"Patria", "Lo que el viento se llevó" y la coherencia

 

Hace un par de meses despertó una gran polémica la decisión de HBO de retirar de su catálogo Lo que el viento se llevó, primero, y de rotular después con avisos explicativos sobre el contexto racista de aquella época, después. Muchas de las personas que entonces criticaron la decisión de HBO y defendieron la sacrosanta libertad creadora del cine se han indignado ahora por el cartel promocional (¡el cartel promocional!) de Patria, la serie que prepara, precisamente, HBO, basada en la extraordinaria novela de Fernando Aramburu sobre ETA. En el cartel aparece la protagonista de la novela junto a su marido asesinado por la banda criminal y, al lado, un terrorista torturado. 
Se dijo entonces sobre Lo que el viento se llevó, con razón, que el cine no tiene por qué ser aleccionador ni moralizante, que no se le puede exigir a una película nada más que tener calidad narrativa. También se dijo que aquella película reflejaba una época concreta y que nada se le puede achacar por ello. Se criticó todo intento de censura ante una creación artística y se recordó, con buen criterio, que conviene tratar a los espectadores como personas adultas, capaces de ver una película que dulcifica la segregación racial sin convertirse automáticamente en racistas. Se defendió ver en pantallas historias oscuras y duras, también incómodas y dolorosas. Se atacó la llamada "cultura de la cancelación".  Todo eso se dijo, en fin, y se dijo con mucha razón. 

Pero resulta que muchas de las personas que criticaron a los "ofendiditos" con la piel muy fina, se ofenden mucho ahora y tienen la piel igual de fina, sólo que en vez de con la segregación racial y el racismo, con el terrorismo etarra. Ahora ponen en primer plano todos aquellos matices que obviaron en el debate sobre Lo que el viento se llevó. Ahora resulta que sí creen que la sensibilidad de los espectadores es importantes, que hay temas especialmente sensibles y que la ficción no tiene obligación de ser fiel a la Historia, pero que sí es trascendente, porque muchas personas llegan a ella a través de las películas y las series. Todo eso era verdad cuando ridiculizaban a las personas que lo hacían ver cuando hablábamos del racismo y lo es ahora cuando hablamos del terrorismo etarra. 

No se tuvo demasiada empatía entonces con quienes mostraron su incomodidad con la representación de la segregación racial en Lo que el viento se llevó. Faltaron matices en ese debate, sí. Por ejemplo, reconocer que no hay que prohibir ni censurar película alguna, pero que sí conviene posar una mirada crítica sobre la representación de las minorías raciales en el cine. Que no se debe tener miedo a contar nuevas historias o hacerlo desde otros angulos. Y que hay un trecho entre censurar una película, algo que jamás debe hacerse, y no empatizar mínimamente con personas para las que la representación en la pantalla es vital y cuya sensibilidad con determinados temas es mayor. Insisto, no para darles el poder de decidir qué se emite y qué no, naturalmente, pero sí para, como mínimo, comprenderlos y entender que determinadas historias en la pantalla les duelan y ofendan. 

Hay muchas personas se sienten hoy ofendidas por la serie Patria, por un cartel promocional, ya que aún no hemos visto la serie. Muchas de esas personas, con anuncios de boicot incluidos, están actuando exactamente igual que quienes exigen retirar películas con comportamientos racistas. Sólo que a ellas el racismo ni les va ni les viene y la representación del terrorismo etarra, por el contrario, sí les importa y les remueve. Va a resultar que quizá no estábamos debatiendo sobre la libertad de expresión o cómo influye el cine en la sensibilidad de algunos espectadores, sino sobre las preocupaciones y sensibilidades de cada uno. Lo suyo sería intentar ser coherentes: si pensamos que el cine es libérrimo y que no tiene ninguna obligación de aleccionar ni explicar la Historia, que sea así siempre, no sólo con los temas que no nos importan. Si creemos que una serie abiertamente racista u homófoba está protegida por la sacrosanta libertad creadora, no parece sensato que luego podamos hacernos los indignados con otras cuestiones. 

Ocurre algo parecido cuando se critica que los artistas hablen de política, cuando lo que en realidad se quiere decir es que no nos gusta que defiendan posiciones políticas contrarias a las nuestras. Si defienden las nuestras, ningún problema. Con la representación pasa algo parecido: si el tema nos remueve e importa, hay que tener en cuenta la sensibilidad de los espectadores; si es un tema que ni nos va ni nos viene, adelante con la libertad creadora. 

De entrada, ganaríamos mucho si huimos de los extremos en los debates sobre la representación cultural, tan apasionantes y llenos de posibilidades. Criticar algo no puede ser pedir que se prohíba. Que algo no te guste no lo convierte en una vergüenza y una ofensa criminal contra la humanidad. Defender la libertad de expresión tiene sentido especialmente cuando lo que se dice te incomoda. 

HBO, por aclararnos, no es ETA. Y habrá que ver la serie para opinar. Desde luego, el punto de partida no puede ser mejor, ya que la novela de Aramburu es excepcional. En cualquier caso, en las furibundas reacciones al cartel hay también mucho de politiqueo y cierta negación de la realidad. Nadie con un mínimo rigor podrá negar que existieron torturas a los terroristas. Eso no reduce gravedad a sus crímenes ni pone en el mismo plano a los asesinos y a los asesinados, obviamente. Pero, de nuevo, volvemos a una de las más elementales cualidades de toda buena ficción: tratar a los espectadores como adultos. ETA fue una banda asesina que sólo se representó a sí misma y cuyos crímenes fueron atroces y repudiables. Punto. Eso no cambia. ¿Significa eso que no se pueda ni siquiera mostrar algo que también fue real como las torturas? ¿No podemos hacer series o películas sobre la guerra sucia contra el terrorismo? ¿Si hacemos series sobre nazis deben ser todos maltratadores de sus mujeres y sus hijos e intrínsecamente malvados? Puede que este debate vaya, fundamentalmente, de eso: ¿queremos que el cine nos trate como personas adultas? ¿Somos personas adultas?

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