El silencio del pantano

El teatro se ha acercado más y de forma más atrevida a la corrupción de los últimos años en España que el cine. Los tiempos de producción y las mayores necesidades de financiación son dos desventajas para el cine que lo explican en parte. Por esa cierta escasez de historias sobre corruptelas en el cine español, cada nueva película que se acerca a esta cuestión, de entrada, despierta interés. En El silencio del pantano, de Marc Vigil, que puede verse en Netflix, la corrupción política está en el centro de la trama. La acción transcurre en Valencia, uno de los epicentros de los escándalos recientes en nuestro país. "La corrupción, como la paella, donde mejor, en Valencia", leemos en una pancarta en un momento del filme. El planteamiento es muy original y el elenco de actores es de mucho nivel. Todo está dispuesto, cada pieza lista para encajar. Al final, la película funciona, pero sólo a medias, y avanza con un rumbo algo errático, que desluce pero no elimina la intriga que mantiene hasta el final. 


El protagonista de la película es un escritor de novela negra que investiga un caso de corrupción política. Le da vida Pedro Alonso, a quien conocemos de La casa de papel. Aquí está en un registro mucho más contenido y enigmático, más introspectivo y misterioso. El hecho de que sea un escritor que narra crímenes da pie a un atractivo juego entre realidad y ficción, en la línea de El autor, aunque sin llegar a su excelencia. 

Poco más se puede contar de la historia sin caer en los temidos spoilers. Nos iremos adentrando en los bajos fondos, en la sordidez de lo que hay detrás de esa corrupción política que sirve de escenario de la historia. Algo ocurre en la parte inicial de la película que desencadenará la acción y pondrá en alerta a la trama. Todo puede saltar por los aires y hay mucho dinero (negro, manchado de sangre y de drogas) en juego. Se pondrá en marcha la maquinaria para intentar mantener en la oscuridad lo que amenaza con ser desvelado, sin que el protagonista entienda del todo a lo que se está enfrentando, y sin que éste sea exactamente lo que aparenta ser, como manda el género. 

Hay sorpresas, giros de guión y naturalismo a la hora de meterse en el barro, de adentrarse en los bajos fondos. Puede que sea el mayor logro de la película, la verosimilitud del mundo en el que transcurre la acción, su muy convincente puesta en escena. Ayuda a ello un grupo de intérpretes que rozan la excelencia en papales nada sencillos, como el propio Pedro Alonso, Nacho Fresneda o la siempre natural y espontánea Carmina Barrios. Como sucede con frecuencia en películas de este género, el más que prometedor arranque no encuentra continuidad y la historia se va desinflando y pierde algo de fuerza en su parte final. Con todo, es un trhiller valioso, que entremezcla sin temor política, crítica social y juego entre la realidad y la ficción. No es una película perfecta, en fin, pero sí es una película con suficientes méritos como para dedicarle una hora y media. 

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