The rider

En principio, pocas cosas hay más lejanas a nuestra cultura y a nuestro día a día que el mundo del rodeo en la América profunda. Pocas historias parten con tanta desventaja como esta para emocionar a un espectador alejado de ese círculo. Y, sin embargo, The rider consigue conectar con el espectador, al margen de donde viva o cuáles sea sus tradiciones, independientemente de que vea con una distancia o menos sideral al rodeo. Esa esa la grandeza del cine. Esta película de Chloé Zhao, claro, no habla del rodeo. Como todas las grandes cintas, y esta lo es, habla de cuestiones mucho más universales. De una historia chiquita, que entremezcla la realidad y la ficción, presenta un filme con capacidad de emocionar al espectador más distanciado posible del mundo del rodeo. 

Eso es el buen cine. Exactamente eso. The rider podría haberse centrado en la historia de un boxeador, de un bailarín o de un carpintero. En Estados Unidos, China o África. Poco hubiera importado. Lo de menos es cuáles sean las referencias culturales que incluya, el mundo del que el protagonista es incapaz de desprenderse. Lo crucial es esa unión del protagonista con lo que le rodea, la forma en la que su identidad se ha construido íntegramente en relación a ese mundo a su alrededor, a los códigos con los que ha crecido, con los que ha sido educado. Esta cinta es una película universal porque no va de un campeón de rodeo que sufre un accidente y no puede volver a hacer lo que más ama, va de la conexión de cualquiera con eso que adora, con lo que le define, con lo único que sabe y quiere hacer. Es decir, va de la identidad. 


Muchas de las mejores películas o novelas versan de la identidad. Hay pocos temas universales de verdad. El amor, sin duda, es uno de ellos. Pero la identidad lo es todavía más. Porque no hay nadie que no tenga anclas que le aten a lo que es. Su entorno. Su oficio. Su gente. Sus pasiones. Aquello que nos define. La identidad. Por eso The rider funcionará igual en el más recóndito rincón de la América profunda y en la más moderna ciudad. Por eso conecta con cualquier espectador, viva donde viva, trabaje donde trabaje, sea lo que sea lo que le defina. Porque a todos nos define algo, de forma incluso involuntaria, o ambiental, o fruto de una elección mucho menos libre de lo que pensamos. 

Brady, el protagonista del filme, ha sufrido un grave accidente que le impide volver al rodeo, a domar caballos, a hacer lo único que sabe hacer, lo único que quiere. Todo en su vida gira en torno a ello. Sus amigos sólo hablan de este o aquel héroe del rodeo, de este o aquel caballo. Y él se siente, de golpe, desubicado. Si no puede volver a montar en caballo, no puede volver a ser él mismo. Lo último que siente es desprecio a ese mundo, que casi le cuesta la vida y que ha dejado postrado en una silla de ruedas a uno de sus mejores amigos. Sigue admirando el rodeo, sigue queriendo volver. Aunque puede perderlo todo, aunque tiene una placa de metal en su cabeza que le recuerda lo cerca que estuvo de morir. Es hipnótico el efecto que causa el rodeo en él. Porque el rodeo es él. Porque esa es su identidad y, tras el accidente, se ve forzado a replanteárselo todo, a construirse otro yo. 

El protagonista del filme, Brady, está interpretado por Brady Jandreu. Sí, el filme se centra en una historia real. El actor, que no es actor, que se interpreta a sí mismo, que deslumbra por su naturalidad, por la honestidad de todo cuanto aparece ante la cámara, aparece en el filme al lado de su hermana real, que sufre autismo, y de su padre. Esto le da un aliciente especial al filme, un atractivo diferente. Porque la trama es ficción, pero sólo en parte. Brady, el de verdad, también sufrió un accidente y también se enfrentó a esos mismos temores que el Brady de la ficción. Todo cuanto aparece en la pantalla es auténtico, no está rodado en platós o escenarios construidos para la ocasión. Es verdad. Y se nota. Además, está rodado con un gusto exquisito. Hay planos de Brady con los caballos que justifican toda la película, sencillamente perfectos, sin apenas palabras, rodando lo que ocurre de verdad, sin trampa ni cartón, sin guión alguno. The rider es una de las películas más peculiares del año. Una historia sobre un campeón del rodeo que se convierte en una cinta universal, porque toca las teclas correctas y, aunque de entrada pueda engañar, cuenta algo que puede emocionar a todo el mundo desde una realidad pequeña y alejada de casi todo. Puro cine. 

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