La casa de papel, entre lo adictivo y lo inverosímil

Una buena amiga, de cuyo criterio además me fío, me recomendó hace tiempo La casa de papel. Como me conoce bien y sabe que soy muy tiquismiquis con la verosimilitud en las series y películas del género policial, me advirtió de que seguro que encontraría fallos, de esos que me echan de la historia, pero me dijo que valdría la pena. Efectivamente, encuentro ciertos aspectos inverosímiles en las dos primeras partes de la serie, que es la serie original, antes de que se alargara con otras tres temporadas a causa de su gran éxito, pero no puedo dejar de apreciar lo trepidante de la trama, que me engancha. 


Mientras en la pantalla se baten el profesor (Álvaro Monte), que es quien está al frente del atraco a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, y la inspectora Murillo (Itziar Ituño), que se encarga de investigar el caso e intentar frustrar el plan de aquel, en el espectador, en mí al menos, se da otra batalla, la que hay entre lo adictivo de la serie, cuyas dos primeras partes he seguido en maratón aprovechando estos días de confinamiento, y lo que tiene por momentos de inverosímil. No termino de tener claro qué pesa más en la balanza, sus indudables aciertos y sus innegables defectos. Pero el hecho es que, capítulo tras capítulo, me quedo a comprobarlo, así que no puedo negar que la serie me ha interesado. 

Vamos por partes. Virtudes, para mí, innegables. La personalidad de muchos de los personajes, magnética. En especial, el profesor, que lo tiene todo planeado y controla el asalto desde fuera. Un tipo peculiar, aparentemente imperturbable, con recursos para todo, que dirige a los asaltantes. Pero también muchos otros protagonistas, como varios de los asaltantes. Por supuesto, Berlín (Pedro Alonso), quien borda el papel de sádico, perturbado y meticuloso hombre al mando de los ladrones, dentro de la Fábrica. O Tokio, a quien da vida Úrsula Corberó en el mejor papel de su vida, como impulsiva y conflictiva mujer sin nada que perder. O también Nairobi, una magnífica Alba Flores. También es interesante el papel de la inspectora Murillo, que se encuentra en un momento personal delicado, se acaba de divorciar y su marido tiene una orden de alejamiento tras haberla maltratado. 

Los personajes, bien construidos, son un punto fuerte de la serie. Como lo es el plan del profesor, tan bien trazado, y como lo es el ritmo frenético de los capítulos. No hay valles ni transiciones (hablo de las dos primeras partes de la serie). La trama avanza constantemente, lo cual se agradece. Se nota que la serie de Álex Pina estaba concebida con un principio y un final, y que se toma el tiempo necesario para contar bien esa historia del asalto con rehenes. Y, aunque parezca algo menor, también está entre los aciertos claros de la serie su selección musical, sobre todo ese himno antifascista, Bella Ciao, a la que esta serie le ha dado una nueva vida. 

Quizá lo que más me gusta de todo en la serie es el contraste entre lo perfectamente planeado que lo tiene todo el profesor, y su capacidad para ir solventado los problemas que se le cruzan en el camino, y la dura realidad, la tensión que viven los asaltantes que él dirige desde fuera, la incertidumbre que genera lo que no está previsto. Es decir, el choque entre la inteligencia y planificación del profesor y todos esos imponderables, sobre todo derivado de las emociones y los sentimientos, que es imposible predecir

Pero hay defectos. Algunos, serios, al menos para los que toleramos especialmente mal la falta de verosimilitud. Los hay, además, desde el primer capítulo. Resulta difícil entender, por ejemplo, que una inspectora que investiga un asalto con rehenes pidiendo el móvil al primero que se encuentra en una cafetería. También cuesta comprender el desarrollo de algunas relaciones personales dentro de la Fábrica. Hay un recurso que chirría mucho, al menos a mí, en novelas o películas policiales, que aquí también aparece demasiadas veces: conversaciones escuchadas a escondidas, como quien no quiere la cosa. Ocurre demasiado a menudo. Grandes revelaciones oídas por quien no debe, por imprudencia. 

Lo que hace avanzar la trama debería ser más sutil, pienso. Hay demasiadas situaciones poco verosímiles, muy difíciles de creer. Cuando decimos eso de "es de película", porque no nos creemos algo que estamos viendo en una pantalla, estamos diciendo casi lo peor que se puede decir de una serie o un filme. Porque su primera exigencia es resultar verosímil, creíble. Dentro del mundo inventado, claro, pero creíble. Y hay demasiadas situaciones poco verosímiles en la serie, que se justifican sólo regular. 

¿Y entonces, qué? ¿Tenía razón mi amiga que me recomendó la serie, al menos, las dos primeras partes? Pues sí, como casi siempre. Tenía razón en que iban a chirriarme muchas cosas, pero también en que, poniendo virtudes y defectos en la balanza, me iba a compensar. El maratón de estos últimos días le da la razón. Tendré que volver a preguntarle si vale la pena seguir con las tres siguientes temporadas, ya que he cogido carrerilla. 

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