Vidas pasadas

 

Pocos temas son más recurrentes en la literatura y en el cine (y, por tanto, también en la vida) que preguntarse por los posibles caminos que habrían recorrido nuestras vidas si hubiéramos tomado decisiones distintas. Esos destinos posibles, esas vidas que podrían hacer sido y nunca fueron. Qué habría pasado si no hubiéramos cogido ese tren, o si nos hubiéramos atrevido aquella vez, o si hubiéramos dicho lo que pensábamos en ese encuentro, si hubiéramos hecho finalmente esa mudanza o si hubiéramos sido más valientes o más cobardes. No es fácil ser original y no recorrer, precisamente, caminos trillados, a la hora de contar una historia con este planteamiento, porque es algo que el cine ha abordado desde multitud de enfoques. Vidas pasadas, la película de Celine Song que cautivó a la crítica el año pasado y que ahora puede verse en Filmin, consigue ser original con un enfoque tierno, sencillo y muy bello en torno a un reencuentro muchos años después. 


La película es original y atractiva desde su primera escena. En ella vemos a dos hombres y una mujer charlando y tomando una copa en un restaurante. No sabemos nada de ellos. Dos voces en off se preguntan qué relación habrá entre esas personas. ¿Ella es pareja de uno de ellos? ¿Son familia? ¿De qué hablan? Justo después, la película da un salto atrás en el tiempo de 24 años y vemos la relación entre un niño y una niña que vuelven del colegio. Se entienden, se apoyan, se llevan bien. La familia de ella planea emigrar de Corea, buscar nuevos horizontes, empezar una nueva vida en América. Eso cambiará por completo la vida de ambos protagonistas. Ella cambiará hasta de nombre, pasará a ser Nora, estudiará inglés, buscará perseguir su sueño de convertirse en escritora, romperá lazos con su país natal. Él se quedará y no la olvidará. 

La película transcurre en tres tiempos: la infancia, con esa amistad pura, esa conexión única entre ambos, ese lazo fuerte e intenso que quizá sólo puede darse con esa fuerza y esa intensidad en la infancia; otro momento 12 años después, cuando gracias a las tecnologías vuelven a conectar, y 24 años más tarde, cuando se reencuentran unos días en Nueva York, donde vive ella. Son amigos de la infancia, pero son más que eso. Lo que sentían de niños era eso, cosa de niños, pero era más. ¿Qué habría pasado si..? Las preguntas, los recuerdos, los sentimientos se agolpan. Sus vidas han tomado caminos separados, pero, de pronto, vuelven a ese lenguaje y esa compenetración de cuando eran niños. No son dos conocidos que, de pronto, se cruzan. Son algo más. 

El argumento, ya se verá, se prestaba al melodrama y al sentimentalismo. No cae la película en ninguno de los dos. Ayuda el guión, equilibrado, inteligente, sensible, y también ayudan las interpretaciones llenas de autenticidad de los intérpretes protagonistas, Greta Lee y Yoo Teo. Sus sonrisas. Sus miradas. Sus "guauu" de sorpresa, de felicidad, de incapacidad de verbalizar lo que están sintiendo el uno frente al otro. 

La película es una historia de amor y reencuentros. Es también una historia de inmigración, sobre la identidad, las renuncias y el peso del pasado en nuestras vidas. Sobre todo lo que implica poner tierra de por medio, dejar atrás el pasado y explorar una nueva vida. Casi al principio del filme escuchamos decir a la madre de la protagonista, decidida ya a emigrar, que cuando se deja algo atrás vienen cosas nuevas, que no se debe tener miedo al cambio. En otra escena el protagonista le dice a ella que es alguien que se va, que ésa es su esencia, que la quiere y la respeta así. 

La protagonista se casa con un escritor con el que habla en inglés, porque él no habla coreano, aunque lo intenta, lo estudia. En la que quizá sea la mejor escena de la película, él le dice a ella que la escucha soñar en coreano, que es algo que le da ternura, pero también le asusta, porque sueña en un idioma que él no conoce, porque una parte entera de ella está lejos de él, se le escapa, no entiende ese idioma, sabe que hay ahí otro mundo en el que no está. Es preciosa esa reflexión sobre la inmigración, el idioma, la distancia, la identidad. La película, preciosa, conmovedora, no tiene nada que ver en el tono con Todo a la vez en todas partes, pero me ha recordado a una escena preciosa de aquella película loca y genial que va, precisamente, sobre otras vidas posibles, sobre qué habría pasado su hubiéramos tomado otros caminos, en la que un personaje le dice a otro que “en otra vida me hubiera gustado lavar ropa y pagar impuestos contigo". 

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