociedad estadounidense, algo que ya encontramos en el anterior filme de la directora china, la extraordinaria The rider, pero la cinta va mucho más allá.


Nomadland es una película de una belleza deslumbrante, en el fondo y en la forma. Comparte con The rider la calidad, la preciosa fotografía y la inclusión en el elenco de muchos actores no profesionales, personas que de verdad llevan esta vida nómada que retrata el filme. Esto le aporta una frescura y una verdad que no pueden ser impostadas. Por supuesto, Nomadland no habría alcanzado semejantes cotas de excelencia sin Frances McDormand, no sólo porque ella da vida a la protagonista absoluta del filme, sino porque también es productora. Ella se enamoró de la historia que contó Jessica Bruder, en el que libro en el que está basada esta cinta. 

Como digo, sin duda la película parte del exilio interior de la protagonista, que ha perdido su casa y a su marido, y decide vivir en una caravana. Encadena trabajos precarios en distintas partes del país, de la central logística de Amazon en la campaña navideña a un camping o un restaurante de comida rápida. En el camino, conoce a personas que también viven en una casa sobre ruedas, que llevan esa vida por distintas razones. Algunas, desde luego, por la precariedad económica y la falta de oportunidades, pero otros por motivos diferentes. 

La película también habla del amor inmenso que la protagonista siente por su marido, a quien no olvida. Y de la pérdida y el exilio que siente al verse expulsada de su pueblo, un lugar pequeño y lejos de todo, pero en el que ella fue feliz. Es una película sobre la memoria, sobre cómo los lugares y las personas siguen viviendo mientras se las recuerda, aunque sean pueblos abandonados y personas fallecidas. En eso, por cierto, el filme me ha recordado en parte a La España vacía, el ensayo de Sergio del Molino sobre esa gran éxodo de los pueblos a las ciudades españolas, y cómo los más mayores pasean por las calles de Madrid, Zaragoza, Sevilla o Barcelona recordando en realidad las calles y los paseos de sus pueblos, de los que no se marchan del todo. 

Entre las personas con las que se encuentra la protagonista hay quienes tomaron libremente la decisión de echarse a la carrera y dejarlo todo. Para disfrutar más de la vida. Para escapar de la rutina que todo lo absorbe como un agujero negro. Para sentirse más libres. La libertad, esa de la que tanto y de forma tan pobre y vacía hablamos estos días por Madrid, es otro de los temas centrales de la película. La protagonista tiene oportunidades de vivir bajo techo en otras casas, pero no lo hace porque ha tenido que abandonar la suya, sí, pero también porque se siente bien en la libertad de la caravana, en contacto con la naturaleza, otro de los puntos fuertes de la película. 

Uno de los muchos aciertos de la directora, la segunda mujer que gana el Oscar a mejor dirección, es que ni idealiza a las personas nómadas ni los trata con paternalismo lastimero. Sólo muestra su realidad, sus realidades, porque todas ellas son distintas. No he visto las otras películas que eran candidatas a los Oscar, pero sin duda Nomadland es una película valiosa, repleta de virtudes, que en ocasiones muestra situaciones duras y tristes, pero que transmite también una gran vitalidad. Una película estupenda. 

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