En un pasaje de la monumental Patria, de Fernando Aramburu, la gran novela sobre el terrorismo etarra, uno de los personajes de la obra, hijo de un asesinado por ETA, acude a la presentación de un libro sobre esta pesadilla. El escritor explica las razones que le llevaron a escribir esta obra y cuál es la finalidad de la misma. "Procuré evitar los dos peligros que considero más graves en este tipo de literatura: los tonos patéticos, sentimentales, por un lado; por otro, la tentación de detener el relato para tomar de forma explícita postura política. Para eso están, a mi juicio, las entrevistas, los artículos de periódico y los foros como este", afirma el novelista ficticio. Aramburu escapa con éxito de estos dos riesgos en su portentosa última novela. En sus entrevistas de prensa dejó clara su postura política, pero en la obra se limita a narrar la historia de dos familias. Impecable relato sobre el terrorismo, la reparación del daño, la dificultad para rehacer lo deshecho durante tanto años por la actividad criminal de una banda asesina. También evita el autor el peligro del patetismo. Hay personajes rotos por el dolor en la obra, pero es un relato contenido, muy humano, que no busca el sentimentalismo barato, la lágrima del lector, sino su reflexión.
Hace sólo cinco años que ETA comunicó el final de su actividad asesina. Ha sido, sin duda, la gran noticia de la última década en España, sólo que la crisis económica, entre otros factores, ha causado que quede en un sorprendente segundo plano mediático. Como sostenía el socialista vasco Jesús Eguiguren, el fin de ETA fue como la nieve que se derrite, uno no es consciente del momento preciso en el que ha desaparecido, pero de repente, ya no está ahí. Aramburu levanta con Patria, magistralmente escrito, adoptando expresiones y formas de hablar muy reconocibles en un pueblo de Euskadi, el relato más profundo de cuantos se han escrito en España sobre el fin de la violencia etarra. Esta obra, que no sigue un orden cronológico y adopta distintas voces, viene a recordar el valor de la literatura, su utilidad, lo mucho que sirve para abordar conflictos reales. Todos los personajes de la novela son de ficción, pero cada situación, cada dolor, cada desgarro, suenan perfectamente verosímiles y son reconocibles en tantas familias rotas por la violencia.
No toma partido, cuenta una historia, que es el mejor modo que tiene un escritor de aproximarse a la realidad, de ayudar a comprender el mundo en que vivimos y reflexionar sobre la vida. De un lado, la familia de un empresario asesinado por ETA, el Txato. Un buen hombre, trabajador y euskaldun. Un día recibe una carta de la banda mafiosa, que le pide el impuesto revolucionario. Pedir es una forma de hablar. Lo exige. Él paga, pero después sigue recibiendo cartas, donde la banda requiere más dinero para la causa de la liberación de Euskal Herria. El Txato no quiere abandonar su pueblo, pero se asusta. Intenta tomar medidas de precaución. Hasta que un pistolero acaba con su vida, hasta ese mismo instante, no piensa en realidad que a él le vaya a pasar nada. Muere asesinado y deja una familia rota.
Su viuda, Bittori, decide volver a su pueblo cuando conoce el final de ETA. Tuvo que marchar. La víctima escapando de su tierra, ninguneada, despreciada. Muchos le retiraron la palabra. Y en ese regreso queda de manifiesto la injusta realidad de que los verdugos son tratados como héroes y las víctimas, como apestados. Es una historia de dolor, de injusticia, de reparación de los daños, de reconstrucción de los lazos rotos por la violencia. Los hijos de Bittori, Nerea y Xabier, también están destrozados por el asesinato de su padre. Cada cual lo sufre a su manera. Él, impidiéndose ser feliz, autoimponiéndose la tristeza y la amargura, sintiéndose incluso culpable por la muerte de su aita. Ella, intentando poner distancia, pero llevándose consigo, por lejos que vaya, por distante que se muestre, su dolor.
Del otro lado, otra familia, de la que Bittori y El Txato eran íntimo amigos, compuesta por Miren y Joxian (las mujeres siempre por delante, el libro refleja bien el clásico matriarcado de la sociedad vasca), junto a sus hijos Arantxa, Gorka y Joxe Mari. Este último se radicaliza de joven, se acerca a la izquierda abertzale. Un día es una proclama, otro la asistencia a una manifestación para pedir la libertad de los presos etarras, al día siguiente un cóctel molotov contra un autobús público y, antes de que nadie pueda evitarlo, asesino de la banda que dice querer liberar a su pueblo, pero lo oprime durante décadas. Entra en eta Joxe Mari. Y eso destroza su familia y la relación con las futuras víctimas del terrorismo. Su madre, Miren, que jamás fue nacionalista ni tuvo el menor interés en la política, de repente sí comparte las tesis de su hijo. Por amor a él acepta incluso lo inaceptable, no sus planteamientos políticos, todos legítimos, sino las vías empleadas para defenderlos, la violencia, el tiro en la nuca, el secuestro, el coche bomba.
Todos los personajes de esta obra viven a su manera destrozados por ETA. Todas esas vidas hubieran sido diferentes sin la presencia del terrorismo. Arantxa y Gorka, hermanos de Joxe Mari, y su padre, Joxian, desprecian su actividad criminal. Cuando está desaparecido, en territorio francés, ya dentro de ETA, lo que más desean es que la policía detenga a su ser querido, para evitar que cause daño. La novela también refleja las torturas a detenidos etarras. No es, desde luego, equidistante. Queda claro quiénes asesinaron a inocentes durante décadas en Euskadi. Pero es un relato crudo, que relata los excesos de todas las partes. Es una historia impactante de seres humanos normales, pero devastados por la violencia, por el nacionalismo radical, por la sinrazón. El final de la novela, emocionante, pone un broche perfecto a una obra descomunal, una de las que más me ha impactado este año, la gran novela sobre el final del terrorismo etarra.
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