Sentimental

 

Las películas y obras de teatro basadas en una cena de amigos que comienza de forma aparentemente apacible y en la que, antes o después, todo salta por los aires, son casi un género en sí mismo. En los últimos años, entre otras, he visto en el teatro Perfectos desconocidos, El nombre, Mala broma, Me gusta cómo eres e Invencible, todas ellas con un punto de vista similar, aunque cada una distinta e interesante a su manera. Quiero decir con esto que no es fácil sorprender con este tipo de historias, porque ocurre algo similar a lo que le pasa a las comedias románticas, que más o menos sabemos desde el principio lo que pasará. Cesc Gay entró este género de cenas que empiezan bien y terminan desmadrándose con la obra de teatro Los vecinos de arriba, que el pasado llevó al cine con el título de Sentimental. La película, que puede ver en Filmin, tiene todas las virtudes de este género y la acreditada capacidad del autor de llevar a la pantalla diálogos afilados e inteligentes. 
Lo principal en este tipo de películas, y en todas las demás, es que estén bien escritas y bien interpretadas. Y de ambas cosas anda sobrada Sentimental. El guión es impecable, como lo son las actuaciones de los cuatro protagonistas. La película comienza con Ana (Griselda Siciliani) preparando una cena en casa para sus vecinos. Su marido Julio (Javier Cámara) no sabía lo de la cena y no el hace ninguna gracia, entre otras cosas, porque los vecinos "son muy pesados, siempre saludan". Además, esos vecinos hacen mucho ruido por las noches, un ruido desaforado, que les despierta y hacer temblar la casa. Ellos son Salva (Alberto San Juan), un bombero muy directo, y Laura (Belén Cuesta), una psicóloga muy intensa. Como mandan los cánones, la cena se enreda más y más, con confesiones inesperadas y secretos desvelados. 

Sentimental es cine que se parece al teatro, tanto que nace de una obra teatral, y eso hay a quien le echa para atrás, pero para mí suele ser un plus, porque lo que más valoro es precisamente los diálogos y la construcción de personajes, mientras que otros le dan más importancia a las formas que al fondo. Cesc Gay, que ya mostró en Una pistola en cada mano y Truman, entre otras películas, tener un buen oído y una enorme capacidad de retratar a seres humanos de carne y hueso en la pantalla, con sus ilusiones y sus miserias, toma aquí una simple disputa vecinal como punto de partida para reflexionar sobre la identidad, las relaciones de pareja, el sexo, los prejuicios, la imagen que proyectamos hacia los demás, los secretos, las mentiras y, en general, la vida en sociedad. 

A ratos cada uno de los cuatro protagonistas resulta odioso y a ratos también nos despiertan simpatía. Porque no son arquetipos, son personas reales llenas de contradicciones. El personaje de Javier Cámara, por ejemplo, se reviste de una capa de sarcasmo para no afrontar sus verdaderos problemas. Mira con desdén y un cierto elitismo a sus vecinos, mientras que su mujer está muy interesada en esa cena, en la que no quiere que haya ningún problema y aspira a causarles buena impresión. De lo que pasa en los 82 minutos de metraje poco más se puede contar, porque la esencia del filme es descubrir todo lo que termina sacando a la luz ese asunto incómodo de los ruidos lujuriosos a altas horas de la noche. La interpretación de los cuatro protagonistas es soberbia y el guión de Cesc Gay, como acostumbra, exquisito y chispeante. Poco más se le puede pedir a una película. 

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